Cierto paso hacia delante en creatividad que abre al diseñador un nuevo abanico de posibilidades tanto en tejidos como en formas y abalorios, que, sin duda, se materializará en colecciones venideras. Y es muy agradable pensar en las posibilidades evolutivas de un diseñador e incluso especular sobre como será esta evolución, porque de esta manera es como se mantiene la ilusión en la celebración de próximos certámenes de moda, en este caso, la nupcial.
El lino, inmaculado y dignificado material rural que hasta ahora había sido la base fundamental de Peiró, ha sido, en esta ocasión, casi secundario dejando paso a otros tejidos no más nobles pero sí de mayor lujo, como las sedas, las organzas y los tules, que de repente aparecen bordados con pedrería al modo de estampado-cenefa muy de los ’70 y, por tanto, vintage. Una época a la que el diseñador vuelve cada vez que puede, en busca de un soplo de inspiración basada en una filosofía “happy” que transformó el mundo.
Bellísima esta colección de cortes tradicionales que brilló por su naturalidad y su poco afán de destacar, anteponiendo la sensibilidad de las novias a la imposición de una tendencia. José María Peiró es de esos valores seguros que siempre quedan en un segundo plano en lo que a pasarela se refiere por su discreción y su trayectoria profesional impecable y sin altibajos, pero también un de los comodines de Gaudí Novias y el ejemplo de calidad al que muchos recurrimos.
Un diseñador que viste a novias naturales que prefieren las “espardeñas” a los Jimmy Choo, las “esclavas” a los “letizios” y el azahar a las orquídeas, pero que quieren estar bellísimas el día de su boda.
Gema Castellano