rotación de la tierra. Dicen que son tan sensibles que enferman si están
lejos de su reino, que hasta pueden morir de tristeza.
¿Por dónde iba…? Ah, sí!… Ésta es la historia de dos mujeres, de dos putas, de dos princesas. Una de ellas se llama Caye, tiene casi treinta años, el flequillo de peluquería y un atractivo discutible, de barrio. Tiene además una madre a la que no le gusta visitar los domingos porque en ella se ve a sí misma, reflejada: Pilar es un espejo ingrato para Caye, lo que la chica ve en él no le gusta, porque lo sabe futuro probable, cercano.
Zulema es una princesa desterrada, dulce y oscura, que vive a diario el exilio forzoso de la desesperación. Lleva siempre encima una fotografía de su hijo, un trocito de esperanza plastificada en 3×4, que saca a cada rato de su cartera para enseñársela a sus compañeras de cuneta, aunque la que de verdad necesita verla es ella.
Cuando se conocen están en lugares diferentes, casi enfrentados. Son muchas las chicas aquí que ven con recelo la llegada de inmigrantes a la prostitución: les restan espacio y clientes con su exotismo, abaratan los precios, dificultan su difícil trabajo. Caye y Zulema no tardan en comprender que, aunque a cierta distancia, las dos caminan por la misma cuerda floja.
De su complicidad nace esta historia.
Caye se enamora luego de un Manuel. En él quiere ver al que será el hombre de su vida, aunque lo sea sólo por un rato. Caye no sabe amar, porque lo ha hecho poco, por eso se acelera y lo hace con torpeza, a trompicones. Quiere dar todo lo que tiene guardado, que es mucho, y acude a su segunda cita con el corazón en la mano, dispuesta a entregarlo. Como si fuera un maniquí, Caye coloca sobre Manuel todos sus deseos. Y es difícil estar a la altura de los deseos de Caye.
Mientras, Zulema se hace fotografías furtivas entre las cajas de los supermercados: demostrará con ellas a sus padres que trabaja de cajera, como les dijo en sus primeras cartas, hoy ya lejanas. Luego, de noche, camina otra vez desnuda entre los árboles asombrados de la Casa de Campo. Funambulista experimentada, hace equilibrios por el alambre afilado de sus arcenes, entre el caudal lento y metalizado de los coches, dando traspiés sobre la tierna fragilidad de sus veintitantos años desnudos.
Dice Caye que las princesas son tan sensibles que no pueden vivir alejadas de sus reinos porque se morirían de pena. Algo de razón debe tener, porque a Zulema los días cada vez se le hacen más difíciles, los silencios más largos, los alambres más estrechos. Su imprevista amistad les dará a las dos un refugio temporal, una habitación soleada, compartida, en la que sentarse a conversar con desacostumbrada ternura y reírse, de todo y de nada en concreto, ajenas, tranquilas; como si afuera hubieran dejado hoy la culpa y los pasos en falso; como si el tiempo aquí, por verlas mejor, pasara más despacio junto a ellas.
En esta historia hay además una peluquería con pretensiones de salón de belleza que las chicas frecuentan más en busca de conversación que de cortes de pelo. En ella discuten, comentan, ríen y se pelean, los móviles siempre a mano, sin dejar de sonar. Aquí conoceremos a Blanca, la princesa desheredada, la que una vez tuvo belleza, juventud y dinero, hoy siempre detrás de un cuarto de baño. La droga se lo quitó todo excepto el encanto, que de tanto no fue capaz.
Y conoceremos también a Caren, a Ángela, a Rosa… y a las otras, las mujeres invisibles, las de la mirada secreta. No encontraréis a nadie, político o cliente, que admita haberlas visto, haber escuchado de su boca palabra, risa o lamento. Oiréis a muchos hablar en su nombre, nunca a ellas. Cuando las quieran salvar, cuando las quieran esconder, cuando las quieran echar, tampoco podréis escucharlas, porque nadie les pregunta, nada, nunca. Pagan a diario los altos impuestos de la precariedad y el desprecio, ponen cada noche su corazón a doble o nada; deambulan confundidas, nocturnas, por los bosques desencantados que circundan las ciudades, buscando acaso el billete de regreso que una vez perdieron.
Sin embargo, cada noche, en la Casa de Campo, sale vaho de sus bocas cuando ríen, reunidas en torno a la hoguera cómplice de su conversación. Si escucháramos con atención las oiríamos hablar con una ternura desacostumbrada de sus novios, de sus hijos, de lo que la vida tiene aún reservado para ellas; las oiríamos discutir, prometer, lamentarse a veces, aunque discretamente, sin perjuicio de la alegría. Si escucháramos, las oiríamos también celebrar su cumpleaños un día, con un pollo rostizado comprado a los ambulantes que frecuentan sus espacios. Luego el brindis emocionado, cerveza y plástico, las palabras que se anudan en la garganta, los aplausos y las risas, los bolsillos de la memoria cedidos ya a fuerza de tanta ausencia.
Mientras, a su espalda, el horizonte soberbio de la ciudad duerme tranquilo, ajeno a todo. Pero allí arriba, arriba, está la vida, hablando en muchas lenguas distintas el idioma común de la esperanza.
Fernando León de Aranoa
BASES DE LA PELICULA:
amistad
”El viaje que propone la película es un viaje desde la confrontación a la amistad. El que hacen juntas Caye y Zulema, una chica de fuera, sin papeles para trabajar aquí. Caye tiene un enorme desorden afectivo, le cuesta mucho relacionarse. Siempre a la defensiva, es como si, a fuerza de ser tan frágil, hubiera tenido la necesidad de blindarse para protegerse. Sólo su relación con Zulema y el tiempo conseguirán que esos blindajes vayan cayendo poco a poco. Es mucho lo que se dejan la una a la otra en el transcurso de este viaje. La amistad aparece así entre ellas de un modo imprevisto. Y se configura casi como un pacto; ése que, sin haberlo planeado, las dos firman secretamente a diario”.
trabajo
”Como en cualquier otra actividad, la llegada de inmigrantes a la prostitución no siempre ha sido bien aceptada por las chicas de aquí que ya se dedicaban a eso antes de su llegada. A menudo son más jóvenes, más exóticas; y a veces su situación aquí, casi siempre más desesperada, hace que rebajen los precios que cobran por el servicio, perjudicando a sus compañeras. En esa confrontación entre las prostitutas de aquí y las que llegan de fuera, tiene sus raíces PRINCESAS. Para después contar cómo una de ellas conoce accidentalmente a una inmigrante. En el supuesto enemigo descubre Caye, para su sorpresa, a un igual. A alguien que, lejos de ser su rival, comparte trinchera con ella.”
complicidad femenina
”No te planteas hacer una película de chicos o de chicas, eso es algo que deciden los personajes; ellos son los que mandan. Tampoco creo que haya una escritura femenina y una escritura masculina, como no creo que el cine hecho por mujeres sea diferente al que hacen los hombres. Hay personas que tienen un modo especial de ver las cosas independientemente de que sean hombres o mujeres, eso es lo que tiene interés para mi. Por otra parte me apetecía mucho trabajar con actrices. Siempre he disfrutado del trabajo con ellas en mis anteriores películas, aunque solía tratarse de personajes con menos recorrido que estos. Creo que me había quedado con ganas de más, que esto es una especie de revancha. Además creo que hay muy buenas actrices en España: lo difícil era elegir.”
hombres
”Ocupan un segundo plano en la historia. Esta historia está contada por ellas, es el punto de vista de esas dos chicas el que me interesa, no el de sus clientes. No imaginaba para la película ese plano tan habitual, el de las prostitutas vistas desde la ventanilla de un coche, acercándose. Lo que me interesaba aquí es el contraplano, cuando las chicas se giran, dejan de actuar para los coches, les dan la espalda y hablan con una compañera de lo que van a hacer esa noche, de sus hijos si los tienen, de la serie de televisión que más les gusta. Por eso es que los personajes masculinos transitan por la historia como por la vida de Caye y Zulema, con un cierto aire de provisionalidad.”
familia
”La familia de Caye es para mí el espacio de la representación, el de la convención social, el lugar donde todos actúan un poco. Caye come cada domingo con ellos y cada domingo representa un papel, ocultando a su familia el modo en el que se gana la vida. Pero ella no es la única que actúa en esa mesa. En Pilar, su madre, buscaba un personaje fuerte, no muy distinto en realidad de Caye. Como ella, Pilar acepta de mala gana su realidad. Como ella, se inventa una mejor, a medida. Hay una enorme tensión entre ellas; creo que a Caye le molesta verse reflejada de un modo tan nítido en su madre. También Zulema finge estar viviendo otra vida ante su familia, aunque a ella la distancia le facilita las cosas. Habla periódicamente con su hijo por teléfono y sus conversaciones están a menudo cargadas de emoción. Asegura a los suyos que todo está bien aquí, que tiene un buen trabajo, que pronto reunirá el dinero suficiente para poder traerlos, ya lo verán.”
migración y racismo
”Dice Zulema que parece que lleve la diferencia horaria con su país metida dentro, por eso llora a veces cuando no toca y al revés. Como muchos compatriotas suyos, se ha embarcado en una aventura que no sabe bien cómo va a terminar. No es la única. Recorren miles de kilómetros para trabajar en un país donde ni siquiera saben si les van a dejar entrar. Arriesgan su vida en barquitos de papel, cruzan desiertos, viajan agarrados a los trenes de aterrizaje de los aviones. Para tener una vida mejor, para poder enviar dinero a los suyos, dejan a sus familias atrás, a sus hijos, a las mujeres y los hombres que quieren. Son los héroes modernos, los Ulises de hoy.”
nostalgia y soledad
”La nostalgia en Caye es la expresión de una carencia, no la de algo que ha tenido y perdió, sino la de aquello que tanto desearía tener. Es la expresión de sus necesidades, de sus deseos. En Zulema la nostalgia es más real, menos metafórica. Y es que Zulema está obligada a vivir en la realidad, a pisar con los dos pies en ella, a lo mejor por eso se complementan tan bien. Caye vive al día, trabaja para salir de copas con sus amigas, para comprar la ropa en una tienda un poco mejor, para ahorrar y, tal vez, operarse el pecho. Sus carencias, sus necesidades, tienen más que ver con lo emocional, con lo afectivo, mientras las de Zulema son más físicas: las que conlleva su enorme indefensión, el riesgo diario de ser maltratada o expulsada del país, la necesidad de tener que enviar dinero a su familia cada mes.”
sexo
”Quizá el sexo es de las cosas menos importantes de la película. A medida que escribía versiones del guión, las escenas de sexo iban desapareciendo poco a poco; creo que si hubiera hecho alguna versión más, habría desaparecido por completo. He escuchado a alguna prostituta decir de su trabajo que con lo que menos tiene que ver es con el sexo. Con esta película sucede algo parecido. Aparece en las conversaciones, con enorme rutina, eso sí. Las chicas hablan de los servicios que han hecho con la misma naturalidad con la que nosotros hablamos de un rodaje o un casting, de tal o de cual actor.”
humor
”He intentado que esté presente en la película en la misma medida en la que está presente en la vida. A menudo el humor y el drama están muy cerca en la realidad, puedes pasar del uno al otro casi sin darte cuenta. Me gusta que suceda también así en las películas: en realidad el uno sin el otro no son nada, se necesitan. Esta película tenía que contener las dos cosas. No he querido evitar el drama, pero tampoco he podido hacerlo sin dejar a las chicas una puerta abierta, su necesario margen de esperanza.”