En palabras de Gonzalo Suárez: «Hace tiempo que quería realizar una película cuya temática fuera, precisamente, El Tiempo. Era mi propósito, sin embargo, que la película no fuera sólo una reflexión sobre tan intangible Señor, sino también, y sobre todo, una aventura mágica protagonizada por dos personajes, émulos de Don Quijote y Sancho Panza, que por paisajes asturianos emprenden la búsqueda de un Genio Tranquilo que el tiempo no altera.
Comenzamos en Diciembre del 2005 y terminamos en Septiembre del 2006, con un equipo reducido y rodajes intermitentes, para captar la luz de las distintas estaciones y el carácter cambiante de la naturaleza asturiana. La acción precedía al argumento y el argumento a la escritura, a partir de una idea inicial: Un relojero de Soweto encuentra una caja de zapatos a la que, a modo de improvisada cámara, practica dos agujeros y, al mirar a través de ellos, no tarda en descubrir, con el consiguiente estupor, imágenes del pasado. En los mismos lugares en los que, 35 años antes, con mi hermano Carlos, cámara a mano, habíamos rodado una película llamada “Aoom”.
Este salto en el tiempo, propicia encuentros e insólitas relaciones con personajes de la película de antaño. Actores que, bajo el influjo del paisaje, se arriesgaron a rodar, en el doble sentido de la palabra, cuesta arriba y cuesta abajo: Luis Ciges, al que por cierto está dedicado el film. Bill Dyckes, un torpe detective. Lex Barker, un actor en dificultades. Gila Hodckinson, una bruja chiflada. Teresa Gimpera, una amante obstinada, Romy, una bella pescadora que huye de su asesino. Y otros. En extraña concomitancia y sorprendente simbiosis con los acontecimientos y personajes del presente.
“El Genio Tranquilo” también trae a colación, a tenor de las reminiscencias y recuerdos del narrador, semblanzas de Orson Welles, Fritz Lang, Sam Peckinpah y el propio autor (al que, para regocijo de los espectadores, le parte un rayo).
Caja de zapatos en ristre y seguido por su fiel escudero, el hombre venido de Soweto recorre playas, rocas, acantilados y, más allá del tiempo y del espacio, confronta la inquietante obra de un brujo africano con las esculturas de la cueva de Cardín, los Cubos de la Memoria o el ídolo del Peñatú, y percibe, en la cadencia de las mareas o en los reflejos del agua burbujeante, la presencia del Genio Tranquilo y su indescifrable mensaje.
Manuel Medina y Pepín El Nuestru, con un breve preludio de Aitana Sánchez Gijón y Ayanta Barilli, son los personajes de una historia donde la cámara de Javier Blanco, el montaje de Celia Cervero y la música de Carles Cases sobrevuelan la sucesión de peripecias e imágenes y realzan el carácter poemático de “El Genio Tranquilo” y, una vez más, del Oriente asturiano.»