El Presidente de Uruguay, Julio María Sanguinetti, tiene quien le escriba. Mientras concluye su segundo período presidencial, le siguen lloviendo cartas desde el mundo entero. ¿Dónde está –le preguntan– el nieto o nieta del poeta argentino Juan Gelman?
Esa bebé había sido secuestrado por los militares en los años setenta, cuando las dictaduras sudamericanas borraron las fronteras y pusieron en práctica el mercado común del horror. Hubo uruguayos desaparecidos en Uruguay y también en Argentina, Chile y Paraguay; hay pruebas de que la nuera argentina de Gelman, apresada en Buenos Aires, desapareció en Montevideo después de dar nacimiento a un niño o niña que se perdió, como ella, en la neblina de la guerra sucia.
A fines del año pasado la prensa uruguaya informó que el pesidente Sanguinetti había dado, por fin, una respuesta práctica a tanta demanda universal, y había encomendado la investigación del caso a la justicia militar. Pero no se estaba anunciando un estreno: esta obra de teatro ya hab¡a sido representada a_os atr s. En 1987, durante su presidencia anterior, Sanguinetti tambi’n hab¡a encargado a la justicia militar la investigaci¢n de 140 uruguayos desaparecidos.
Ahora, en sus respuestas poblicas al diluvio de la solidaridad internacional, el presidente dice y repite que averiguar lo que pas¢ «ser¡a un milagro». Y no le falta raz¢n. ¨C¢mo se va a resolver un crimen, si lo investigan quienes lo cometieron? Semejante milagro no ha ocurrido jam s, ni en la historia de la criminolog¡a ni en la historia de la literatura policial. La dictadura militar uruguaya se hab¡a especializado en el arte de la tortura. Sus verdugos no s¢lo copiaron algunos m’todos de mortificaci¢n que ven¡an de la Santa Inquisici¢n, sino que adem s supieron aplicar la tecnolog¡a moderna. Uruguay lleg¢ a ser, en esos a_os setenta, el pa¡s con la mayor cantidad de torturados en proporci¢n a la poblaci¢n, el campe¢n mundial de la tortura: ser s atormentado hasta que traiciones o mueras, ser s culpable aunque no sepas por qu’.
Como un reconocimiento a esta especialidad nacional, el presidente civil puso en manos de un torturador militar, en 1987, la investigaci¢n sobre los desaparecidos, los muertos sin cad veres: el coronel Jos’ Sambucetti tuvo a su cargo la tarea, el milagro no ocurri¢, nada se supo. El periodista Samuel Blixen revel¢ por entonces, en el semanario Brecha, que Sambucetti hab¡a dirigido personalmente numerosas sesiones de torturas diarias en el Batall¢n de Infanter¡a No. 2. Una de sus v¡ctimas, Sonia Mosquera, cont¢ que este experto en la flagelaci¢n de mujeres atadas hab¡a ordenado, a cara descubierta: ¾A ‘sta no se le cay¢ ni una l grima. Que vuelva a la m quina.
A_os despu’s, el presidente Sanguinetti acaba de anticipar poblicamente la ca¡da del tel¢n en el restreno de esta obra titulada Invest¡gate a ti mismo, que ha vuelto a escena representada por el elenco de uniforme: ¾No ha desaparecido ningon ni_o en territorio uruguayo ¾asegur¢ el presidente, sin tomarse el trabajo de explicar de d¢nde ha sacado esa certeza. Mientras tanto, el teniente general Fern n Amado, que ofreci¢ hace tres meses un almuerzo de desagravio a los oficiales violadores de los derechos humanos, se est jubilando de su empleo de comandante en jefe del Ej’rcito. Y al irse, pronuncia la frase que concluye el oltimo acto de la representaci¢n. Hablando de los desaparecidos, dice el actor:
¾El ej’rcito no dispone de ninguna informaci¢n sobre el tema.
La omert , ley del silencio, no s¢lo rige para la mafia siciliana.
En los a_os ochenta, con la resurrecci¢n de la democracia en Am’rica del Sur, llegaron las leyes de impunidad, para que tambi’n desapareciera la memoria de los desaparecidos. Pero ocurre que la desaparici¢n de personas y el secuestro de ni_os son delitos continuados, para la jurisprudencia internacional y para la conciencia humana de los humanos que todav¡a tienen conciencia: no hay ley que pueda obligar al silencio de los cr¡menes que se siguen cometiendo, cada d¡a, mientras los desaparecidos no aparezcan ni se devuelvan los ni_os usurpados.
En Uruguay, el presidente Sanguine-tti lleva ya muchos a_os trabajando para que esto siga as¡. Y lleva ya muchos a_os demostrando que no se hab¡a equivocado Georges Clemenceau, el pol¡tico franc’s, cuando advirti¢, hace m s de un siglo:
¾La justicia militar se parece a la justicia, tanto como la mosica militar se parece a la mosica.
Por Eduardo Galeano
La Jornada.
