Año 1943. Los Nazis quieren un Berlín “limpio” de judíos. Casi 70.000 judíos han sido deportados de la capital del Reich alemán en los últimos meses. Los últimos judíos serán llevados a Auschwitz en abril. Entre los pocos judíos que todavía se encuentran en Berlín reina el miedo. Cada día, cada noche, puede venir la Gestapo, irrumpir en sus casas, apalizarlos, arrastrarlos a la calle y deportarlos en camiones. Y de pronto el terror se convierte en certeza para 688 judíos. Jóvenes o viejos, hombres, mujeres, niños, familias, matrimonios, embarazadas, extraños o amigos, académicos, artistas o trabajadores, eso ya no tiene importancia. Todos son llevados a la estación de Grunewald – vía 17 – y encerrados en vagones de ganado. Un viaje en tren con un sólo destino: Auschwitz.
El viaje a la muerte segura dura seis días. Comienza una lucha contra el calor insoportable, el hambre y la sed. En su desesperación, algunos intentan huir, entre ellos, Henry y Lea Neumann con sus dos hijos, una pareja de enamorados, el cabaretista Jakob Noschik y la pianista Gabriella Hellmann, el Dr. Friedlich, un jóven y valeroso hombre llamado Albert Rosen y la jóven Ruth Zilbermann.
Primer Día
Para las cerca de 100 personas, que han sido encerrados en el tren, empieza un horrible martirio. La indescriptible estrechez, el mal olor y el miedo a la deportación quitan el aliento. ¡Un cubo con agua tiene que llegar para todos! Como servicio sirve un segundo cubo. Una mujer se desmaya. Algunos golpean con los puños las paredes de madera del vagón. Pero la mayoría intenta mantenerse tranquilo. Lo peor ahora sería pánico o histeria de masas. Lentamente se pone en movimiento la locomotora de vapor. El tren sale de la estación. El destino toma su camino.
Pronto empieza la disputa por el agua. Finalmente, Henry Neumann consigue que al menos las madres lactantes y los niños tengan algo de agua. Todos empiezan a darse cuenta de lo serio de su situación, y Albert Rosen idea un plan: serrar los barrotes de las ventanas. Un chico delgado podría salir fuera a través del hueco y abrir las pesadas puertas del vagón desde fuera. Podrían ir saltando a la libertad uno detrás de otro. Rápidamente un chico de 16 años se presenta voluntario para llevara a cabo la peligrosa misión. Pero primero hay que serrar los barrotes.
Apenas han empezado con la ardua tarea, el tren entra en una estación. Desde el vagón piden agua a los pasajeros que están esperando en la estación. Pero bajo la amenazante mirada de los vigilantes nazis nadie se atreve a ayudarles. Un soldado dispara unas cuantas veces con su ametralladora al aire y contra la pared del vagón para asustar. Pero la bala mata a una mujer en el interior del vagón.
El tren continúa su camino. En la siguiente estación es aparcado en una vía auxiliar. Calor, disputas, dudas, desesperanza y un miedo insondable convierten la espera en un sufrimiento. De pronto para un tren. Salen soldados: SS ucranianos, los peores de todos. opina Jakob Se hace de noche y la gente intenta encontrar algo de descanso.
Segundo Día
El nuevo día comienza con oraciones matinales, gritos de niños y desesperación muda. Los vigilantes nazis deciden llevarles algo de agua a los prisioneros. Pero este “acto de buena voluntad” debe ser realizado también por las unidades de SS ucranianas. A través de las ventanas ven que fuera, junto a las vías, se están construyendo horcas. ¿Quizás para ellos? Gracias a Dios no. Al anochecer deben presenciar como partisanos son traídos y colgados uno a uno. Se hace de noche. De pronto los SS ucranianos empiezan a pasearse ruidosamente sobre los techos de los vagones. Uno incluso se descuelga y empieza a disparar por la ventana sin apuntar. Gritos, pánico, espanto. Obersturmbannführer Crewes de las SS, comandante de la tropa que acompaña al tren, pone fin a esta pesadilla, pero no por humanidad, sino por pura y sorda obsesión por el deber. Simplemente le pega un tiro al soldado en el tejado.
Tercer Día
El trayecto en tren continúa. Henry, Albert y unos cuantos más se van relevando en el trabajo de serrar los barrotes. Las personas en el vagón intentan darse mutuamente algo de esperanza y consuelo. Unos sueñan despiertos, otros intentan organizar los trabajos internos cómo la organización de sitio para dormir, servicios y lugar para el agua. Al amanecer, por fin, han acabado de serrar los barrotes. Rápidamente, antes de que salga el sol, el chico sale por la ventana y se descuelga del vagón de tren. Pero resbala. Ante los ojos de sus padres, se despeña hacia la muerte.
En ese momento Ruth reúne todo su valor y dice con determinación “¡Yo puedo conseguirlo!” La chica consigue deslizarse y abrir el portón del vagón. Llenos de impaciencia dos jóvenes saltan del tren en plena velocidad, pero un soldado les ve y les dispara. Los dos hombres caen muertos junto a la vía. En el vagón, intentan colocar los barrotes en la ventana para disimular y poder así esperar un momento mejor para la huída.
Cuarto día
Por la mañana, los soldados sacan a los prisioneros del vagón en busca de cuchillos o armas. Los soldados registran los vagones, pero no encuentran nada. El sargento mayor camina entre las filas. Quiere averiguar donde están escondidas las herramientas y a quien pertenecen. Primero escoge a Henry y lo interroga violentamente pero no consigue ninguna confesión. Luego el nazi lo intenta con la hija de Henry e intenta que Nina traicione a su familia y a todos en el vagón. Pero ella mantiene la boca cerrada. El sargento mayor abandona, pero ordena colocar el doble de alambre de espino alrededor de las ventanas. Cuando esta cínica parodia está llegando a su fin un hombre mayor pide algo de comida y es asesinado a sangre fría por Crewes. El tren sigue…
A pesar del miedo a la muerte y la desesperanza creciente, Henry no abandona. Rápidamente se decide un nuevo plan. Quieren romper el suelo de madera detrás del eje. Sin demora los hombres se ponen a trabajar. Pronto paran otra vez en una estación y otra vez suplican comida y agua y esta vez sus ruegos encuentran respuesta. Los soldados les alcanzan agua y pan entre los barrotes. Crewes quiere impedirlo de cualquier manera y empieza una fuerte disputa entre las dos soldados. Se amenazan mutuamente con el fusilamiento. Para acabar con esta situación, Crewes ordena inmediatamente la salida del tren. Aún así, algo de agua y pan alcanzan al tren.
Quinto Día
La situación en el vagón se hace crítica por momentos. La gente está al borde de sus fuerzas físicas y psíquicas. De nuevo para el tren. Y de nuevo Henry pide a los soldados algo de agua para su hijo pequeño pero es rechazado. Entonces Jakob intenta entretener a los soldados con canciones y chistes a cambio de algo de comida y bebida. Pero tampoco tiene éxito. Entonces a Gabriella se le ocurre la idea de vender su reloj a cambio de agua. Y por fin consiguen que les rocíen con mangueras de agua. Los más débiles tienen que sorber los restos del valioso líquido del suelo. Un espectáculo sobrecogedor… El tren abandona la estación y continua su camino hacia el campo de exterminio. Pero la muerte no espera hasta Auschwitz. Esa noche se lleva al hijo pequeño de Henry y a otros…
El agujero en el suelo ha crecido. Pero no es suficientemente grande para los adultos. Dado que el tiempo apremia, se decide que tanto Nina, como otros niños y mujeres delgadas salten hacia la libertad en cuanto pare el tren. Primero Lea intenta pasar por el hueco pero no cabe. Justo en el momento en el que Nina y Ruth quieren intentarlo, el tren se vuelve a poner en marcha. Demasiado tarde. Poco después entran en una estación. Esta vez primero Ruth, y luego Nina consiguen evadirse por el agujero. Ya han cruzado las vías, cuando Nina se queda atascada en una vía con su zapato. Otro tren se acerca. Se aproxima a ella. Se encienden los focos de búsqueda. Los soldados ven a los fugitivos. El otro tren pasa de largo con estruendo. Cuando Lea vuelve a mirar por el hueco, Nina y Ruth han desaparecido. Lo han conseguido.
Sexto Día
Durante la noche, el Dr. Friedlich se ha liberado a sí mismo y a una compañera del sufrimiento y ambos se han suicidado. Por la mañana, finalmente el tren entra en Auschwitz. Demarcados por el sufrimiento y el hambre, los supervivientes del transporte son empujados hacia el campo de concentración. Jakob abandona último el vagón. Todavía en la rampa, entona el himno a al alegría y le disparan. Nina y Ruth están muy lejos. En el campamento, los prisioneros intentan encontrar el valor para vivir. Sólo ellas dos han escapado a las cámaras de gas.

