Además, como eso de la Europa de las naciones va más bien para largo, mientras tanto me hace falta preocuparme aun por las cosas que me caen más de cerca, como aquel que tiene previsto cambiarse de casa, pero llama al lampista para que arregle el escape de agua que se ha producido en el piso en donde todavía vive.
El filósofo y jurista Charles-Louis de Secondat, barón de La BrÞde y de Montesquieu (1689-1755), elaboró, a partir de una serie de sus propios trabajos sobre práctica política internacional comparada, y la expuso en forma diáfana en el libro L’esprit des lois, la tesis de la separación y la independencia de los tres poderes clásicos del estado, entre ellos el judicial, y también hizo una definición de las tres clases de gobierno: la monárquica, que decía basada en el honor, la republicana, según él basada en la virtud, y la despótica, que se sostiene, decía también él, gracias al temor y la fuerza. No sé bien por qué, pero el caso es que casi siempre los que le citan son los de derechas, y entre ellos, como no pod¡a ser de ninguna otra manera, los de nuestra derecha espa_ola, dem¢crata de aluvi¢n despu’s que le explicaran el abec’ del truco a su maestro Fraga cuando ejerc¡a de embajador en Londres de la Espa_a franquista, una vez perdida su poltrona ministerial en uno de los gobiernos del dictador como consecuencia del esc ndalo que se organiz¢ a fines de los sesenta alrededor del affaire Matesa.
No deja tampoco de ser m s bien curioso que casi siempre que les da por mencionarle, al citado bar¢n de Montesquieu digo, hacen que le haga compa_¡a el soci¢logo Max Weber. Imagino que es porque en las enciclopedias dicen que ‘ste fue su disc¡pulo y ellos, igual que yo mismo, hablan de ello as¡, un poco como de o¡das y sin haberles le¡do nunca, ni al uno ni al otro. Debe ser por eso que, por mucho que se lo pongan en la boca, no acaba de parecer que todo eso de los tres poderes y su separaci¢n e independencia se lo acaben de tomar en serio.
Porque de la independencia de la que quiero hablar hoy es de la del «poder judicial», hoy herida de forma lamentable por uno de aquellos que los mencionan con frecuencia, al fil¢sofo y jurista y a la m s que cacareada independencia. Me refiero, como no, al ¡nclito l¡der de los peperos, el c’lebre chafand¡n de La Moncloa, el inefable aprendiz de centrista Josemari Aznar. +ste, despu’s de haberse pasado un a_o y pico echando balones fuera sobre el affaire Pinochet, llen ndose la boca con su conocida tesis de que su gobierno no se manifestaba al respecto por el enorme respeto que tenia por la soberan¡a del poder judicial, ahora, una vez constatado que los intentos de sentar c tedra a favor de las dictaduras, especialmente de las fascistas, de sus ac¢litos Cardenal, Fungairi_o y otras glorias de la fiscal¡a del estado, no han conseguido frenar la demanda de extradici¢n de este t’trico personaje por parte del juez Garz¢n, y aprovechando la ocasi¢n de que el Pisuerga pasa por Valladolid, es decir, aprovechando que el juez al que le tocaba dictar sentencia sobre el caso es conocido por ser un conspicuo seguidor de la Tatcher, cada vez m s empe_ada en demostrarnos de modo pr ctico que se puede haber sido elegida en unas elecciones democr ticas sin dejar de ser una fascista como la copa de un pino y m s que leal amiga del sanguinario esp’cimen, y pensando por tanto, acostumbrado a los estilos de por aqu¡, que bien pudiera ser que eso le hiciera dictar sentencia contra la misma, dos d¡as antes de que lo hiciera ha hecho visitar a los fiscales de la Corona brit nica por dos altos cargos del ministerio espa_ol de asuntos exteriores, para que «sugirieran», verbalmente claro, la duda de su se_orito sobre la conveniencia de recurrir un fallo adverso a Pinochet, bajo la f¢rmula, con pretensi¢n de sutil, de «informarse del estado de la cuesti¢n», poniendo en tela de juicio las instrucciones del juez que las hab¡a dado en sentido afirmativo, dejando en el aire la «duda» sobre su competencia para «actuar en nombre del reino de Espa_a, toda vez que no se hab¡an celebrado reuniones entre las ‘dos’ partes (es decir, poder judicial y poder ejecutivo) para tratar del tema». «Sea la que sea» era otro de los eufemismos bajo los que pretend¡a ocultarse la grave injerencia del gobierno en los asuntos de un poder ajeno al del ejecutivo, m s propia de un d’spota, amigo de sus colegas los dem s d’spotas, que del presidente del gobierno de un estado de derecho. Que el juez brit nico, de derechas o no, haya dictado sentencia en el sentido contrario a los ya claros deseos del transgresor (de lo que estoy m s que seguro que nos felicitamos toda la gente de bien), no altera la gravedad e improcedencia de los hechos. Ser¡a interesante saber qu’ poder le ha movido a quitarse la m scara de una vez y ense_ar la rabadilla as¡ en favor del siniestro dictador, pero bien seguro que la pr¢xima vez que vuelva a citar en vano a Montesquieu y a Weber al alim¢n, le empezar a crecer la nariz y le llegar por lo menos hasta Quintanilla.
.de On’simo, por supuesto.

