¿Cuáles son los objetivos del certamen?. Esto es lo que algunos nos preguntamos a la hora de analizar los resultados, un tanto, diremos, abstractos y dispersos, de esta polémica pasarela que parece -siempre ha dado esa impresión- se creó con escaso criterio práctico y como parche para justificar la repentina desaparición de todas las iniciativas de moda que un día abanderaron al sector del diseño en Barcelona.
Y lo cierto es que, a juzgar por la casi nula actividad del “show room” -desde donde las marcas emergentes intentan proyectar sus colecciones hacia los canales de venta- los resultados de la “080” en su cota comercial son, cuanto menos, escasos; y eso no es una buena señal tras ya seis años de vida. La Pasarela, sin embargo, sí cumple sobradamente y entre comillas su objetivo; ese que -según el titular de la Conselleria de Innovación y Empresa de la Generalitat de Cataluña, Josep Huguet– se traduciría en una «espectacular afluencia de público«.
No cabe duda de esto. Cuando las puertas de la Pasarela se abren, legiones -cientos- de “teenagers” con aspecto de ‘fashion-victims’ y lógicas ganas de destacar por su imagen diferente, se precipitan sobre las gradas para hacerse con el mejor lugar que les permita ver y -sobretodo- ser vistos; si es posible con un sitio el el ‘front-row’ (primera fila), porque así la foto para el Facebook queda más interesante. Una marabunta juvenil totalmente ajena, comprensiblemente, a los problemas y “sinvivires” de un sector -el de los diseñadores alternativos y emergentes con vocación de empresarios- que pretende ser tenido en cuenta y tomado en serio por los mercados.
Realmente esta Fashion Party queda populista y moderna, pero no resulta demasiado ético -habida cuenta de los tiempos que corren- realizar una inversión de un millón y medio de euros en una “iniciativa lúdica de exaltación del ego adolescente” -porque la Pasarela 080 no es otra cosa que eso- mientras barajamos datos catastróficos como los que afirman que más de 25.000 familias en Barcelona se ven obligadas a vivir con 400 euros mensuales. No es demagogia. Los datos chirrían. Y es que el colorido que da esta marea juvenil es fantástico, mientras esté respaldado por una parte seria que aúne el negocio, con la promoción y el retorno de las inversiones. Esto no ocurre.
Así que, en definitiva, nadie está absolutamente satisfecho. Y no porque la insatisfacción forme parte de la condición humana -que sí, pero no es este caso- sino porque, realmente y pese a las buenas intenciones, esta iniciativa multidisciplinar de moda no tiene, definitivamente, ni objetivos concretos ni una estrategia de actuación. Así, cada colectivo participante -tanto expositores del showroom, como diseñadores que desfilan en la pasarela o diseñadores extranjeros invitados- habla de unas perspectivas incumplidas pero lo hacen con la boca pequeña; con el temor de que si protestan podrían quitarles la única oportunidad.
Y este razonamiento es un error. Porque la exigencia es la antesala de la excelencia y son ellos mismos, los interesados -los diseñadores y las empresas participantes- los que deberían asegurarse de que tanto su dinero, como sus esfuerzos y, cómo no, el presupuesto de ayudas oficiales -que no es más que un aporte económico de todos los contribuyentes a su iniciativa- ofrecen el máximo retorno posible; un retorno cuantificable al margen de las cifras oficiales que se presentan y que rozan el ridículo.
No conseguiremos un proyecto ‘fashion’ creíble, honesto, serio, internacional, consolidado y perdurable si no somos exigentes y conscientes de que las ayudas oficiales son el esfuerzo de todos por conseguir que un proyecto de haga realidad. Pero la exigencia, insisto y valga la redundancia, debe partir de los propios beneficiarios de estas ayudas. Sin miedos y sin el convencimiento de que es mejor callar y ‘pillar’.
Gema Castellano
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