Mi posición sobre la violencia como herramienta de acción social o política, es de sobra conocida. Pero en estos momentos hay algo, en relación directa con todo esto, que me preocupa más que los llantos y las lamentaciones que merita esta barbaridad. Tengo miedo de que los criminales que han organizado y ejecutado esos bárbaros atentados, consigan poner en sordina las normas más elementales del mundo civilizado, haciéndonos retroceder a todos juntos hacia la barbarie. Temo que este clamor popular por la venganza nos haga un servicio realmente desastroso. No es que no sea lógico que se diga ôbastaö a esta clase de bestialidad, de vesania, que les entra de tarde en tarde a grupos pequeños o grandes de fanáticos, convencidos de la justicia de su verdad, y les lleva a matarnos de a uno o en grupo en nombre de sus elevados principios. Nunca deja de ponérmelos por corbata el hecho de que cuando un espécimen de esa guisa se declara dispuesto a morir por la causa, a veces a cambio de alguna clase de paraíso o de gloria eterna, lo primero que hace es matar a otra gente. Por tanto es as¡ como hay leer sus proclamas abnegadas, sacrificadas y heroicas: que totalmente arrebatados por la elevada justicia de la sagrada causa que enarbolan, est n dispuestos a promoverla llev ndose por delante a quien sea m s o menos sospechoso de no comulgar con ellos y sus ideales, e incluso, de propina, a unos cuantos que no ten¡an nada que ver y que pasaban por all¡ en aquel momento.
Ocurre, empero, que eso tanto vale para los vindicadores de lo que sea que han cometido los atentados, como para los vindicadores que los quieren vengar de un modo tan indiscriminado, o casi, como el que han empleado los terroristas. Por mucho que las decisiones que se han tomado en los Estados Unidos lo hayan sido por decisi¢n casi un nime de las dos c maras del Congreso, eso no las hace menos demostrativas de barbarie que si las hubieran tomado a puerta cerrada un grupo reducido de dirigentes de lo que sea o de donde sea. Si el Tribunal Supremo de all¡ no tiene nada que decir al respecto, acabar siendo incluso legal, pero nada leg¡tima si la miramos desde la perspectiva de una sociedad regida por principios democr ticos. Algo as¡ como si, por aqu¡, en el Congreso de los Diputados y el Senado se aprobara por unanimidad, menos uno, la ocupaci¢n y bombardeo de los pueblos donde Herri Batasuna tiene mayor¡a, por el apoyo que vienen dando de distintas formas a los criminales de ETA, y el uso de organizaciones como los GAL – no menos criminales – como mecanismo de venganza y represalia por sus atentados, y todo ello jaleado por el clamor popular y con la gente del Constitucional callados como muertos.
Nos ha salido demasiado caro a todos juntos vivir en sociedades donde predominen la libertad y el respeto por los derechos humanos, para permitir ahora que entre unos y otros nos lo vengan a estropear. Entend monos: cada uno de los etarras se merece un asesino que se lo cargue a ‘l; cada hijo de su madre que tire un c¢ctel molotov a un coche se merece otro de signo contrario que le socarre el suyo, y sin legitimidad para quejarse. M s de una vez y de dos siento asco cuando un etarra clama por sus derechos civiles enarbolando c¡nicamente la legalidad que les proporcionamos los mismos que les sufrimos. Pero nosotros, la gente que no somos de esos, aquellos que queremos vivir en paz y haciendo uso de todos nuestros derechos y libertades, no nos merecemos de ninguna de las maneras ni descender moralmente a su nivel, convirti’ndonos colectivamente en lo mismo que ellos, ni el declive de los sistemas de garant¡as civiles que ahora quiere asomar el hocico con la excusa de la barbarie de los otros. No nos dejemos arrastrar por la pasi¢n que promueve el hecho de una injusticia, y hagamos que predomine el derecho y el sentido comon sobre la barbarie, toda ella. ¥Ojo! La arbitrariedad, como la censura, se sabe cuando y donde empieza, pero nunca hasta donde llegar . Cada vez que consentimos que se cometa una arbitrariedad por considerarla a lo mejor justificada por unos determinados hechos, abrimos la puerta para que tarde o temprano nos apliquen esa misma medida a cada uno de nosotros con cualquier excusa.
Jordi Portell
