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Cine

ENRON: LOS TIPOS QUE ESTAFARON A AMERICA : ESTRENO EL 24 DE FEBRERO

escrito por Jose Escribano 16 de febrero de 2006
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Manifiesto del director

Como casi todo el mundo, yo era sólo un espectador lejano del escándalo Enron. Hasta que leí The Smartest Guys in the Room.

El libro de Bethany y Peter me hizo ver que la historia de Enron era mucho más que un escándalo financiero. Era un drama humano del calibre de una tragedia griega, pero teñida del humor más negro que se pueda imaginar. Cuando decidí hacer la película, pensé que sería una oportunidad para explorar aspectos muy extendidos en la cultura americana, como la crueldad de nuestro sistema económico y lo fácil que resulta manipularlo en beneficio de los poderosos.

Me fascinó descubrir hasta qué punto los ejecutivos de Enron eran como directores de cine trabajando en una película de ciencia ficción: sencillamente, se lo habían inventado todo. Y hay que reconocer que hicieron un buen trabajo. Crearon una historia tan convincente que todo el mundo quería creer en ella. Esta campaña de intoxicación estuvo dirigida por Jeffrey Skilling, entonces presidente de la empresa. También en esto hay un toque de humor negro: en el argot de Enron, “beberse el kool-aid” era sinónimo de tragarse la historia de Skilling.

Como dice en la película Mimi Swartz, coautora de un libro sobre el tema (Power Failure: The Inside Story of the Collapse of Enron – Fallo de poder: la historia interna del desplome de Enron), Skilling y Lay se comportaron como actores que representaban a la perfección sus papeles como miembros de la empresa. Esto se hace especialmente evidente en dos momentos de la película. En uno de ellos, Skilling dice a sus empleados que el artículo de Bethany (el primero verdaderamente crítico con Enron) no era en realidad más que un intento de Fortune de ser “originales”, ya que Business Week había publicado un informe positivo sobre la empresa. En el otro, Lay declara: “nuestras acciones podían seguir subiendo indefinidamente”, y no cuesta ningún trabajo imaginárselo repasando catálogos de agencias inmobiliarias para comprarse una casa nueva en Aspen.

Me sorprendió mucho que casi todo el mundo creyera la historia de Enron. Periodistas, analistas financieros, profesores universitarios de economía… ¡incluso Alan Greenspan! Es muy probable que en ello influyera el hecho de que las mentiras de Skilling y Lay estuvieran cubiertas por un manto ideológico en el que toda la comunidad empresarial americana estaba deseando creer: todo irá bien si no hay ninguna regla. Era como si se guiaran por los lemas de Gordon Gekko (“La codicia es buena”) y Alfred E. Neuman (“¿Preocupado? ¿Yo?”).

Teniendo en cuenta la cantidad de analistas y periodistas que no vieron ninguna señal de fraude en Enron, sentía mucha curiosidad por conocer a los pocos que sí intuyeron lo que iba a ocurrir. En cierto modo, esas personas (en especial el columnista Jim Chanos y la periodista de Fortune Bethany McLean) fueron como detectives privados que olieron la verdad detrás de la mentira.

“Ask Why”

Hay algo irónico, cómico y curiosamente honesto en el eslogan publicitario de Enron: “Ask Why” (“Pregúntese por qué”).

En el contexto de sus surrealistas anuncios, el eslogan sirve para alabar la capacidad de Enron para cuestionar ideas convencionales. Pero, teniendo en cuenta todo lo que ahora sabemos de Enron, “Pregúntese por qué” suena casi como un reto inconsciente dirigido a los observadores externos: pregúntese por qué Enron tiene tanto éxito. Me recuerda a los grandes criminales que siempre dejan pistas para los detectives, como si quisieran jugar con ellos al gato y el ratón.

Desde un punto de vista más amplio, “Pregúntese por qué” es la moraleja de la película: no hay que dar nada por supuesto, hay que cuestionarlo todo. Estuve a punto de titular la película Enron: Ask Why, pero me di cuenta de que sólo funcionaría después de ver la película. Quienes no la hubieran visto se sentirían como si les estuviera soltando un sermón.

The Smartest Guys in the Room funciona porque es al mismo tiempo directa y tremendamente irónica. Lo que cuenta es que estos tipos se consideraban tan listos que creyeron que podrían burlar todas las normas. Si se llega al punto de pensar que las normas son una “afrenta” al “libre mercado”, un fraude como el de Enron pasa a ser una simple “evasión de impuestos”, una forma de derrotar al sistema con sus propias armas. Mientras sus más que bien pagados asesores refrendaran todo lo que se hacía en la empresa, Enron podía decir que cumplía las normas por mucho que, para un observador imparcial, resultara obvio que sus ejecutivos habían llevado a cabo un fraude de proporciones colosales.

En mi opinión (y en la de Bethany y Peter), el fraude de Enron no fue premeditado. Se trató más bien de un proceso gradual, lo que hace que sea aún más peligroso. Por eso Skilling puede seguir pensando que no hizo nada malo.

La cultura empresarial que Skilling implantó en Enron se basaba en una mala interpretación del famoso libro que Richard Dawkins escribió en 1976 sobre la evolución, El gen egoísta (The Selfish Gene). Skilling parecía convencido de que todo iría perfectamente si todo el mundo fuera tan codicioso como pudiera. Este sistema de valores sin valores alcanzó su apoteosis en California, donde los inversores de Enron se dedicaron a defraudar al sistema con auténtico fervor. Según las reglas del ideólogo del libre mercado, el hecho de que los inversores de Enron engañaran al sistema de California demostraría que el sistema desregulador del estado era “defectuoso” y le obligaría a corregirse. Desde su punto de vista, tenían la tranquilidad de estar “del lado de los ángeles”, por usar las palabras de Jeff Skilling. ¡A largo plazo, defraudar a California sería bueno para el estado! Como suele decirse, “no pain, no gain”, sin dolor no hay beneficios. Así que hicieron un “experimento” con el pueblo de California, creando enormes problemas económicos mientras ellos ganaban millones.

Personas, filmaciones y cintas de audio

Bethany McLean y Peter Elkind han escrito un libro excelente. Desde el principio se dieron cuenta de que la película iba a ser algo distinto, pero siempre estuvieron dispuestos a ofrecerme contactos, consejos, sugerencias y críticas constructivas. Sus intervenciones ante la cámara resultaron espléndidas y, desde luego, fueron una ayuda inestimable en la parte más difícil de la historia: conseguir que la gente hablara.

No resultó nada fácil hablar con las personas implicadas. Gracias a la ayuda de Peter y Bethany, pude mantener conversaciones con altos cargos de la empresa que querían contar lo ocurrido en Enron. Hablé horas y horas con personas que lo habían visto todo desde el mismo epicentro de la acción. Pero lo más complicado de todo, casi imposible de hecho, fue convencerles de que hablaran ante la cámara. Durante mucho tiempo tuve que hacer frente a batallas legales. La mayor parte de los antiguos empleados, inocentes o no, tenían miedo del Departamento de Justicia (que nunca nos prestó ninguna ayuda). Además, muchos temían que una aparición ante las cámaras les obligara a testificar en alguno de los juicios abiertos. Una declaración jurada puede llegar a costar 50.000 dólares, una cantidad nada desdeñable.

Las consecuencias prácticas del proceso legal dejaron al descubierto una ironía de la que debería haber sido consciente desde el principio: la búsqueda de la justicia no siempre es igual a la búsqueda de una verdad con matices. Las personas que finalmente hablaron no lo hicieron sólo para demostrar su coraje, que me impresionó, sino que estaban convencidas de que había también cuestiones morales que se debían discutir. Exceptuando a los investigadores (periodistas, abogados y un columnista), casi todos los que hablaron con nosotros corrían algún riesgo. Algunos decidieron hacerlo porque consideraban que su testimonio podía ser importante. Antes o después, todos tuvieron que tomar una decisión.

Las personas con más coraje de todas las que entrevistamos fueron probablemente Amanda Martin Brock, una antigua ejecutiva de Enron, y Colin Whitehead, un inversor de Enron en Portland que nos contó lo que la empresa había hecho en California. Los dos tenían mucho que perder al exponerse así, pero ambos decidieron que debían contar la verdad sobre lo ocurrido. Ellos nos ayudaron a poner un rostro humano a la historia. Mike Muckleroy, antiguo ejecutivo de Enron y veterano en el mercado de inversión, se decidió a hablar por la furia que sintió cuando escuchó a Ken Lay en el programa de Larry King, poco después de que se formularan cargos contra él. La ira y la traición son emociones muy útiles para periodistas y directores de cine.

Demonizar a todos los que formaron parte de Enron resulta demasiado sencillo, aunque la mayor parte de los empleados no tuvo nada que ver con el fraude. Además, teníamos que presentar la historia dentro de su marco temporal. La verdad es que, en el contexto del mercado alcista, mucha gente sintió la tentación de actuar como lo hicieron en Enron. Y, en empresas de todo el país, muchos cayeron en esa tentación.

Hice todo lo posible para conseguir que Skilling apareciera en la película. Le escribí y le dejé muchos mensajes en su contestador, pero no recibí respuesta. Alguien me dijo que quería hablar, pero que sus abogados no se lo permitían. Una cosa es segura: le encanta hablar de las excelencias de Enron y de cómo “ellos” (ese misterioso “ellos” de los medios de comunicación) destruyeron la empresa. No pude evitar pensar en él como en un moderno Odiseo, seducido por los cantos de sirena del micrófono y la cámara pero atado a la mesa por sus abogados.

Yo tenía mucho interés en hablar con él, ya que Skilling era el verdadero cerebro de un proyecto que cautivó la imaginación del mundo empresarial americano de finales de los años 90. Le veo tal y como me lo pintaron Bethany y Peter: un hombre dividido entre la grandiosa imagen de Enron que él había creado y la triste realidad en la que se había convertido. Como Jay Gatsby en El gran Gatsby, Skilling es el prototipo de americano hecho a sí mismo. Se sometió a un profundo cambio físico y psicológico que le transformó de un ignorado consultor en un carismático líder de empresa que llevaba a sus ejecutivos a peligrosas excursiones de motocross como si, igual que los personajes de La feria de las vanidades, quisieran demostrar que eran los que “la tenían más grande” en el consejo de administración. Sólo él tuvo el valor (o la “imaginación”) de llamar a Enron “La Primera Empresa del Mundo”. Y fue muy convincente, por lo menos entre los analistas empresariales: en una conferencia llegaron a referirse a él como “el mejor CEO de América”.

También intenté ver a Ken Lay, sobre todo cuando “reapareció” y empezó a hablar en público con gente como Larry King o Kurt Eichenwald del New York Times, a quienes consideraba potenciales aliados de su causa. Pero los representantes de Lay no permitieron que me reuniera con él. Llegaron incluso a intentar prohibir mi asistencia a una rueda de prensa que dio después de haber sido acusado oficialmente. Hicieron que los guardias de seguridad me echaran de allí, pero monté una escena (que filmé) y finalmente Mike Ramsey, uno de los abogados de Lay, cedió y me dejó entrar.

Creo que los dos (Skilling y Lay) se hubieran hecho un favor a sí mismos dejándose entrevistar. Pero aunque no lo hicieran, Lay y Skilling están muy presentes en la película (y dejan muy clara su capacidad como ejecutivos) por sus apariciones en las juntas de Enron y por las muchas escenas del testimonio de Skilling ante la comisión del Senado. Tengo que reconocer que Skilling demostró valor en esas sesiones. Seguro que a sus abogados no les gustó nada.

Para la película era muy importante que encontráramos material de archivo que no se hubiera hecho público. Enron era un auténtico filón de materiales a los que yo no podía acceder. El Departamento de Justicia tiene copias de esas cintas, pero Enron se negó a cedérnoslas. Tal vez se hagan públicas cuando hayan terminado todos los juicios. Por lo que respecta a los vídeos de las juntas de accionistas de Enron y las cintas de audio de los inversores, siento no poder dar demasiados detalles sobre su origen. Lo único que puedo decir es que casi todas las personas a las que pedimos algún material salían huyendo inmediatamente. Pese a todo, conseguimos algunas grabaciones extraordinarias acudiendo a fuentes no oficiales, que suelen ser las más fiables.

Es interesante mencionar que, durante la crisis energética de California, Enron se burló de quienes acusaron a sus inversores de defraudar al mercado. El departamento de relaciones públicas de Enron llegó a referirse a los críticos como “histéricos” y “comunistas”. Gracias a los servicios públicos de la ciudad de Snohomish (que rescataron cientos de horas de esas cintas como parte de un proceso judicial contra Enron) y al famoso memorando Yoder-Hall, hoy sabemos lo que ocurrió realmente. Una vez más, merece la pena “preguntar por qué”.

Mientras preparábamos el documental descubrí a una mujer que, según mis fuentes, había sido contratada por Skilling para que hiciera una película sobre su versión de los hechos. Ella fue quien filmó muchas de las juntas de la empresa y supuestamente tiene material “secreto” enterrado en su jardín de atrás. Todavía no sé si eso es verdad. Le pedimos las imágenes, pero se negó a colaborar con nosotros. Si Skilling está haciendo una película, estoy seguro de que tendrá un buen guión, una producción impecable y resultará de lo más convincente. Podría haber dirigido un estudio cinematográfico (hay quien dice que ya lo hizo… en Enron).

Otra nota importante: la producción de “noticias controladas” es al mismo tiempo el motivo del reciente éxito de los documentales independientes (que ofrecen un punto de vista original y libre de ataduras) y el mayor obstáculo para que se hagan. Hubo un tiempo en que los archivos de noticias de las grandes cadenas consideraban su material como un recurso con valor histórico al que todo el mundo tenía acceso. Ahora, le aplican las mismas normas que en el mundo del espectáculo. ¿Quieres imágenes de Brian Williams hablando de la burbuja bursátil? Pues prepárate a pagar para conseguir un permiso especial, porque el suyo es un “talento” muy caro al que la cadena quiere tener acceso en exclusiva. Nadie debería tener la “exclusiva” en historia. El hecho de que se necesiten permisos especiales es también una excusa para que las grandes cadenas nieguen material a producciones con las que no están de acuerdo. En el caso de Enron (y en el de muchos otros documentales), estas nuevas políticas pueden tener un efecto devastador. No deja de ser irónico, dado que todas las grandes cadenas intercambian material con toda libertad y sin ningún coste en aplicación de la doctrina de “uso legítimo”.

Sobre política y grandes empresas

Mucho se ha hablado sobre la relación entre la familia Bush y “Kenny Boy” Lay. Removimos cielo y tierra en busca de algún indicio, pero no dimos con ninguno hasta la crisis energética de California, cuando Bush demostró ser muy agresivo haciendo “nada” mientras California era saqueada por Enron y otras empresas energéticas. Bush tenía una base ideológica: “déjate llevar por la fuerza: la magia del mercado”. Su inoperancia tuvo enormes consecuencias para la economía de California y, en último término, para su panorama político.

Las grandes empresas y la política seguirán manteniendo una relación muy estrecha mientras los políticos sigan necesitando sumas de dinero cada vez más grandes para presentarse a unas elecciones. Pero Enron no habla de la relación entre empresa y política, sino que intenta mostrar cómo funciona el capitalismo a gran escala. La película examina la enorme diferencia entre el capitalismo real y las explicaciones sobre oferta y demanda que aparecen en nuestros libros de texto. Los bancos de inversión y las grandes empresas forman un universo cerrado en el que unos pocos poderosos mueven los hilos ocultos a los ojos del público y (especialmente en el caso de mercados clave como el de la energía) imponen un “poder del mercado” que no tiene nada que ver con la competencia entre iguales ni con relaciones francas entre consumidores y productores. Enron y otras empresas de energía se aliaron para destruir el mercado en California.

El caso Enron es importante porque lleva hasta su conclusión lógica el principio del “business as usual” (el negocio como siempre). No se trata de ninguna excepción a la regla, sino sólo de un caso extremo de la forma en que se hacen las cosas más a menudo de lo que pensamos.

– Alex Gibney, director

Autor

  • JAE
    Jose Escribano

    Responsable de Contenidos en Informativos.Net

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