Y es que la anarquía con la que los miembros y miembras del “clan” se han tomado sus apariciones por Puerto Portal en los últimos años, no gusta al monarca.
“Esto no son vacaciones”, se lamentaba Letizia Ortiz públicamente el pasado verano mientras andaba ‘rebufando’ y castigando con ‘latigazos de melena’ a todo el que intentaba saludarla. Y digo Letizia Ortiz porque, seguramente, la Princesa de Asturias jamás hubiera adoptado esos modales. Pero entonces era entonces y ahora es ahora; y ahora, con la que está cayendo, a pesar de que sus privilegios no hayan menguado ni un ápice desde que cambió el sillón del Telediario por el trono del Principado norteño, es el Rey el que tiene la última palabra; y punto.
Al parecer, el pueblo y ella no se ponen de acuerdo. Los súbditos del Rey aceptaron y adoptaron a una princesa que debe serlo las 24 horas del día 365 días al año, y ella intenta que la Corte y el pueblo entiendan que, fuera de la agenda oficial durante la que ejerce de princesa, ella es una persona anónima con derecho a hacer lo que le da la gana sin ser fiscalizada en ningún aspecto. La cuestión es si debe ‘ser princesa’ por haberse casado con el Príncipe o si debe ‘ejercer de princesa’ durante unas horas laborales por la misma razón.
Dos posturas irreconciliables -la suya y la del pueblo- que hacen que Letizia Ortiz y la Princesa de Asturias -las dos- sean cada año más impopulares; y este sí es un problema para la Corona. Porque el tema de la imagen tiene mucho de “actitud” y al pueblo -a base de analizar imágenes en un mundo absolutamente visual- ya no se le engaña con una sonrisa postiza. Los adjetivos que se escuchan sobre ella en la calle son “soberbia”, “creída”, “interesada”, “antipática”, “chula” y hasta “mal educada” entre otros. Bien es verdad que no se puede gustar a todo el mundo; pero convengamos en que estos calificativos tan específicos responden a una percepción; y una percepción solo la provoca una determinada actitud.
Pero de todo esto -además de sobre las contradicciones en las que cae continuamente la princesa al querer ser normal sin renunciar a una vida de “princesa”, con privilegios de “princesa” y trato de “princesa”- ya se ha hablado suficientemente. La novedad es que, a pesar de llegar dos días tarde y sin avisar a los medios de comunicación, la Princesa de Asturias ha estado en Palma de Mallorca con sus suegros, sus cuñadas y sus sobrinos. O sí, o sí. Y es que, no contento con pedir a las dos principales fuerzas políticas “hacer piña” para afrontar los retos de la siniestra realidad económica que no solo es de España, Don Juan Carlos, también ha exigido “hacer piña” a su familia, cansado de tanta insubordinación.
Que no están los tiempos para caprichos. Así, el rey Don Juan Carlos se ha dado una tregua compromisaria para proseguir con la recuperación de su rodilla mientras observa cómo el Bribón, su nave y la de Josep Cusí, surca las aguas de la bahía de Palma sin conocer rival o degustando el mejor pescado en los restaurantes del puerto; pero su familia, como una piña y por orden del Jefe de la Casa de Borbón, ha tenido que mantener el tipo. De poco ha servido que a Letizia no le guste el mar -el de Palma de Mallorca, !claro!- que Victoria -la hija de la Infanta Elena- manifestara su descontento ante su abuela -la Reina- porque “estaba sudando” o que la Infanta Sofía no haya mostrado ni una sonrisa. !Todos como una piña a dar buena imagen y a contribuir a la imagen de marca de la isla por orden real!. La segunda quincena de agosto, será otro tema.
Gema Castellano
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