Es la primera vez que Letizia de España se pasea por el pabellón 14 del recinto ferial de Madrid -IFEMA- en apoyo del que, desde que desapareció la Pasarela Gaudí, es el certamen de moda más importante de España; y su presencia es noticia porque -tal y como evolucionan el sector, la industria y las previsiones de recuperación económica- toda la ayuda es poca.
En su afán de arrimar el hombro -tal y como corresponde a su cargo y a su profesionalidad- Doña Letizia ha dedicado dos horas a contentar a todos con su presencia, su atención y la foto para el recuerdo; y mientras la observaba durante el largo recorrido he tomado consciencia -y no puedo evitar comentarlo, aún cuando no tiene nada que ver con mi exposición- de cuanto le gusta a la Princesa de Asturias el color lila, sobretodo cuando viste de sport o semi-sport. Un color que se asocia historicamente al feminismo según me hizo notar, en una ocasión que yo lucía unas sandalias de ese tono, un antiguo y muy querido profesor de historia.
Una vez hecha la anterior reflexión y después de elucubrar sobre este detalle de gusto personal tan sutil y de poca importancia aparentemente -su color preferido- no he tenido por menos que replantearme ciertas cosas tales como la creencia popular de que es una mujer de carácter -entendiendo el término carácter como sinónimo de soberbia-, que ha revolucionado el palacio de la Zarzuela o que su mal genio ha provocado el rechazo de las infantas Elena y Cristina, entre otras cuestiones.
Y yo me pregunto. ¿Y si lo que le pasa a la Princesa es llana y simplemente que es feminista?. Una princesa feminista -con todo lo que ello conlleva- en un país, España, todavía marcadamente machista -no nos engañemos- no sólo por parte de los hombres, sino también de las mujeres, de los empresarios, de los banqueros o del clero -con el que mucho topamos en este asunto- aún cuando los partidos políticos incluyen mujeres en sus filas para atraer nuestro voto. Si así fuera, poco podríamos reprochar a Letizia Ortiz que nos mirara a todos con indiferencia desde lo alto de sus plataformas; bien merecido lo tendríamos por no saber descifrar su mensaje-ejemplo de liberación de la mujer.
Porque así se entenderían, entre otras actitudes, su insistente negativa a ser tratada como un simple icono fashion, como una mujer florero o incluso su absoluta repelencia ante la idea de una excesiva exposición de sus hijas ante la prensa como si fueran “monos de feria”. En cualquier caso, La Princesa Letizia ha inaugurado por primera vez en su historia como consorte la Pasarela Cibeles, El EGO, para ser más exactos, que no es sino la pasarela de los diseñadores emergentes, la mayoría de ellos jóvenes, dando así un contenido más espiritual que material a la segunda intención de la Fundación que el Príncipe y ella han creado con la herencia que han recibido de un millonario menorquín -el fomento de las oportunidades para la juventud- porque la primera ya sabemos que es el apoyo a la Monarquía. Y confieso, al verla tan entregada en el cumplimiento de sus obligaciones de apoyo, que mis elucubraciones han ido encaminadas a preocuparme por el tipo de dificultades que debe atravesar el certamen para que la Princesa tenga que salir al rescate.
La princesa y ‘el Burger King’, que -con todos mis respetos hacia la marca- no corresponde al perfil-style deseado para una pasarela de moda con vocación de una internacionalización que, me temo, los problemas endémicos del propio certamen -que nadie está dispuesto a afrontar- y la propia crisis cada vez alejan más. Pero no adelantemos acontecimientos. El Ego ha comenzado a medio gas, con una exposición global de moda mediocre, falta de recursos y escasa de creatividad; pero todavía quedan muchas jornadas de moda. A partir del domingo serán los pesos pesados de la Asociación de Creadores los que deberán poner la carne en el asador, y a estos -a los responsables últimos de que en España tengamos industria de la moda o no- sí que les vamos a exigir buena gestión de la creatividad y la calidad. Cibeles cuesta tres millones de euros y !por apoyos, que no quede!.
Gema Castellano
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