El jefe del Ejército argentino, general Ricardo Brinzoni, aseguró no hace mucho al juez federal Claudio Bonadío y a la prensa que no tenía constancias del Plan Cóndor. El ex presidente del Uruguay, doctor Luis Alberto Lacalle (1990-1995), afirmó recientemente que nada sabe del tema.
Es de suponer que no han leído los documentos que el Departamento de Estado había ya desclasificado para entonces, por ejemplo, el informe de Inteligencia fechado el 28 de setiembre de 1976 en que la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires daba cuenta de esa operación y señalaba que «Argentina, Uruguay y Chile son los participantes más entusiastas».
Habrá que suponer también que el general Brinzoni y el doctor Lacalle no leyeron el Nunca más, publicado en 1984, obra en que se explicita la coordinación represiva en el Cono Sur. Ni las reiteradas denuncias de sobrevivientes y otras víctimas de tales dictaduras. Ni el testimonio que el general Cabanillas prestó en 1977 ante un juez de instrucción militar y que P gina/12 dio a conocer el 4 de abril de 1999.
Quien fuera segundo jefe del centro clandestino de detenci¢n Automotores Orletti mencion¢ la presencia de «oficiales del Ej’rcito Uruguayo y Chileno que estaban en comisi¢n» (sic) en la SIDE en una fiesta de despedida al general Paladino, jefe de ese organismo, que se celebr¢ en diciembre de 1976. El Plan C¢ndor no se entrega, arropado, como vive, por los silencios oficiales en plena democracia.
Un conspicuo practicante en la materia ha sido el doctor Julio Mar¡a Sanguinetti, presidente del Uruguay hasta hace 19 d¡as. Se mostr¢ sordo a la demanda de decenas de miles de personas de todo el mundo, diez Premios Nobel incluidos, que le reclamaron claridad sobre el destino de mi nuera -trasladada con un embarazo de m s de ocho meses de Orletti, Buenos Aires, al centro clandestino de detenci¢n del SID ubicado en Bulevar Artigas y Palmar, Montevideo- y el de su beb’ nacido en cautiverio.
Fue uno de los trueques entre represores de una y otra orilla del Plata, un operativo t¡pico del Plan C¢ndor. Pero el doctor Sanguinetti prefiri¢ ignorarlo, reiter¢ que en Uruguay nunca hab¡a desaparecido un ni_o y jam s hab¡a nacido alguno en cautiverio.
Ocurre que la realidad es testaruda. Ah¡ est el caso de Paula Logares, secuestrada con sus padres argentinos –desaparecidos luego– en la montevideana calle Fern ndez Crespo el 18 de mayo de 1978, llevada a la Argentina y entregada a un comisario de Polic¡a de la brigada de San Justo.
Y el caso de los ni_os Julien, Anatole, 4 a_os, y Victoria, 18 meses, hijos de un matrimonio uruguayo desaparecido, secuestrados en Orletti, Argentina, transportados al SID de Montevideo y m s tarde abandonados en Valpara¡so, Chile.
Y el caso de Sim¢n Riquelo, de 20 d¡as de edad, robado por militares uruguayos a su madre Sara M’ndez en Buenos Aires y desaparecido bajo otra identidad en Uruguay. Y el caso de mi nieta o nieto, de padres argentinos, que vio la luz en el Hospital Central de las Fuerzas Armadas de la capital uruguaya.
Al parecer, los trueques continuaron en democracia. Perm¡tame el lector rese_ar una noticia aparecida en el diario Clar¡n de Buenos Aires el 12 de mayo de 1996 y en La Repoblica de Montevideo al d¡a siguiente, basada en el libro El Congreso en la trampa, de Armando Vidal.
Se lee en Clar¡n: «El presidente uruguayo Julio Mar¡a Sanguinetti fue quien pidi¢ que se incluyera en los indultos otorgados por el presidente Menem a quienes estaban investigados en la Argentina por el asesinato de los pol¡ticos orientales Zelmar Michelini (senador por el Frente Amplio) y H’ctor Guti’rrez Ruiz (presidente de la C mara de Diputados, Partido Blanco).
El mandatario uruguayo hab¡a permitido tiempo atr s que los ex jefes montoneros Fernando Vaca Narvaja y Roberto Cirilio Perd¡a no fueran detenidos por la Interpol en el Uruguay hasta que tambi’n fueran indultados en la Argentina».
La Repoblica precisa: «En 1985, durante el juicio a los ex comandantes, una denuncia del publicista uruguayo Enrique Rodr¡guez Larreta motiv¢ la intervenci¢n de la Justicia argentina en los casos de Michelini y Guti’rrez Ruiz. El juez N’stor Biondi se encarg¢ de la causa y pidi¢ a Montevideo las extradiciones de Gavazzo, Cordero, Silveira y Hermida (mayor, mayor, capit n y comisario respectivamente de las fuerzas de seguridad uruguayas que se desempe_aron en Orletti, JG).
Estos reclamos fueron «cajoneados» por la canciller¡a oriental». Agrega: «Despu’s del triunfo electoral peronista de 1989, el ex diputado Miguel Unamuno fue el enviado menemista al Uruguay, donde reclam¢ a Sanguinetti y tambi’n al candidato opositor destinado a sucederlo, Luis Alberto Lacalle, que brindara refugio en su pa¡s a Vaca Narvaja y Perd¡a, hasta que se concretaran los indultos del presidente Carlos Menem.
En 1991, mientras Unamuno era embajador en el Ecuador, tuvo ocasi¢n de recibir a Sanguinetti en su residencia personal. All¡ se desarroll¢ el siguiente di logo: -Si vuelvo a ser presidente del Uruguay, venite nom s con otra cuesti¢n facilonga como aqu’lla. -Bueno… pero vos sab’s c¢mo son estas cosas, respondi¢ Unamuno entre la risa, la sobita tos y la ansiedad por conocer el final de la historia (…) Mir , Miguel, no hay mal que por bien no venga. Y por aquello de que amor con amor se paga, pude solicitarle a Menem que incluyera en los indultos a Gavazzo, que fue lo que hizo en octubre de ese a_o (1989). El hoy teniente coronel (r) Jos’ Nino Gavazzo era el jefe de la dotaci¢n militar uruguaya en Orletti. Sol¡a torturar a cara descubierta. Sin duda conoce perfectamente lo sucedido con Sim¢n Riquelo, mi nuera y su beb’.
El Senado argentino acaba de aprobar la promoci¢n al grado inmediato superior de seis militares acusados de violar los derechos humanos bajo la dictadura. El radical Jos’ Genoud, presidente provisional de ese cuerpo legislativo, dijo satisfecho: «Actuamos con lealtad, analizamos cada uno de los casos». Es cierto. Con lealtad a los represores. Mientras las clases pol¡ticas de nuestras democracias continoen divorciadas de la verdad y la justicia, el horror del pasado sigue en pie. El C¢ndor no se entrega. (Uy/QR-YZ/Pf/Dh/ap)
Por Juan Gelman
EL CONDOR NO SE ENTREGA
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