La cosa, como no podía ser de otro modo, tiene ventajas e inconvenientes, El más importante de estos, es que ha ido a escoger un momento más bien molesto para hacer de las suyas, y aunque desde hace cinco años bien cumplidos eso no me da miedo – aquellos que como yo viven de propina saben de qué hablo –, no tengo las más mínimas ganas de pasar por ello. Ventajas también las hay, como por ejemplo haber aprendido desde hace tiempo a no desesperarme en absoluto ante esas cosas y, de rebote, no hacerlo tampoco por nada de nada. No creáis, eso de verlas venir también tiene su gracia. Este dato, que ha ido a suceder al mismo tiempo – más o menos – que otros hechos más bien luctuosos en mi entorno familiar, ha coincidido con la aparición en mi biblioteca de un buen montón de aquellos libros de la que había en mi casa paterna, aquellos precisamente que habían amenizado una buena parte de mis ocios en mi infancia y adolescencia.
Lógicamente, mientras hacía un reposo casi absoluto – después de una barrabasada que me han tenido que hacer en una víscera bastante delicada –, me los he estado releyendo, y he descubierto un montón de cosas. Seguramente, la faceta más importante ha sido reencontrarme con toda una escala de valores como el honor, el respeto, la generosidad, la lealtad, etc. que aparecen en las novelas de autores como Peter B. Kyne, William Mac Leod Raine, James Oliver Curwood, Percival C. Wren, etc. como características positivas indiscutibles, cualidades de las que están dotados indefectiblemente todos sus héroes. Son de hecho, aquellos mismos rasgos de carácter que trataba de impulsar entre nosotros el escultismo, del cual tantos recuerdos imborrables tenemos algunos. No me arrepiento en absoluto de haber bebido de esas fuentes, ni me pesa el idealismo que promovían y que estuvo en la base de la militancia política, en condiciones ciertamente comprometidas y difíciles, de un montón de gente, a la hora de la verdad bastante menos que la que quizás se supone es estos momentos. Sobresalta un poco verlas como virtudes básicamente conservadoras – así las conceptuaban como mínimo los autores a quienes me he referido –, cuando sólo nos hace falta echar una mirada más o menos atenta a nuestro alrededor para darnos cuenta que, hoy por hoy, esta calificación viene a representar de una forma casi indefectible lo más rancio del egoísmo social, hasta extremos casi autistas y de una ramplonería total. Sólo hace falta ver, para darse cuenta, la tozudería cerril con la que el gobierno defiende su recorte social, acompañado ahora mismo por esta “rambada” del islote Perejil.
La cara de orgasmo que se le ha puesto al ocupante temporal de La Moncloa por esa imitación barata de la guerra del golfo, es todo un poema. A nadie que haya estado observando las malas relaciones entre Marruecos y España de estos últimos tiempos, se le escapa la gran responsabilidad que tiene en las mismas Aznar y sus genialidades, a las cuales no es ajena una cierta manifestación de racismo fascistoide. No se donde deben haber ido a estrellarse todos aquellos alaridos en pro de la legalidad establecida, si apenas aparece un conflicto irrisorio como éste, en lugar de recurrir a los canales de rigor – apelación a la mediación de las Naciones Unidas, al Tribunal Internacional de La Haya, etc. – se hace un acto militar, que, aunque de momento no ha causado víctimas, es una escalada que no se sabe adonde puede llegar. Y él y su caterva, tan encantados de haberse conocido. “¿Qué se habían creído esos moros de m…?”, se les lee en la cara.
Jordi Portell