Se da cuenta de que afortunadamente ahora ya se ha liberado de eso que le ha estado absorbiendo casi todas sus energías. No se trata de que no tuviera motivos más que suficientes para ello.
Que en una exploración casi de rutina te encuentren algo maligno en una víscera de una cierta entidad, tampoco es para tomárselo como una especie de broma ¿verdad? Si además uno sufre de forma crónica ciertas anomalías cardiovasculares, que elevan de forma notable el riesgo que siempre comporta la anestesia en cualquier intervención quirúrgica, más a su favor. Pero eso no es ningún obstáculo para que una vez pasado el inevitable proceso, y con un apósito haciendo aun las funciones de medio cinturón, tenga ahora aquella sensación que mencionaba al inicio. Ahora, como de repente, ya no le hace falta preocuparse más de todo aquello. Ha salido más que bien librado, y ahora viene a ser como “si ya pudiera volver a vivir”, cosa que comporta al mismo tiempo ver, darse cuenta de los perfiles más bien barrocos de todo aquello que le rodea, y que durante meses ha asumido de forma no del todo acrítica, pero casi, como si su mundo interior hubiera usurpado el primer plano de su sensibilidad. Una sensibilidad que ahora se le manifiesta por todas partes.
Veréis, anoche estaba haciendo záping y se paró en el Canal 33, donde justo en aquel momento emitían un clip de Tracy Chapman cantando “Crossroads”, con aquella misma sencillez austera que nos cautivó en aquel memorable festival por Nelson Mandela de hace unos cuantos años. Cuando terminó, se quedo frente a aquella pantalla un poco más. Hizo bien, porque justo después una voz de hombre empezó a recitar un poema que le resultó familiar, aunque en un primer momento no lo acabó de identificar. Se trataba de una canción de los años ochenta, llena por todas partes de lirismo, rebeldía, rabia y desengaño, de la cual es autor Leonard Cohen. El estribillo, magnífico, dice: “Primero tomaremos Manhattan… entonces tomaremos Berlín (First we take Manhattan, then we take Berlin)”, y canta el desengaño de quien habría intentado mejorar las cosas de su entorno, con una cierta vocación de trascendencia, y se ve condenado, dice, a veinte años de aburrimiento. Se le removió algo. El panorama de un montón de cosas que nos afectan día a día, es más bien como para ponerse a llorar. La impudicia estéril, más que obscena, de un montón de gente que toman decisiones acerca de este tipo de cosas, es espeluznante. Cuesta decidir qué da más asco, si uno de aquellos discursillos infatuados de Aznar – del todo sobreactuado –, la impasibilidad del semblante pétreo, en todos los sentidos del término, de la ministra que se ha ganado a pulso el apelativo de Pilar del Caudillo, o el rostro que quien es Conseller en Cap de la Generalitat de Catalunya, jurando ya no en hebreo, sino incluso en sánscrito que no había estado negociando con los responsables de economía del gobierno central – con los cuales acababa de reunirse en Madrid – el apoyo del PP de aquí a los presupuesto de su gobierno para el año que viene. El primero cada día con más pinta de “Cara al Sol”, la segunda de las murallas de Ávila, y el tercero que por momentos se le ve como se le alarga la nariz como una especie de Pinocho de estar por casa.
Se ha despertado esta mañana con la cabeza llena de aquel estribillo de Cohen. Eso que quiere manifestar puede parecer estéril, pero piensa que aun lo es mucho más seguir encogiéndonos de hombros y repetirnos que todos son iguales. Echémoslos aunque sólo sea por higiene, como quien se cambia los calcetines. No les dejemos seguir riéndose de todos nosotros con esa cara tan dura. Primero tomaremos Manhattan… entonces tomaremos Berlín.
Jordi Portell