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Opinión del Lector

LA SITUACIÓN EN EL PAÍS VASCO

escrito por Jose Escribano 25 de octubre de 2003
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Desde hace bastantes años, nuestra comunidad autónoma es la que disfruta de menos libertades, de menos seguridad y de menos tranquilidad en España. Más de medio millar de personas han sido asesinadas en estas provincias, muchos cientos más mutiladas o dañadas físicamente, y decenas de miles obligadas a vivir en la angustia por la posibilidad de correr la misma suerte ellos o sus familiares o amigos. Mientras, los órganos de expresión dominados por los nacionalistas, y más aún una activa propaganda oral, cultivan el odio y el desprecio a quienes no les siguen. Ha desaparecido, a menudo hasta entre amigos, la libre charla sobre numerosos temas, y se ha extendido, en pueblos pequeños y medios, pero también en las ciudades, un clima ominoso de coacción y vigilancia, que fuerza a mucha gente a conductas que no siente, o bien a huir. Decenas de miles de ciudadanos han debido dejar esta tierra en busca de un ambiente más respirable. La distensión, libertad y tranquilidad imperantes en el conjunto de España no existen aquí, y ello es un balance muy amargo del uso de la autonomía por los nacionalistas durante más de dos décadas.

Tal situación procede, ante todo, del nacionalismo terrorista de ETA, autor de la inmensa mayoría de los asesinatos y violencias. A veces la violencia se ha demostrado necesaria, cuando un pueblo o una colectividad sufre una cruenta opresión extranjera, y esa lucha tiene un carácter de liberación, con su característica épica y ética. Pero tal cosa no ocurre aquí, y nada lo prueba mejor que la total ausencia de ese elemento ético o épico en las acciones de ETA. La sustancia de su “liberación” destila pesadamente de sus cientos de asesinatos por la espalda, a veces en circunstancias especialmente crueles, en presencia de los hijos pequeños u otros familiares de las víctimas. Entre éstas figuran mujeres embarazadas, 15 niños de hasta seis años, y 5 de hasta trece años. Otros han sufrido terribles mutilaciones, y está cargado de simbolismo el hecho de que el primer asesinato de la organización –nunca reconocido– fuera un bebé de 18 meses, por una bomba en una estación ferroviaria. La banda ha secuestrado en condiciones infrahumanas a decenas de personas, o las ha privado de la vida por falta o insuficiencia de rescate. Ha tejido además una telaraña de extorsión, similar a las creadas por la Mafia en otras latitudes. Tales crímenes constituirían una mancha y una vergüenza indeleble para el pueblo vasco si la banda terrorista representara a éste en cualquier sentido, como pretende.

La verdad de la “liberación” etarra aparece igualmente en la represión que sufre. En su historia ha tenido 173 muertos, de ellos 37 a causa de bombas que les explotaron cuando iban a matar con ellas, 18 por suicidio, y un número similar en ajustes de cuentas entre sí o con ex militantes (recordemos el caso de Pertur por su especial vileza: sus camaradas, tras secuestrarlo y matarlo –nunca se halló su cuerpo–, acusaron del crimen a “la represión franquista”, mediante una prolongada campaña. Lo mismo hicieron tras la matanza cometida por ellos en la calle del Correo, en Madrid). En torno a 40 han muerto por contraterrorismo ilegal del gobierno (sobre todo del GAL) o por venganzas de particulares. Muy pocos han caído en enfrentamiento, o siquiera en intento de huida, prefiriendo la inmensa mayoría, quizá dos millares a lo largo de 30 años, entregarse sin lucha. Su escasa resistencia no tiene secreto: pese a las incesantes y ruidosas denuncias de torturas, y a la existencia ocasional de ellas, los terroristas saben bien que, entregándose, disfrutarán de sólidas garantías legales; que en prisión tendrán comodidades superiores a las de otros reclusos; que, por una legislación viciada, que parece calculada para hacer barato el crimen y aumentar el pesar de las víctimas, muy pocos pasarán más de quince años en prisión por monstruosos que hayan sido sus delitos, bastantes menos años en la mayoría de los casos, y con prontos beneficios penitenciarios si dan con un o una juez “comprensivo”, cosa no muy rara. El “heroísmo” de esos “gudaris” queda así bien retratado.

No sólo el terrorismo…
La situación no ha llegado tan lejos por la sola acción de los pistoleros. Ha sido precisa la complicidad de los nacionalistas que se dicen demócratas y moderados. Éstos difunden la idea de que la violencia nace de un insuficiente autogobierno –en realidad aspiran a la separación–, y de que la democracia no demuestra su “calidad” si no da a los terroristas las máximas facilidades y cede a sus exigencias –en gran medida coincidentes, vaya casualidad, con las del PNV y EA–. El nacionalismo supuestamente moderado finge situarse en la equidistancia, éticamente imposible, entre los asesinos y sus víctimas, entre los profesionales del tiro por la espalda y el Estado de derecho obligado a reprimirlos para impedirles enseñorearse de la calle y la sociedad. La bajeza e hipocresía de la maniobra no oculta la connivencia y la cobertura práctica del crimen.

No una cobertura como la de grupos tipo Batasuna, parte orgánica del movimiento terrorista (al menos 132 cargos y dirigentes de ella han sido condenados por pertenencia a ETA), pero sí una complicidad intelectual, moral y política que, pese a no ser judicialmente perseguible, multiplica la injusticia y la desmoralización social. Nunca ha dejado el PNV de actuar al lado de la rama “política” de ETA, en pactos y alianzas con ella, ni de obstruir o sabotear la aplicación de la ley a la misma. Las subvenciones del Gobierno autónomo afluyen a organismos tapadera vinculados a ETA y creados ex profeso para allegar fondos. La policía autonómica, manejada como policía de partido por el PNV, jamás ha perseguido a los asesinos ni al terrorismo “de baja intensidad” en medida bastante para cubrir siquiera el expediente: las derrotas y el debilitamiento del pistolerismo han provenido, con muy pocas excepciones, de las fuerzas de seguridad del Estado, únicas que salvaguardan en lo posible la libertad y seguridad de los vascos, sufriendo a cambio una insidiosa y permanente campaña de rencor y desprestigio por parte del PNV. El clima de amenaza, chivateo y chantaje contra los no nacionalistas jamás ha sido reprimido por las autoridades del PNV, como tampoco las exaltaciones y homenajes a los pistoleros en decenas de localidades. Las víctimas reciben, en el mejor de los casos, una hipócrita, fría y retórica “solidaridad”, a veces más repugnante que la hostilidad abierta de lo terroristas.

Podríamos seguir muchas líneas describiendo una situación degradada y degradante. ¿Qué pesan, al lado de estos hechos indudables, las condenas puramente verbales del PNV a ETA, con las que el primero quiere “probar” su democratismo y moderación? Los nacionalistas de la pistola y los de la verborrea ensalzan hasta los cielos sus aspiraciones “liberadoras”, y por ellas se justifican, pero nada puede revelar mejor la calidad de sus proyectos que la conducta canallesca a que esas aspiraciones dan lugar. Lo hasta hoy visto y sufrido sólo sería el preludio de lo que vendría si los nacionalistas llegaran a alcanzar sus objetivos.

Por qué actúa así el PNV
Pero entender las raíces de los hechos importa más que simplemente condenarlos. ¿Por qué actúa así el PNV? Por dos razones básicas: en primer lugar porque considera a los etarras no como criminales sino como “los chicos”, algo extremistas y descarriados, pero ante todo hermanos de sangre y aspiraciones, capaces de “hombradas”, como ha dicho Arzalluz. Nada más revelador que el griterío nacionalista en pro de los llamados “presos vascos”, sugiriendo que están en la cárcel por ser vascos y sin alusión alguna a sus sangrientos y sórdidos delitos, los cuales justificarían medidas punitivas mucho más severas –y justas– que las que padecen. ¡Qué contraste entre ese calor hacia los “presos vascos” y la turbia aversión hacia las víctimas, sobre todo cuando éstas osan protestar! Por supuesto, los dos sectores nacionalistas discrepan y hasta riñen en ocasiones, pero siempre dentro de un tono de “familia”. Por eso el PNV ha denunciado la ilegalización de Batasuna como un intento de hacer luchar “a unos vascos con otros”, es decir, a unos nacionalistas con otros, pues para el partido de Arana e Ibarreche sólo los nacionalistas son vascos, o al menos buenos vascos. Y por eso la enseñanza pública distorsiona la historia y la actualidad vasca, empapándolas de rencor e intoxicando a buen número de adolescentes, animándoles a tomar la senda de la violencia.

En segundo lugar, el PNV cree poder extraer dividendos políticos del terror. Su estrategia la sintetizó inmejorablemente Arzalluz con su frase sobre “el árbol y las nueces”. Existe, en la acción nacionalista, una división implícita del trabajo, que el mismo Arzalluz ha definido como “unos arrean y otros discutimos”. En suma, el PNV aspira a llevar a su propio molino la corriente de sangre, figurándose que puede salir inmaculado de la operación. Sin esa política, el crimen no habría cobrado tal extensión y capacidad de perturbar la vida social con su mensaje de odio, y ningún vasco se habría engañado sobre el pistolerismo, cuyos actos cobardes y rabiosos serían vistos con el natural horror por todo el mundo, y aislados y rechazados como deben.

Así, el terrorismo no termina en sus violencias. Uno de sus efectos es envilecer el ambiente público y las instituciones, hasta extremos tan inauditos e intolerables como la larga pertenencia de un reconocido y principal jefe terrorista a la Comisión de Derechos Humanos (¡nada menos!) del Parlamento autonómico, suceso que por sí solo derrumba la justicia y hunde en el fango a la máxima institución política vasca.

¿Defensa de los intereses vascos?

Y todo ello en defensa, dicen, de la identidad y los intereses vascos. Ya aclara mucho sobre el desprecio del PNV a los vascos reales su manía de hablar siempre en nombre de ellos, como si el pueblo pensara en bloque como el PNV o quienes disintiesen perdiesen la condición de vascos. Tal usurpación de la voluntad y sentimientos de los ciudadanos, inadmisible en democracia, constituye una prueba de totalitarismo, sospechosamente similar a la “defensa” que los nazis hacían de la identidad y los intereses alemanes. Pero uno y otro nacionalismos han sido, en la práctica, los peores enemigos de cuanto afirman defender. Por lo demás, ¿puede haber mayor ridículo que identificar la historia de los vascos, tan vinculada al resto de España y tan llena de hechos memorables, con las andanzas de los nacionalistas, tan pródigas en vilezas y traiciones? Es algo más que una casualidad el hecho de que el término “Euzkadi” o “Euskadi”, inventado por los peneuvistas para definir su proyecto histórico y cultural, constituya en realidad un disparate lingüístico que reduce a los vascos a vegetales.

Para borrar su responsabilidad en el siniestro clima social impuesto por el miedo, PNV y EA claman que “En Euskadi se vive muy bien”, en referencia a la elevada renta per capita de estas provincias. Desde luego, en “Euskadi” se vive bien desde el punto de vista material, como por lo demás ocurre en el resto de España, con diferencias poco acentuadas entre unas y otras regiones, pero sólo aquí ese bienestar viene contaminado por el crimen. Ese “vivimos muy bien” es una nueva y típica bajeza, un llamamiento a la gente a desentenderse de la quiebra de la libertad en función de ciertas ventajas materiales. Y por otra parte, pocos argumentos socavarían más las pretensiones secesionistas del PNV, pues la economía vasca se halla íntimamente unido al del resto de España por mil lazos, cuya ruptura o debilitamiento ocasionaría gravísimos perjuicios a todos. Sólo un perturbado como Sabino Arana podía pensar que “tanto más cerca está nuestro triunfo, cuanto España se encuentre más postrada y arruinada”. ¿A qué puede obedecer, aparte de a una tontería y puerilidad extremas, ese jugar con fuego, poniendo en peligro el bienestar común?

“Euskerianos” y “maketos”
La estrechísima relación entre los vascos y el resto de España no es sólo económica, pues se extiende a todos los niveles de la sociedad, la historia y la cultura. Lo cual reconocía Arana cuando comentaba amargamente: “El euskeriano y el maketo, ¿forman dos bandos contrarios? ¡Cá! Amigos son, se aman como hermanos, sin que haya quien pueda explicar esta unión de dos razas tan antagónicas”. Esta lamentación, como ha dicho algún historiador, compendia la política y la propaganda del nacionalismo: arrasar esa amistad y hermandad naturales a base de meter en el sentimiento de la gente la pretensión necia y envenenada de constituir una raza superior, no menos imaginariamente humillada por los inferiores “maketos”, apenas mejores que gorilas, según el maestro del nacionalismo.

En el intento de crear un foso entre “maketos y euskerianos” radica la esencia de la política nacionalista. Y en esa absurda y vanidosa manía de superioridad descansa toda su capacidad de seducción, pues ella constituye el fluido que cristaliza en la mente de miles de personas como una roca en la que se estrellan cualesquiera razonamientos o datos, y sin ella la batahola reivindicativa se disolvería en su propia nada. Actualmente esa pretensión pueril apenas aflora, después de ciertas experiencias históricas bien conocidas en Europa, pero rezuma en toda la propaganda, y aun más en las conversaciones e implícitos dentro del mundillo nacionalista.

Creen algunos que semejante necedad, unida a torpes falsificaciones históricas, sólo puede calar en mentes atrasadas, y que se derrumbará por sí misma con el tiempo. Pero la experiencia alemana de entreguerras certifica cómo ideas de tal género, martilleadas con insistencia, enturbiaron la conciencia del pueblo quizás más culto del mundo por entonces. No cabe, pues, desdeñar como meras simplezas esas concepciones, que no desaparecerán por sí solas ni dejarán de segregar veneno constantemente.

Los largos años de propaganda y prepotencia nacionalista han devastado espiritual y moralmente al País Vasco, han sembrado el fanatismo y el terror, y provocado fracturas sociales de difícil soldadura. Ante la creciente protesta y descontento social, el PNV ha desechado rectificar su política liberticida, y ha optado por la huida hacia delante, hacia la ruptura de la Constitución y del Estatuto, sin reparar en el tremendo coste de frustración y enfrentamiento que ello acarrea, incluida la posible pérdida de la autonomía o la división entre las mismas provincias, cuando cada vez más alaveses se muestran proclives a un estatuto uniprovincial, sin dejar por ello de ser vascos, como no dejan de ser castellanos los cántabros.

¿Hasta dónde podemos llegar por esa vía?
El ejemplo de los Balcanes no debe perderse de vista. Dirán muchos que el caso difiere profundamente del español, y sin duda así es, entre otras cosas porque la unidad yugoslava, al contrario de la española, apenas tenía sedimento histórico; pero las locuras políticas tienden siempre al mismo fin, y también en Yugoslavia creían imposible los observadores y expertos una explosión de odios como la que terminó produciéndose. En cualquier caso, todos los esfuerzos serán pocos para impedir la deriva catastrófica buscada por los nacionalistas. No sólo los políticos sino toda la ciudadanía consciente deben movilizarse en el terreno de la explicación y el razonamiento, antes de que la querella se plantee en los términos de violencia hasta ahora practicada unilateralmente por los nacionalistas, y a la que quieren arrastrarnos a los demás.

Pedro Goicoechea Elorrieta

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    Jose Escribano

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