He usado ese fragmento en lugar de algo más próximo a nosotros porque û en opinión del comentarista de la edición que he usado û el pensamiento chino visto desde la óptica occidental, llena de la lógica griega y cartesiana, nos parece falto de ésta, oscuro, desordenado. Nos sobresalta por el uso constante de aforismos y porque detrás de estos pueden distinguirse un montón de matices y elucubraciones poco transparentes. Acostumbrados al análisis y la deducción û dice û, no acabamos de captar del todo un sistema que para afirmar o negar usa contrastes, comparaciones y analogías que nunca parece que nos den una definición exacta, sino sólo un cierto olor de aproximación.
Ni más ni menos que precisamente por eso me parece más adecuado como sistema en una época en que las verdades han caído, derrumbadas como un vano castillo de naipes, y cada vez más nos adentramos gozosamente en el imperio de las opiniones expresadas con mayor o menor fundamento û cuanto mejor fundamentadas, más solventes, claro û pero, en definitiva, s¢lo opiniones, faltas de la necesidad de precisi¢n absoluta, de matematicismo, de exactitud, y tambi’n +c¢mo no? de la fe, la disciplina y el dogmatismo que acostumbran a formar el s’quito de las verdades, especialmente de aquellas que existen detr s de las «grandes causas», religiones, ideas sociales salv¡ficas y patriotismos diversos.
Este fragmento en concreto me ha llevado a esta reflexi¢n porque –
por lo menos desde la ¢ptica de la cultura en que estamos inmersos -, parece una mezcolanza de contemplaci¢n y de virtud, sin que tampoco deje de tener un lugar para una cierta cr¡tica que se expresa con algon cripticismo. Algo as¡ como la compleja realidad que nos envuelve hoy por hoy, tanto en el mbito poblico como en el estrictamente privado, por poca que sea la sensibilidad de la que dispongamos. Como en otras ocasiones similares, me explicar’. No se trata ahora de que exista una estricta comuni¢n entre todo el mundo, pero pienso que lo que quiero expresar es algo que de tarde en tarde nos ocurre, ahora a uno ahora a otro, y que eso es lo que le da valor general a la observaci¢n. Estamos inmersos en un mont¢n de enredos de la vida pol¡tica que podr¡an merecer nuestra atenci¢n: que si el aceite de orujo de aceituna, que si el ministro Piqu’ y sus l¡os, que si el lehendakari Ibarretxe y su intenci¢n de impulsar desde su futura acci¢n de gobierno el soberanismo en Euskadi, que si el sobreseimiento provisional del proceso contra el criminal general Pinochet por causa de demencia senil, que si la entrega del no menos siniestro Milosevic al Tribunal de La Haya para ser juzgado por cr¡menes contra la humanidad, etc. Son cosas que, todas y cada una de ellas, nos afectan de distintas formas y lo hacen segon nuestros intereses y opiniones particulares. Si sois del PP, lo de Piqu’ os debe parecer de perlas, lo de Pinochet seguramente tambi’n y es posible que guard’is un rinconcito en el coraz¢n para el Milosevic adalid de la Servia UNA y no os parezca bien que le est’n empapelando, o quiz s no, vete to a saber. Si sois de otra cuerda bien distinta, todo eso en su conjunto os debe parecer al rev’s. Si os dedic is a eso del aceite, la decisi¢n de la ministra os debe parecer una mala pasada, mientras que si s¢lo sois consumidores pensareis que ya era hora que los poderes poblicos velasen algo m s por vuestra salud.
Pero todo junto queda en un plano secundario, y de alguna manera os apercib¡s de su relativa futilidad, si el destino os hace la mala jugada – s¢lo por poner un ejemplo – que vuestro padre tenga un c ncer de colon y la madre de la mujer a la que am is otro de duodeno en fase casi terminal. La impotencia os atenaza y todo lo dem s parece agua de borrajas, porque no pod’is hacer nada en absoluto por muchas ganas de luchar que teng is. S¢lo contemplar el dolor ajeno y sufrir, mientras todo aquello queda tan alejado de vuestros sentimientos inmediatos que incluso os parece mentira que a ratos le deis tanta importancia.
Jordi Portell
