La escena es común para cualquier especialista en Neumología: un paciente con disnea notoria ante el mínimo esfuerzo asegura que “no está tan mal”, que “es la edad” o que “ha ganado unos kilos”. En estos casos, suelen confluir años de síntomas ignorados, consultas pospuestas y silencios significativos. El reciente trabajo de Kochovska y colaboradores sobre la infradetección de la disnea reabre una pregunta esencial: ¿quién es más “sincero” en la consulta médica, los hombres o las mujeres? (Kochovska et al., 2025).
Responder no es sencillo. Requiere aclarar qué significa sinceridad en un entorno clínico, revisar cómo varía la búsqueda de atención según el género, observar la influencia del sexo del profesional sanitario y entender cómo estas dinámicas se articulan con sesgos estructurales, especialmente en el diagnóstico de enfermedades respiratorias como la EPOC y la disnea crónica.
Desde la práctica médica, la sinceridad se puede definir como la coherencia entre lo que el paciente vive y lo que comunica. Kochovska ya demostró en 2022 que la mitad de las personas con disnea persistente nunca había mencionado este síntoma a un profesional, incluso en casos graves (Kochovska et al., 2022). Más recientemente, el estudio “Don’t ask, don’t tell” reveló que esta omisión responde tanto a la falta de preguntas por parte del personal sanitario como a la renuencia del paciente a tratar el tema.
Esto no implica falsedad. Más bien, se trata de una normalización de la limitación respiratoria en la que se presume que no vale la pena mencionarla. La sinceridad clínica, entonces, no es un atributo individual, sino una conducta comunicativa que se construye social y relacionalmente.
En el ámbito de la atención primaria, los estudios coinciden: las mujeres acuden más al médico que los hombres y verbalizan un mayor número de síntomas, incluyendo los respiratorios. Una investigación en Reino Unido demostró que, incluso ajustando por edad, enfermedades concomitantes y nivel socioeconómico, los hombres consultan menos (Wang et al., 2013). Las mujeres, además, tienden a buscar atención en fases más tempranas de la enfermedad (Hunt et al., 2011).
También se ha documentado que las mujeres describen sus síntomas con mayor detalle, vinculan con mayor frecuencia el malestar físico con emociones como el estrés y el impacto en su funcionalidad, y se muestran más dispuestas a compartir aspectos de su vida social y emocional [(Ballering et al., 2023)].
Esta apertura comunicativa ha sido históricamente malinterpretada como exageración. Sin embargo, estudios recientes cuestionan este sesgo. Oksuzyan y colaboradores demostraron que, una vez corregidos los patrones de reporte, no hay evidencia de que las mujeres exageren ni que los hombres subestimen sistemáticamente su estado de salud. De hecho, la carga real de morbilidad en mujeres puede ser incluso mayor que la que se desprende de sus autoinformes (Oksuzyan et al., 2019).
El género del profesional de salud también influye. Médicas tienden a realizar consultas más largas, centradas en la persona, con mayor contenido emocional y exploración psicosocial, según dos metaanálisis de Roter y Hall (Roter et al., 2002). Los pacientes se expresan con más libertad, formulan más preguntas y revelan más información cuando son atendidos por mujeres médicas [(Hall & Roter, 2002)].
Esto cobra especial relevancia en Neumología, donde la carga emocional de síntomas como la disnea, la tos crónica o el miedo a las apneas nocturnas puede ser significativa. Un estilo clínico meramente biomédico y directivo podría dificultar la expresión de esta dimensión subjetiva, privando al profesional de información clave para el manejo clínico.
Además, la combinación de género entre paciente y profesional genera cuatro escenarios comunicativos con matices distintos (hombre-médico, hombre-médica, mujer-médico, mujer-médica), aún poco explorados en profundidad en esta especialidad.
En el contexto de la EPOC, se observa que las mujeres presentan cuadros menos graves en términos funcionales, pero refieren peor calidad de vida, más exacerbaciones, ansiedad y depresión (Naberan et al., 2012). Sin embargo, sus síntomas no siempre son escuchados con claves respiratorias. Existe una tendencia a atribuir sus quejas a cuadros ansiosos o psicológicos, especialmente si no han fumado mucho, lo que alimenta el infradiagnóstico [(Tsiligianni et al., 2017)].
Por otro lado, el estigma asociado a conductas como fumar o beber puede condicionar la sinceridad del relato. El “fumador culpable” —especialmente en mujeres, madres o embarazadas— puede silenciar su consumo por temor al juicio. En los hombres, el obstáculo puede ser reconocer vulnerabilidad o dependencia, ya que socialmente se percibe como contrario a su rol de fortaleza [(Shattuck & Muehlenbein, 2020)].
Los hombres tienden a adoptar un estilo de afrontamiento estoico, retrasando la consulta y minimizando sus síntomas hasta que son innegables. Este patrón comunicativo no siempre implica ocultamiento intencionado, sino una adaptación prolongada a la enfermedad y a los valores tradicionales de masculinidad.
Aun en presencia de cuestionarios autoadministrados y biomarcadores como la cotinina o la cooximetría, se han encontrado discrepancias entre el consumo declarado y el real, sin un patrón de género uniforme pero con diferencias explicables por el contexto social y el estigma [(Mooren et al., 2019)].
De este modo, más que preguntarse quién miente más, parece más útil cuestionarse qué barreras de género impiden la expresión abierta de los síntomas y qué sesgos afectan a cómo los clínicos interpretan esos relatos según el género del paciente.
Para los profesionales de Neumología, estas evidencias implican varios cambios necesarios en la práctica clínica. Primero, asumir que la ausencia de queja no equivale a ausencia de enfermedad, especialmente en hombres mayores. Los síntomas respiratorios deben indagarse activamente con escalas simples y sistemáticas como la mMRC o el CAT, independientemente del motivo principal de consulta.
Segundo, integrar herramientas que permitan al paciente expresarse más allá de la entrevista cara a cara, como cuestionarios autoadministrados, puede facilitar que aflore información valiosa que de otro modo no se compartiría.
Tercero, es fundamental revisar los propios sesgos diagnósticos: ¿con qué frecuencia atribuimos disnea femenina a ansiedad sin realizar una evaluación pulmonar completa? ¿Damos por sentado que un hombre que no se queja está realmente bien?
Y por último, incorporar formación en comunicación clínica con perspectiva de género es clave. No se trata de psicologizar la consulta, sino de mejorar la calidad del diagnóstico y del tratamiento mediante una relación más abierta, comprensiva y libre de juicios.
En definitiva, la sinceridad clínica no depende exclusivamente del paciente, ni de su género, sino de un entramado de factores relacionales, sociales y profesionales que modulan lo que se dice, lo que se escucha y lo que se hace con esa información.
Ref. APA7:
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Wang, Y., Hunt, K., Nazareth, I., Freemantle, N., & Petersen, I. (2013). Do men consult less than women? An analysis of routinely collected UK general practice data. BMJ Open, 3(8), e003320. https://doi.org/10.1136/bmjopen-2013-003320
Artículo redactado con asistencia de IA (Ref. APA: OpenAI. (2025). ChatGPT (versión GPT-4o, 29 noviembre). OpenAI)
