El director Oliver Hirschbiegel (El Experimento) se basó en el best seller internacional El Hundimiento: Hitler y el final del Tercer Reich, del historiador Joachim Fest, para narrar la fulminante caída del régimen nazi, describiendo la fase final de la guerra, la batalla de Berlín y el suicidio del Führer en su búnker. El mítico actor Bruno Ganz (El cielo sobre Berlín, El amigo americano), dota a EL HUNDIMIENTO de un escalofriante realismo con su insuperable interpretación de Adolf Hitler, que le ha valido numerosos premios y nominaciones, entre ellos su segunda nominación como Mejor Actor de la Academia del Cine Europeo.
EL HUNDIMIENTO ha sido objeto de gran polémica en Alemania ya que, desde Der Letzte Akt (1956), de G. W. Pabst, ninguna película alemana había abordado abiertamente el personaje de Adolf Hitler. El resultado ha sido un espectacular éxito de crítica y de público en toda Europa, equiparable al fenómeno de Good Bye, Lenin en 2003.
La historia
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Una fría noche de noviembre de 1942, ya entrada la madrugada, un grupo de mujeres jóvenes es escoltado a través del bosque por oficiales de las SS en dirección a «la guarida del lobo», el cuartel general de Hitler en Prusia Oriental. Son candidatas al puesto de secretaria personal del Führer. Entre ellas se encuentra Traudl Junge (Alexandra Maria Lara), una joven de veintidós años procedente de Munich. Las mujeres son conducidas a la sala adyacente a la oficina privada de Hitler. Están ansiosas por dar una buena imagen. La puerta de la oficina se abre y Adolf Hitler (Bruno Ganz) entra en la sala. Las mujeres se ponen en pie y el Führer las saluda, una a una, estrechándoles la mano y preguntándoles de dónde son. Traudl resulta ser la elegida para el puesto y no cabe en sí de la alegría al pensar que va a servir a su Führer.
BERLÍN, 20 DE ABRIL DE 1945: Hitler se ha retirado al sistema de búnkeres que se encuentra bajo la cancillería alemana. Traudl Junge duerme en su habitación, a gran profundidad bajo tierra, cuando el temblor del fuego de artillería la despierta. El enemigo se acerca.
El ejército ruso está estrechando el cerco sobre Berlín. La capital está reducida a escombros. La derrota de Alemania es inevitable. Sólo unos cuantos soldados siguen luchando en las calles ayudados por las milicias populares Volkssturm y los niños de las Juventudes Hitlerianas. Uno de ellos, Peter (Donevan Gunia), de trece años, ha logrado destruir con éxito dos tanques rusos. Su padre (Karl Kranzkowski), claramente turbado por la visión de su hijo manejando un lanzacohetes, le suplica que deje el arma y regrese a casa. El chico se niega y su padre avisa al pequeño grupo de milicianos de que todo está perdido y que en pocos días estarán todos muertos.
Mientras, en el búnker de Hitler, su amante, Eva Braun (Juliane Köhler), está preparando la celebración del 56 aniversario del Führer. Los dirigentes del régimen nazi se reúnen, por última vez, ante una copa de champagne. Entre ellos se encuentra el ministro del Interior, Heinrich Himmler (Ulrich Noethen), que le pide a Hitler que abandone Berlín para refugiarse en un lugar más seguro. Hitler se niega, no piensa abandonar la ciudad. El segundo de Himmler es Herman Fegelein (Thomas Krestchmann), marido de la hermana a la que Eva adora. Fegelein pide a su cuñada que convenza a Hitler de que abandone Berlín, ya que es cuestión de días que los aliados lleguen a la cancillería.
Mientras la ciudad arde sobre sus cabezas, Hitler y su ministro de Propaganda, Josef Goebbels (Ulrich Matthes) siguen esperando una victoria final. Hitler ordena a lo que queda de su ejército que regrese a Berlín. Sus generales no sólo no contravienen sus órdenes, sino que hacen todo lo posible por cumplirlas. Hitler dice a Albert Speer (Heino Ferch), ministro de Armamento y consejero personal suyo, que, una vez Alemania haya ganado la guerra, el bombardeo de las ciudades facilitaría la recogida de los escombros y el comienzo de la reconstrucción. Speer también le pide que abandone la capital para salvarse a sí mismo, a la ciudad y a sus habitantes de la destrucción. Hitler le responde que o gana en Berlín o afrontará su derrota. En este último caso, ordena a Speer que destruya toda Alemania y que no deje al enemigo más que «tierra quemada».
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La lucha es encarnizada en cada esquina de Berlín. El Ejército Rojo está cada vez más cerca. Los escuadrones de la muerte de las SS deambulan ejecutando a cualquier sospechoso de haberse rendido. La última de las fuerzas alemanas se retira de la capital llevándose con ella los alimentos y suministros que quedaban. Un médico del ejército, el doctor Schenck (Christian Berkel), se niega a abandonar la ciudad y se queda para ayudar a la población en la medida de sus posibilidades. Se dirige a lo que queda de un hospital y allí colabora con el doctor Werner Haase (Matthias Habich), uno de los médicos personales de Hitler, atendiendo a los heridos.
Al darse cuenta de que el final está cerca, Goebbels trae a su mujer, Magda (Corinna Harfouch), y a sus seis pequeños hijos al búnker. Traudl se alegra de la llegada de los niños, pues para ella son la prueba viviente de que no todo está perdido, de que hay motivos para la esperanza. Ella y Eva abandonan la fría y lúgubre oscuridad del búnker para ir a dar un paseo y tomar el aire por los jardines de la cancillería. Como si todo fuera normal, deambulan por entre las esculturas y fuman. Las bombas rusas las obligan a dejar su paseo y regresar al búnker.
Cuando Hitler tiene noticia de que Himmler está intentando pactar una rendición con los estadounidenses, ordena que lo arresten. Luego exige ver a Fegelein, el ayudante de Himmler. Pero nadie consigue encontrarlo en el búnker. Hitler ordena que encuentren al joven y lo ejecuten. Eva Braun le suplica que no mate a su cuñado, pero Hitler no escucha sus ruegos. Más tarde encuentran a Fegelein borracho en la cama de una prostituta. Lo arrastran al jardín y, en el último instante, al darse cuenta de la suerte que le espera, Fegelein se pone derecho, se abrocha el uniforme y hace el saludo nazi.
En su última aparición pública, Hitler sale del búnker a los jardines de la cancillería. Fuera le espera un grupo de niños (lo que quedaba del que fuera su poderoso ejército), a los que condecora con medallas por su servicio militar al Reich. Entre ellos se encuentra el joven Peter.
El 29 de abril, los rusos llegan al centro de Berlín. Nadie puede negar que la guerra está perdida, ni tan siquiera Peter, el niño soldado. Peter corre a su casa y descubre que sus padres han sido asesinados por un escuadrón de la muerte de las SS.
Los soldados del búnker están bebiendo e intercambiando ideas sobre la mejor forma de suicidarse. Hitler, solo en su habitación, observa el retrato de su héroe, Federico II, y planea las últimas fases del hundimiento.
Aquella noche, Hitler dicta su testamento a Traudl y luego se casa con Eva (con Goebbels y Boorman de testigos). A continuación habla tranquilamente del suicidio con su médico para asegurarse de que no será capturado con vida. Luego le pide a su ayudante personal, Otto (Götz Otto), que posteriormente queme su cadáver. Albert Speer viene a despedirse del Führer. Antes de abandonar el búnker, Speer ruega a frau Goebbels que huya con sus hijos. Pero ella le contesta que no quiere que sus hijos vivan en un mundo sin nacionalsocialismo.
Al día siguiente, Hitler reúne a su personal para la despedida final. Entrega a Magda Goebbels una medalla a la madre más valiente. Da las gracias por la deliciosa comida y se despide de Traudl y de sus compañeras. Hitler y su esposa se retiran entonces a sus estancias privadas. Se oye un disparo, prácticamente ahogado por el ruido del fuego de artillería. Otto y sus subordinados cumplen la última voluntad de Hitler y queman los cadáveres en una zanja sobre el búnker.
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Goebbels y los generales se niegan a aceptar la rendición exigida por los rusos. La situación es desesperada. Magda Goebbels administra un somnífero a sus hijos antes de acostarlos. Más tarde entra en su habitación y los envenena con calma uno a uno, mientras su marido espera fuera. Luego, en los jardines de la cancillería, Josef Goebbels dispara a su mujer y luego a sí mismo.
La noticia de la muerte de Hitler recorre las calles de Berlín, donde la lucha continúa. Junto a un pequeño grupo de habitantes del búnker, Traudl Junge consigue llegar a una fábrica de cerveza donde unos oficiales de las SS y varios soldados se han refugiado para luchar hasta la última bala. Traudl se da cuenta de que la única posibilidad que tiene de sobrevivir consiste en pasar andando frente al Ejército Rojo. Se dirige, vacilante, hacia la muchedumbre de rusos victoriosos. De repente un niño le agarra la mano. Se trata de Peter. Los rusos los dejan pasar sin problemas al tomarlos por madre e hijo…
Acerca de la producción
Muchas veces he pensado que sólo era cuestión de tiempo que en Alemania se hiciera una película sobre Hitler. Hace tan sólo unos años, habría podido parecer demasiado temerario. Pero hacer una película es parte del continuo, gradual e inexorable proceso de ver la época de Hitler como historia, es más, de sentirla como historia. Es lógico y comprensible que este dictador haya atormentado, y siga haciéndolo, la conciencia histórica de Alemania. Lo que pasó bajo su mandato y en su nombre ha destruido, posiblemente para siempre, cualquier relación positiva con el pasado de Alemania. Y puede decirse que la forma en que el país ha luchado para hacer frente a ese turbulento pasado ha sido en ocasiones encomiable. Pero los hechos del pasado acaban viéndose de otra manera con el tiempo. Se convierten en parte de la historia. Esto sucede en todas las sociedades. Esto sucederá también en el caso de los alemanes.
Ian Kershaw, biógrafo de Hitler
17 de septiembre de 2004
The Guardian, Londres
Cuando el escritor y productor Bernd Eichinger leyó las galeradas del libro Der Untergang (El hundimiento: Hitler y el final del Tercer Reich), del historiador Joachim Fest, supo que había dado con el elemento dramático necesario para la película que llevaba décadas soñando con hacer y que nunca había podido debido a su alcance. El libro de Fest se centra en los últimos días del Reich, y Eichinger se dio cuenta de que la horrible epopeya de Hitler y de su pueblo durante los últimos doce años en el poder se reflejaba en aquellos últimos doce días en el búnker. «Los últimos días nos muestran claramente cómo el fanatismo de masas funcionó en los primeros años del régimen y cómo siguió reinando hasta su triste final», explica Eichinger.
Por la época en que leyó el de Fest, Eichinger leyó también otro libro muy importante, las memorias de Traudl Junge, la secretaria personal de Hitler, titulado Hasta el último momento: la secretaria de Hitler cuenta su vida. «Fest me aportó el marco temporal, y Traudl Junge el personaje que lo aglutinaría todo», explica.
EL HUNDIMIENTO es la primera película alemana que trata abiertamente el tema de Hitler desde Der Letzte Akt (1956), de G. W. Pabst, narrada desde el punto de vista de un simple soldado alemán interpretado por Oskar Werner. El director de EL HUNDIMIENTO, Oliver Hirschbiegel, afirma: «En lo que respecta a la historia del cine alemán, estamos abriendo brecha, ya que no existe ningún marco de referencia cinematográfico. Después de leer el libro supe que si me comprometía a hacerlo, tendría que ser un compromiso total, pues iba a vivir dos años de mi vida en el Tercer Reich, con todos esos personajes y esa ideología primitiva… Se me ponían los pelos de punta. Mi esposa me aconsejó que no lo hiciera. Sin embargo, sabía que no me quedaría tranquilo, y en mi corazón, antes de aceptar el proyecto, sabía que ya me había abierto a él…»
El actor Bruno Ganz fue la primera opción del director para interpretar el personaje de Hitler. Hirschbiegel le envió el guión junto con un ejemplar del libro de Joachim Fest. Ganz vio la película de Pabst, en la que el actor de teatro Albin Skoda interpreta a Hitler. Esta película le convenció de que era posible interpretar al dictador. «Normalmente buscas diferencias con el original, pero esta interpretación tenía vida propia, yo veía a aquel Hitler y pensaba: “esto no es una imitación, es actuación”. Uno puede acercarse a este ser monstruoso a través de la fantasía y de la lectura. Para mí fue decisivo darme cuenta de que era posible.»
Eichinger recuerda que, durante las pruebas de pantalla en Munich, «Bruno estaba un poco preocupado, y le sugerí que probara a hacerlo caracterizado. Y funcionó enseguida. Cuando la sesión de maquillaje terminó, Bruno salió con el traje (se había preparado muy bien para la prueba de pantalla) y el efecto fue tan impresionante que todo el equipo se quedó en silencio. Cuando más tarde le enseñamos la grabación dijo, con ese aire un poco dubitativo típico de los suizos: “sí, creo que debería hacerlo”.» Ganz coincide con él: «Yo mismo estaba bastante perplejo de ver lo mucho que me había acercado a Hitler, al menos en la apariencia. Y luego se apoderó de mí esa pura ambición que todos los actores tenemos: quería aquel papel.»
Ganz, a pesar de ser de origen suizo, se hizo enseguida con la voz de Hitler, pero no repitiendo una y otra vez sus discursos, sino estudiando una cinta magnética única de siete minutos en las que conversaba tras una comida y que fue grabada en secreto por un diplomático finlandés y sacada clandestinamente de Alemania durante la guerra. El acento fue la parte fácil.
El actor cuenta: «Recuerdo perfectamente una escena en la que tenía un niño en el regazo que estaba cantando la canción Kein schöner Land in dieser Zeit. Sabes que ese niño y sus hermanos serán asesinados poco después por sus propios padres, los Goebbels. Era horrible. Es uno de esos momentos en los que de verdad te gustaría salir corriendo. También hubo otros momentos difíciles, rodando algunas escenas y con algunos diálogos, como las arengas terriblemente antisemitas. Pero cuando decidí aceptar el papel, sabía en lo que me metía.»
El resto del elenco es una especie de «quién es quién» del cine alemán contemporáneo. Todos ellos abordaron sus papeles con un cuidado exquisito.
Para Alexandra Maria Lara, que interpreta a Traudl Junge, la secretaria personal de Hitler, es una cuestión de comprensión. «Intenté imaginarme lo que aquella joven, a la que en realidad le habría gustado ser bailarina, debió de sentir durante aquellos oscuros días de la guerra —explica—. Y cómo debió de sentirse al darse cuenta paulatinamente de la espantosa pesadilla de la que era parte (¡ella, que admiraba a su jefe y lo veneraba casi como a un padre!) ¿Que si puedo entender a Traudl? Tengo que entenderla para interpretarla. Aunque, ante un tema tan complejo, ésta es una pregunta difícil. Me pareció fascinante enfrentarme a esta mujer y al papel que debía interpretar, y también poder ofrecer una visión distinta de este trágico episodio de la historia alemana, pero esta vez con mis propias preguntas e ideas. Un enfoque de este tipo te hace preguntarte cosas, y eso es bueno. En su libro, Hasta el último momento, Traudl Junge dejó claro que la juventud no era una excusa, y que si en aquel momento no sabía nada de la exterminación de los judíos fue porque no quiso. No intentó eludir la culpa y, después de la guerra, nunca se sintió inocente. Respeto a Traudl Junge, porque supo enfrentarse a ella misma y cambiar a través de la reflexión.»
A Thomas Kretschmann, que interpreta a Fegelein, el oficial de las SS, el proyecto le pareció demasiado interesante como para rechazarlo. Hacía poco había interpretado a un oficial nazi en El Pianista, de Roman Polanski, y afirma: «Yo quería dejar atrás este tipo de papeles, pues ya había tenido suficiente. Pero cuando leí el guión me pareció tan bueno, tan preciso, que me sentí atrapado por él. Contrasta la locura del búnker con la realidad del pueblo sufriendo. Me alegro de haber participado en esta película.» Kretschmann estudió a fondo para preparar su papel. «Como cuñado de Hitler (Fegelein se había casado con la hermana de Eva Braun), se las apañó para trepar hasta la cima. Era un cabrón. Está claro que había muchos otros como él, pero Fegelein era un cabrón especial. De todo lo que he podido leer sobre él se deduce que siempre actuó por su propio interés. También era algo así como “el caprichito de las nenas”, un tipo al que las mujeres querían y los hombres odiaban.»
«Yo formo parte de la generación cuyas familias estuvieron directamente afectadas por la guerra —afirma Christian Berkel, que interpreta al doctor Schenck—. Mi padre era médico militar y fue capturado por los rusos, igual que Schenck. La familia de mi madre era judía, y todos, excepto mi abuela y dos primos, fueron asesinados durante el Holocausto. Para mí significó mucho participar en esta película.»
El papel del ministro de Propaganda de Hitler, Josef Goebbels, fue un encargo difícil para el actor Ulrich Matthes. «Como actor, tienes que caracterizar a los personajes (incluso a los que te imaginas como monstruos, como demonios malvados) como personas. No puedes “interpretar” al mal. Goebbels no se consideraba malvado, y ésta fue para mí la mayor dificultad, dejar a un lado mis prejuicios morales como ser humano informado y encarnar al personaje como actor.»
Corinna Harfouch explica el atractivo que tuvo para ella el papel de Magda Goebbels. «Lo que me interesaba de verdad era la idea de cómo el amor de madre, el instinto más básico que hay, el de proteger a tus hijos, puede torcerse, pervertirse tanto, dentro de ese paradigma de fanatismo. La escena más difícil, por supuesto, fue aquella en la que doy el somnífero a los niños. Como actriz, pude ver desde fuera lo lejos que me podía llevar esta escena. No quería llegar hasta allí, tenía los nervios a flor de piel antes de rodarla. Fue muy intenso.»
Se construyó una réplica completa del propio búnker en un estudio de sonido de Bavaria Studios, cerca de Munich. Aquel mismo estudio había acogido el rodaje de otra película pionera sobre la Segunda Guerra Mundial, Das Boot (El submarino) de Wolfgang Petersen. Al igual que el submarino de este precedente, el búnker de EL HUNDIMIENTO era un escenario de cuatro paredes. Los actores y el equipo de rodaje pasaron semanas en el interior de este claustrofóbico búnker, decorado con asombrosa fidelidad. Según Bernd Lepel, el director artístico, «no había margen para la fantasía, para la interpretación libre. Nuestra apuesta fue por la autenticidad y logramos el efecto deseado. El escenario del búnker era realmente claustrofóbico. Se construyó de forma que la cámara no tenía por dónde moverse, siempre estaba en medio. Normalmente se llevaba en mano. Sólo empleábamos luz natural, ya que teníamos un techo fijo, sin grandes instalaciones eléctricas por arriba. Queríamos que el público percibiese la fétida claustrofobia del búnker».
En las tomas exteriores se aplicaron los mismos principios para la iluminación. En palabras del director Hirschbiegel, «La noche tenía que ser noche de verdad, y ahí estaba el mayor problema. En el Berlín de 1945 no quedaba ninguna farola que funcionara. No había otra cosa que la luz del fuego, los fogonazos de los cañones y la luz de la luna. Como fuente de luz empleamos un globo que nos servía de luz natural. Por suerte, el nuevo material de Kodak de alta velocidad es extremadamente sensible.»
Para las escenas exteriores, los cineastas tuvieron que encontrar lugares de rodaje que recordaran al Berlín de abril de 1945. «Fuimos a varios sitios, como Bulgaria, la República Checa y Rumania —afirma Eichinger—, pero en San Petersburgo encontramos las calles perfectas. Es increíble lo que se parece a Berlín en la guerra. Allí trabajaron muchos arquitectos alemanes, y eso se nota enseguida.»
A finales de 1941, el ejército alemán aisló San Petersburgo, cuando era Leningrado, de Moscú. Durante el invierno de 1941-42, la ciudad estaba totalmente cercada y allí se produjo entonces una de las peores hambrunas de la historia. Más de un millón de personas murieron de hambre. Leningrado sucumbía a una muerte lenta y atroz. Al comenzar la guerra, la ciudad tenía una población de 3’5 millones de habitantes. Sólo sobrevivieron 600.000.
Eichinger recuerda cómo fue trabajar en Rusia: «Rodar en San Petersburgo fue toda una aventura. Trabajar en las localizaciones siempre es una aventura. Pero esta vez la dinámica fue más emocionante, debido a la horrible destrucción que esta ciudad sufrió a manos de los nazis.» El director describe así el verse ante 700 extras rusos vestidos con uniformes nazis en las calles de San Petersburgo para recrear la caída de Berlín: «Sólo nos acompañaba el equipo de rodaje alemán básico y nos pusimos a trabajar con un numeroso equipo ruso. Se portaron de maravilla. La gente era estupenda. Personalmente, creo que poder hacer juntos una película ahora, en esta ciudad, acerca de este tema, dice mucho de lo lejos que hemos llegado.»
«Queríamos rodar esta película en alemán, con actores alemanes y un director alemán —apostilla—. El régimen nazi y la Segunda Guerra Mundial son, sin lugar a dudas, los acontecimientos más tenebrosos, los más traumáticos, de la historia de Alemania. Mi generación nació después de la guerra pero, por supuesto, se trata también de nuestra historia, y tenemos que vivir con ella. Creo que ya era hora de que los cineastas alemanes se atrevieran a llevar este material a la pantalla. Debe quedar en las mentes de todas las generaciones que la intolerancia, el racismo y el fanatismo conducen inexorablemente a la perdición.»