Así se desprende de un estudio realizado por el Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals de la Universitat Autònoma de Barcelona (ICTA-UAB) que ha cuantificado las pérdidas alimentarias en este sector, su impacto socioeconómico y los productos que más se descartan.
El sector hortícola desperdicia 46,5 millones de toneladas de alimentos al año en Catalunya, lo que equivale al 26% de la producción global de verduras y hortalizas.
El desperdicio alimentario es un problema crítico en la actual crisis climática y socioeconómica. Los productos descartados en la fase de producción reducen la cantidad de alimentos disponibles para los consumidores y aumentan los costes económicos de los productores. Además, los cultivos utilizan recursos naturales limitados como el agua, el suelo y la energía, que acaban desaprovechándose.
Entre todos los cultivos producidos en Catalunya, 11 alimentos constituyen el 80% de la producción hortícola (excluyendo la patata) y son, por tanto, clave en la gestión de las pérdidas alimentarias. Se trata de la col, la lechuga, la sandía, la calabaza, el calabacín, el tomate, el pepino, la alcachofa, la coliflor, la judía verde y la cebolla.
- Principales motivos del destrío
Los investigadores del ICTA-UAB establecen los tres motivos principales por los que gran cantidad de estos alimentos no llega a comercializarse. El primer tipo de pérdidas está formado por los alimentos que no llegan a ser cosechados por los agricultores en el campo -denominadas pérdidas evitables- debido a que la recolección no les resulta rentable ante los bajos precios a los que los intermediarios les pagan la verdura. Otro tipo de pérdidas – denominadas pérdidas posiblemente evitables- es debido a que el producto no cumple con los estándares de calidad establecidos por el mercado para su venta, bien sea porque no tienen el color, el calibre o la forma esperada. El tercer grupo de pérdidas alimentarias -pérdidas inevitables- se debe a problemas técnicos, como destrozos del género por errores en su recogida o negligencias por parte de los recolectores.
En términos monetarios, las pérdidas calculadas en Catalunya ascienden a 19 millones de euros al año. Éstas se asocian principalmente a pérdidas evitables (61%) que provienen, mayoritariamente, de cultivos de sandía, lechuga y coliflor.
En cuanto a las pérdidas por el aspecto o calidad del producto, el calabacín, el tomate y la cebolla son relevantes porque se descarta entre un 10 y un 15% del producto comercializable. “Se estropean pronto y, si están dañados, no son aptos para largos períodos de almacenamiento”, explica Pietro Tonini, investigador del ICTA-UAB. Sólo el 17% del valor perdido se debe a una causa inevitable o técnica. “Se correspondería con piezas de verdura que se han estropeado por culpa de la maquinaria o al cortarlas de la planta”, indica Tonini.
En el sector hortícola, reducir la pérdida de alimentos es clave tanto para alcanzar los objetivos de políticas nacionales e internacionales que pretenden reducir a la mitad el desperdicio de alimentos en 2030, como para satisfacer la creciente demanda de hortalizas debido a la promoción de dietas más saludables y sostenibles. Las cifras, que se calcularon en base a datos del año 2020, son extrapolables a otros periodos.
Los investigadores han identificado medidas para minimizar la pérdida de alimentos y adaptarse a un clima cambiante. Destacan la necesidad de aplicar soluciones para controlar, planificar e invertir en cultivos, soluciones de mercado y soporte financiero a los productores.
El estudio realiza recomendaciones a corto plazo, como la venta local de productos «feos», y subraya la necesidad de estrategias a largo plazo para abordar problemas sistémicos. El objetivo es beneficiar tanto a los consumidores como a los agricultores, asegurando un enfoque de beneficio mutuo (win-win), así como estrategias integrales de reducción del desperdicio.
Pietro Tonini recomienda que los agricultores planifiquen los cultivos anuales mediante modelos predictivos basados en sensores remotos agronómicos y meteorológicos, así como datos históricos de producción. Aconseja diversificar la producción de hortalizas a través de productos locales de valor añadido y venderlos a través de múltiples canales de distribución. Se debe apostar por el procesamiento de los excedentes, para convertirlos en productos de mayor valor y con una vida útil más larga.
La administración pública debería alentar a los agricultores a redistribuir los productos excedentes con incentivos fiscales. “También deberían promover los sistemas de distribución de cadena corta, tales como agrotiendas y cooperativas agrícolas, y animar a los consumidores a comprar productos de temporada y no comerciales”, añade Tonini. Asimismo, recuerda la importancia de proteger a los agricultores de prácticas comerciales desleales “tales como rechazar la devolución de productos no vendidos y evitar comisiones como la comercialización a mayoristas que reducen los márgenes económicos”.
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