La comida local le provoca un fuerte desarreglo intestinal que lo obliga a bajarse del viejo autobús que lo conducía al encuentro de sus contactos. Así, queda varado en un inhóspito y vasto salar, hasta que el sol impiadoso y la falta de oxígeno terminan haciéndole perder el conocimiento. Cuando despierta, se encuentra en un refugio de salineros construido con panes de sal. Jesús, un indio alfarero que regresaba de la ciudad, con rumbo a su pueblo al otro lado del salar, ha sido su salvador. El falso cura queda sorprendido con la esbelta belleza y las intrincadas guardas que adornan el cántaro de arcilla que el indio le ofrece para calmar su sed. Aprende por boca de Jesús, que todo su pueblo modela ollas y cacharros con la arcilla del Cerro Colorado, una montaña donde descansan los huesos de sus ancestros.
Pedro convence a Jesús para que lo guíe a Tres Pozos, el lugar de encuentro con sus contactos. Finalmente, el intercambio termina con una traición y con una balacera, que dejan al español sin el dinero y sin la droga y al inocente indio con dos balas en su cuerpo. Pedro carga al moribundo en el lomo de una mula y comienza una caminata interminable, a través del salar, en busca del pueblo de alfareros. Jesús muere en el camino y queda enterrado bajo un montículo de piedras. En los oídos de Pedro resuenan las últimas palabras del indio: el tesoro que su pueblo guarda…
Gregorio y Santiago, dos niños lugareños que juegan en las grutas del Cerro Colorado, encuentran el cuerpo del cura tendido a los pies de la mula. Pedro agoniza durante varios días, hasta que una mañana lo despierta el suave canturreo de una mujer. Descubre a Josefa, una joven de belleza inquietante, que lava su renegrida cabellera en el patio de la vieja Casona donde el pueblo lo ha alojado. Ansioso, sale a su encuentro, pero la muchacha ya se ha marchado.
La fuerte insolación sufrida lo obligan a convalecer forzadamente en el pueblo, pero la aparición de la joven alfarera y su curiosidad por encontrar el tesoro, le provocan nuevas ansiedades, a la vez que matizan el tiempo de la espera. Pedro está dispuesto a revertir esta aparente derrota inflingida por el destino y no regresar a su tierra con las manos vacías. Cuando por fin descubre el bellísimo cáliz de oro, que el pueblo guarda con devoción en el sagrario de la centenaria Iglesia, siente que ahora es él, quien tiene al destino en sus manos. Debe ser paciente y encontrar la forma de alejarse de ese rincón perdido del mundo para siempre.
En sus días sin labores ni responsabilidades, Pedro ha entablado una cálida amistad con el Ciego del pueblo. Este le arranca estentóreas carcajadas con sus insólitas ironías, pero también lo deja pensativo con sus profundas cavilaciones. Gregorio, el pequeño hijo sin padre de Josefa, ha encontrado en él una figura paternal y lo requiere constantemente. La sotana, que fuera incómodo disfraz, se ha convertido inesperadamente en su mejor aliada. Por un lado, le sirve para inspirar respeto y lograr prebendas, y por otro, puede usarla como barrera infranqueable con ciertos afectos a los que no quiere someterse. Josefa, a pesar de sentir una irresistible atracción por ese hombre diferente, no se atreve a vulnerarla. Pero María, la voluptuosa mujer de Ocampo, el dueño del único almacén del pueblo, desconfía del hábito y está dispuesta a ganarse el cuerpo del forastero.
Pedro no tarda en enterarse y mediar en el conflicto que divide al pueblo. Las fuertes explosiones de dinamita que resuenan en la distancia, anuncian la construcción de un camino que se viene acercando, para darle trabajo a los hombres y sacar al pueblo de su aislamiento. Josefa, su madre y su abuela son las únicas que aún se empeñan en modelar ollas y descreen de los beneficios que el camino y la modernidad prometen traerles. Los Ocampo, esperanzados en que la obra puede acrecentar sus negocios, se han convertido en los voceros del progreso y la modernidad. La palabra del falso profeta es requerida en una asamblea popular y este se pronuncia en favor del camino. Esto le vale la generosa hospitalidad de los Ocampo, quienes llenan ilimitadamente su copa con vino y su estómago con una comida caliente, cada vez que él lo requiere. Esta cercanía produce un nuevo vuelco en sus planes. Descubre una vieja camioneta inutilizada que los Ocampo guardan en el patio de su casa y las ya descaradas insinuaciones de María comienzan a tentar su carne.
El cura apócrifo naufraga en un mar de dudas. Su espíritu se revuelve entre la codicia y el deseo y, casi con temor y descreimiento, vislumbra un impensado amor junto a la mujer joven y a su hijo. Quizás la paz que tanto ha buscado a lo largo de los años, se encuentra ahora al alcance de su mano.
Muere la abuela de Josefa y el pueblo la entierra a la vieja usanza en el Cerro Colorado. En medio de una conversación regada con vino, Ocampo le cuenta a Pedro que el camino pasará por la veta de arcilla de ese cerro y deberá ser dinamitado. Al darse cuenta que el pueblo no solo perderá la materia prima de sus ollas, sino todo el sustento en el que apoyan su cultura, la culpa se apodera de Pedro. Los arenga para que no participen en la construcción del camino, pero sus discursos contradictorios, dejan aún más confundidos a los habitantes del pueblo. Sólo Josefa se alegra íntimamente por este acercamiento a su postura y comienza a albergar una pequeña luz de esperanza…
Se acerca una fiesta tradicional que los lugareños han heredado de España. Se trata de una corrida, en la que los improvisados toreros, tratan de quitar una bincha con monedas de plata de los cuernos del toro. Pedro le ha prometido a Gregorio que le quitará la cinta al animal y, por expreso pedido suyo, se la regalará a su madre. La llegada de unos policías hará esconder a Pedro que en medio de la noche abre el sagrario, se apodera del cáliz y lo esconde envuelto en la sotana, que ha decidido no vestir nunca más. Ocampo, que ha regresado a buscar más bebidas para vender en la Fiesta, lo sube en la caja de su desvencijada camioneta y lo lleva hacia la frontera. En su huída se encuentra con los ojos de la muchacha por un instante fugaz, pero la suerte ya ha sido echada. Pedro se tapa los oídos para no escuchar el lastimoso grito de la niña, que lo llama mientras corre detrás del vehículo. Lo sigue mirando hasta que ya no es más que un punto en la distancia y, finalmente, desaparece detrás de la nube de polvo que levanta la camioneta…
Josefa termina de limpiar los vidrios de una camioneta que se aleja raudamente de la flamante estación de servicio construida al borde del salar. El camino recién pavimentado, corta la infinita blancura como un tajo hasta perderse en el horizonte. Sin clientes a la vista, la muchacha se dirige hacia atrás del negocio. Sonríe dulcemente cuando sus ojos se encuentran con los de su hija, que con las manos embarradas de arcilla, trata de dar forma a una incipiente olla, al igual que lo hiciera su madre y todos sus ancestros, a través del largo camino de los siglos.
La película, que ha sido seleccionada para participar en la 51 edición de la Seminci, se proyectará previamente en Valladolid el lunes 23 de octubre.
Basada en la novela "El hombre que llegó a un pueblo" del consagrado escritor argentino Héctor Tizón, la película nos traslada al Altiplano Andino para hablarnos de ambición, amor y del choque entre culturas.
Dirigida por Miguel Pereira, actual Presidente del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y ganador de un Oso de Plata en el Festival de Berlín por su película "La deuda interna" (nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera), EL DESTINO está protagonizada por Tristán Ulloa ("Salvador", "Lucía y el sexo", "Km. 0", "Los Sin Nombre", "El lápiz del Carpintero") e interpretada por Carolina Román y Mimí Ardú.