A partir de un hecho histórico surgen las preguntas que componen la trama de esta película de aventuras: ¿Qué pasó después de haber derrotado al ejército francés?, ¿Qué hizo la poderosa máquina de Bonaparte? ¿Qué fue del héroe de Bruc?… Cuando la máquina de guerra más perfecta de la historia descubre que su primera derrota se debe a un joven resistente, Napoleón envía a seis mercenarios curtidos en mil batallas con una sola misión: cortarle su cabeza. Tras asesinar a sus seres queridos, el grupo de mercenarios se lanza en su búsqueda en los lugares recónditos y mágicos de la sagrada montaña de Montserrat. El joven, al que llaman Bruc por el lugar de la batalla, deberá luchar solo para sobrevivir y vengar a su familia. Se convierte así en un símbolo de libertad y esperanza para su país, que distingue en él a un héroe que consiguió lo que nadie había logrado jamás: derrotar al ejército invencible de Napoleón Bonaparte.
El film está protagonizado por Juan José Ballesta, Vincent Pérez, Santi Millán, Astrid Bergès-Frisbey, Nicolás Giraud, Moussa Maskri y Jerome Le Banner. La idea del guión de Bruc, El Desafío se le ocurrió al productor Jordi Gasull en una de sus visitas a Montserrat. Pasando por delante del monumento dedicado a la memoria del joven héroe de la batalla del Bruc, empezó a recordar aquella historia que había escuchado en tantas ocasiones…
Principios de junio, 1808: España empezaba a levantarse contra el invasor francés. El 4 de junio una columna napoleónica al mando del General Schwartz, formada por 3.800 hombres, parte rumbo a Zaragoza con el propósito de sofocar a los rebeldes. Al pasar por la zona del Bruc, próxima a Montserrat, sufre una emboscada por parte de un grupo de insurgentes. La situación de España y el repicar insistente de las campanas de todos los pueblos hace temer al general Schwartz que se trata de un alzamiento general y decide abandonar su misión. Cuando se bate en retirada para regresar a Barcelona, se enfrenta contra un grupo de resistentes, y sufre una dolorosa derrota con 300 bajas y la pérdida de un cañón.
Cuenta la leyenda que esta primera debacle de Napoleón fue obra de un joven carbonero que, con la ayuda del eco de las montañas y el golpeo de su tambor, hizo creer a los soldados franceses que había todo un ejército esperándoles en las alturas, desencadenando así el caos, la confusión y la muerte.
Pero allí donde la leyenda ponía el punto y final, con un desenlace feliz, Gasull adivinó el inicio de una aventura apasionante. Pensó que, cuando llegó a los oídos del Alto Mando francés, la derrota supuso un grave revés para un ejército que jamás había perdido una batalla. Y la pregunta fue: ¿cómo habría reaccionado Napoleón? ¿Qué habría ordenado contra ese joven que había causado su primera derrota? ¿Y qué habría sido de él? La respuesta se encuentra en Bruc, El Desafío.
Gasull llamó a Edmon Roch (Perfume. Historia de un asesino), con quien estaba produciendo Lope, y le contó la idea. Roch se entusiasmó enseguida. Vio que allí había una película de acción, que entroncaba con un acontecimiento histórico que permitía reforzar la mitología popular, y ambos se pusieron manos a la obra. Como decía Gasull “era como hacer Acorralado pero en las guerras napoleónicas, y en el incomparable marco de las montañas de Montserrat”. Para Roch, la idea era “no contar la batalla del Bruc sino empezar por su secuela: qué ocurrió después de lo que narran los libros de historia”.
Benmayor se involucró desde el primer momento. Decidió apostar por la película de acción y tensión, y enterrar la reconstrucción historicista. “No quería reconstruir el pasado. A mí me interesaba explorar cómo un chaval normal se veía forzado a luchar por su supervivencia, no narrar un episodio histórico de héroes y batallas”. Para el papel del joven carbonero, Benmayor y los productores coincidieron inmediatamente en el mismo actor: Juan José Ballesta.
Ballesta tuvo una respuesta entusiasta. “Siempre había querido hacer una película de acción, y ésta era una oportunidad que no podía desaprovechar”. Tuvo que recibir clases para saber comportarse como un somatén del siglo XIX, aprender catalán, y conocer todos los detalles del oficio de carbonero. Después de muchos meses de ensayos, estaba listo para interpretar al joven héroe.Bruc, El Desafío se rodó durante ocho semanas, entre el 15 de junio y el 6 de agosto de 2009, y contó con un largo proceso de preproducción. Xavier Ruiz, a las órdenes de Benmayor, estuvo meses investigando hasta los más nimios detalles: cómo era el mundo de los carboneros de Montserrat, cuáles eran las armas al alcance de los escuadrones de élite franceses y cuáles las de los ejércitos locales, cuál era el aspecto de la abadía de Montserrat antes de ser arrasada por el fuego de los invasores, o cómo era la vida cotidiana en los primeros años del siglo XIX. A su lado, el diseñador de producción Antxon Gómez (Che, Los abrazos rotos, Salvador (Puig Antich), La mala educación), empezaba a localizar, diseñar y visualizar la película.
‘Making of’ de la película «El Bruc»
Gómez apostó por las localizaciones naturales y por huir de los estudios de rodaje. “Me enfrentaba a mi primera película de siglo XIX y contaba con el reto de un presupuesto ajustado. Pero las mayores dificultades fueron visualizar el interior del Monasterio de Montserrat, que ha cambiado mucho, y la famosa escena de la batalla del Bruc, ya que el sitio donde ocurrió de verdad carecía de la espectacularidad que requería la cámara”. Para Montserrat encontró la maravillosa arquitectura gótica del Monasterio de Santes Creus, y para lo segundo tuvo que rastrear toda la geografía hasta acabar dando con el Parc Natural dels Ports d’Arnes, en las tierras de Lleida, cuya formación rocosa coincidía con la de Montserrat. El pueblo del Bruc se localizó en la vecina población de Mura, y la casa del ermitaño en una masía del siglo XII excavada en la roca, el Puig de la Bauma, que también acogió el campamento francés y el combate de boxeo. Las espectaculares cuevas de la batalla final son las famosas cuevas del Salnitre de Collbató, en la ladera de Montserrat.
Todos los departamentos trabajaron hasta el último detalle. El vestuario quería ser realista y con una base histórica, huyendo de los fondos de armario que tanto ha usado el cine histórico español.
Francesca Sartori (El Oficio de las Armas, Alatriste) realizó el diseño de los personajes principales para que luego Ariadna Papió, que ya había trabajado con los productores en Perfume. Historia de un asesino, elaborara una respetuosa reinterpretación de la época con elementos que parecen tremendamente contemporáneos y que entroncan con el mundo del cómic. Papió eligió cuidadosamente las texturas y luego se dedicó a ambientar, desgastar, romper y retocar todos y cada uno de sus vestidos individualmente para darles una personalidad distinta. Al tratarse de una película de acción, la ropa se tenía que tener por duplicado, y a veces por triplicado y cuatriplicado. “Y más” –confiesa Papió-. “En el caso de Baraton, que interpreta Jérôme Le Banner, era extraño el día en que su ropa no se rompiera, rasgara o quedara prácticamente destruida”. Para caminar por las montañas, Papió tuvo que trabajar soluciones específicas para las suelas de todos los calzados, y para cortar y realizar diseños tan específicos confió en los profesionales de Cornejo, quienes confeccionaron todos los trajes de los protagonistas desde Madrid. Una vez en Barcelona, la nave de vestuario servía para separar, almacenar y ambientar las piezas, mientras los actores empezaban a desfilar para los últimos retoques.
Y mientras Juan José Ballesta y Vincent Perez siempre habían vivido en la mente de Benmayor para Bruc, El Desafío, se puso en marcha un casting en paralelo en Barcelona y en París bajo las órdenes de Pep Armengol y Nicolas Ronchi. Poco a poco fueron llegando los demás intérpretes: Astrid Bergès-Frisbey (Gloria), que acababa de completar Un barrage contre le Pacifique con Isabelle Huppert y que estaba a punto de embarcarse en la cuarta parte de Piratas del Caribe; Moussa Maaskri (Attab), Nicolas Giraud (Nouaille) y el luchador profesional de kickboxing y K1, conocido como el bulldog de Normandía, Jérôme Le Banner como Baraton. Santi Millán sorprendió a todos cuando se presentó ante Benmayor ya con un ojo tapado para interpretar el papel de De La Mata, lo que luego le supondría hora y media de maquillaje cada día de rodaje y, como él decía, “perder la visión en estéreo”. Armengol remató un reparto local con rostros marcados, propios del siglo XIX.
El rodaje supuso una aventura especialmente difícil, donde cada día suponía un nuevo reto. “Recuerdo cuando Benmayor nos dijo que quería llegar a todos los sitios más inaccesibles: los picos más altos de la montaña, los precipicios más escarpados, los lugares más recónditos” –dice Roch-. “Benmayor quería mostrar lo que nadie jamás había mostrado, y muchos creyeron que era imposible. Pero no lo era: era extremadamente difícil, pero es lo que la película pedía”.
Victoria Borrás, al lado de Roch y Gasull, no solo produjo la película sino que también llevó a cabo la dirección de producción junto a Jordi Berenguer. “Fue una hazaña. En mi vida me había enfrentado a un rodaje físicamente tan exigente. Teníamos que acceder a algunas localizaciones con mulas en fila india, llevando todo el material, con los actores andando con su bolsa de picnic, y la cámara y la maquinaria desmontada en piezas”. Rodar en el Parc Natural dels Ports d’Arnes la escena de la batalla del Bruc comportaba dificultades añadidas, porque allí habitan águilas protegidas y no se podía realizar el menor ruído para no alterar su hábitat natural. “Teníamos que rodar una batalla con cañonazos y disparos y el estruendo del tambor” –recuerda Benmayor- “y al mismo tiempo, que no se oyera nada, ni manchar el suelo de sangre, ni dejar la menor huella en la roca”. Se tuvo que hacer un recorrido con asnos cargando con todo el equipo desmontado en alforjas, lo que incluía una grúa con un brazo telescópico de 20 metros. “La ironía del caso es que una vez en el sitio exacto se desató un viento huracanado” –rememora Borrás- “que nos obligó a cambiarlo todo”. Allí había cientos de extras locales vestidos, maquillados y magullados como soldados cadáveres, ensangrentados, algunos arrojados al agua, que aguantaron estoicamente la jornada entera. “Al final, cuando íbamos a desmaquillarlos, nos pidieron que no lo hiciéramos. Querían regresar a casa así, como auténticos muertos en vida”. La imagen de todos esos figurantes abandonando el rodaje de esta forma era muy impactante.
Pero hubo más anécdotas, y hasta un accidente: en la segunda semana de rodaje, mientras ensayaba una de las numerosas escenas de acción, la joven actriz protagonista, Astrid Bergès-Frisbey, sufrió un grave percance con un caballo que le fracturó la muñeca. El rodaje se tuvo que reorganizar mientras Bergès-Frisbey era operada de urgencias por el Dr. Barrachina en Sant Cugat e iniciaba su proceso de recuperación. Afortunadamente, cuatro semanas más tarde volvía a estar rodando con toda normalidad.
Juanmi Azpiroz, colaborador fiel de Benmayor no solo en Paintball sino en la mayoría de sus campañas de publicidad, fue el encargado de la dirección de fotografía. “Fue un lujo” –reconoce Roch-. “Azpiroz y Benmayor se hablan con una mirada, y la película era terriblemente exigente en cámara y luz. El resultado fue fantástico.” A veces Benmayor operaba la segunda cámara, y se utilizaron las Red One por su agilidad y definición.
Caitlin Acheson, al frente del departamento de maquillaje y Amparo Sánchez al frente de peluquería, capitaneaban un equipo que se encargaba cada día de conferir a las pieles, cabellos y heridas la suciedad, textura y autenticidad deseadas. Ignacio Carreño y su grupo de especialistas conseguían que Juan José Ballesta saltara de un precipicio de treinta metros una y otra vez, al tiempo que Vincent Perez y Santi Millán se asomaban al vacío colgados de arneses, mientras Reyes Abades, al cargo de las armas y de los efectos especiales, hacía que explotaran granadas a su alrededor.
En otra localización, estallaba una carbonera por efecto de la pólvora mientras Perez se paseaba a caballo, y Abades incendiaba una antigua masía, o llenaba de niebla los días soleados. Borrás y Berenguer implementaron un complejo sistema de tirolinas para subir a las inaccesibles cuevas de Collbató todo el material, mientras que el equipo de arte transformaba Santes Creus en Montserrat. Sandra Sánchez, como directora de figuración, buscó a los extras en las inmediaciones de cada localización, explorando durante meses todas las caras marcadas, rostros de campesinos y una fisonomía que encajara con la del siglo XIX; a todos se les probaron los vestidos y se les hizo una inmersión en los procederes y andares de la época, para que todo resultara de la mayor naturalidad posible.
El 3 de agosto, en plena canícula de verano, ya en la recta final, el equipo de dirección apostó por filmar una de las escenas más complejas en lo alto de las agujas de Montserrat. Para ello, un equipo con noventa y tres personas subió todo el material en mochilas en un recorrido de hora y media de ascensión, con más de mil peldaños. Llegados a la cumbre, las nubes cubrieron la cordillera e impidieron el rodaje. “No nos lo podíamos creer” –recuerda Roch- “Estábamos ahí parados, en lo alto de Montserrat, en la primera semana de agosto… congelados de frío y sin poder vernos el uno al otro”. Las previsiones eran de cielo despejado… excepto en el microclima que se crea en las alturas. Dos meses después, en octubre, el equipo regresó y consiguió rodar estas escenas.
Acabada la fotografía principal, una segunda unidad capitaneada por Daniel Vilar siguió filmando durante más de cuatro semanas la grandiosa geografía de Montserrat, buscando la luminosidad exacta para poder retratar sus majestuosas agujas y conseguir lo que requería de sus paisajes. Se sobrevoló en helicóptero la cordillera, se consiguieron espectaculares tomas aéreas, y se filmaron las escenas con los lobos y el jabalí en distantes reservas naturales.
Una vez completado todo, el montador Marc Soria estuvo varios meses al lado de Benmayor para dotar a la película del ritmo y el tono necesarios, mientras El Ranchito se dedicó no solo a rematar la espectacular escena de la batalla del Bruc (rodada sin impactos en el Parque Natural de Arnes) sino también a devolver todas y cada una de las localizaciones y paisajes a cómo eran a principios del siglo XIX, borrando las antenas, repetidores y todo el impacto del hombre en los últimos doscientos años.
Para dotar a la película de su sonido espectacular, se confió en el diseño y montaje de Glenn Freemantle (Agora, Slumdog Millionaire) en los estudios de Pinewood, donde se realizaron las mezclas y se consiguió esa sonoridad tan especial. Mientras, Xavier Capellas componía la extraordinaria banda sonora que grabó en Ucrania, y la popular cantante catalana Beth (de Operación Triunfo) se incorporaba no solo para dar voz a las montañas sino para componer y cantar la canción de los títulos de crédito finales de la película. “Benmayor, quería que la música describiera a los personajes de la historia” –dice Capellas-. “Bruc y su familia son carboneros, viven en contacto con la tierra y la montaña de Montserrat, alejados del trajín de la ciudad”. Para reflejar el personaje, Capellas utilizó como solistas instrumentos étnicos y antiguos de cuerda, como el bouzouki y el laghouto, de viento como el duduk, y de percusión como el timbal para la batalla; la orquesta sinfónica, en cambio, evoca al mundo de los franceses, la Europa culta y rica de principios del siglo XIX.
Después de una posproducción larga y compleja de más de un año de duración, la aventura estaba a punto de llegar al gran público. Y lo hace de la mejor manera posible, de la mano de Universal Pictures, que ha creído en Bruc, El Desafío desde el primer momento.
Las localizaciones (por Antxon Gómez – Diseño de Producción-):
En Bruc, El Desafío, me pareció un acierto que las localizaciones se planteasen con tiempo y poder tener una preproducción tan holgada; no es fácil que esto suceda en el cine español. Los ejes eran: un desfiladero, la casa de Bruc, su pueblo, y Montserrat, con unas cuevas. Nada fácil, pero estoy francamente satisfecho de todo lo que encontramos. Fue difícil, laborioso, pero mereció la pena.
Los sitios no se puden mover: hay que ir donde están los mejores; tampoco podíamos construir según qué cosas: las podíamos recrear, engordar, optimizar… y eso es lo que hicimos. Encontrar el desfiladero fue lo más complicado: su amplitud, la vegetación, el color, la distancia, los accesos… Internet nos condujo a los Estrets de Arnes: un desfiladero con mucha vegetación no nos hubiese servido, pero Arnes tenía la adecuada, se podían apreciar perfectamente los soldados en medio de las rocas, ¡era perfecta! La labor dura quedaba para producción ya que se trataba de un parque natural aislado donde existían muchísimas limitaciones, pero lograron todo lo necesario: buen trabajo el suyo.
La casa de Bruc fue otro encuentro providencial: aislada, esbelta, en medio de la nada, detenida en el tiempo… Buscando por muchísimos rincones apareció la masía Mas Mora, en un día lluvioso con una cascada de agua cayendo delante, macalada en la roca, 21 generaciones de la misma familia: había que rodar allí, y Benmayor se apuntó el primero. Le encantaba, y además teníamos la bauma de can Solá en el mismo Montserrat, donde crearíamos la casa del ermitaño…
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