Cuando digo eso, me refiero a que no hay sustrato liberal en nuestra sociedad ni tampoco nadie ha hecho gran cosa para crearlo, promoverlo, impulsarlo. Más bien parece como si, exactamente al contrario, se tratara de tenernos distraídos con versiones puestas al día de aquel antiguo “panem et circenses”, para poder ir haciendo de las suyas mientras estamos entretenidos con las creaciones de la cosa mediática. Decía pues que el PP no es más que la misma caterva de la dictadura apenas travestida de liberalismo económico, que el político evidentemente no lo practican en absoluto por mucho que se suponga que son de esa cuerda. Un mérito sí cabe reconocerles, y éste ha sido el de integrar en el sistema a la extrema derecha del país, que de carecer de esta válvula de escape político hubiera continuado dedicándose a cosas tan poco santas como el 23-F y otros intentos de involución hacia las más sagradas esencias de la España oscura. Un mérito que hay que reconocer igualmente a la coalición que gobierna Catalunya desde hace más de veinte años, ahora convertida en federación, especialmente en el ámbito municipal. Integrar a muchos de los caciques locales al sistema, haciéndoles participar del catalanismo político en su versión nacionalista de derechas, ha estado bien y era algo que hacía falta, aunque más de una vez no quede demasiado claro quien ha integrado a quien.
Pasaré por alto las tradicionales malas formas del arrendatario de La Moncloa, más chafandín que nunca, sobre el tema de la nueva legislación de partidos políticos que impulsa el gobierno, especialmente por su incomprensión de nada que no sea la sumisión más absoluta a aquello que él decida que hace falta, y me centraré en el objetivo final de este “corpus” legislativo, que quieren imponer como ley orgánica. Lo diré tan claro como me resulte posible. La gente de Batasuna me da terror. Cuando los veo con su fanatismo a cuestas apoyando de forma incondicional las acciones criminales de más de un tipo de la fascista ETA, me los ponen literalmente por corbata y rezo, ni que lo haga con mis oraciones laicas, para que acaben por apercibirse de la barbaridad de defender estos métodos tan poco homologables en una sociedad avanzada y progresiva. Pero el sentimiento existe, e igual que no pueden ponerse puertas al campo, que éste pueda ser canalizado políticamente no es nada desdeñable. Para los círculos fanatizados, las prohibiciones constituyen auténticas espuelas en lugar de ninguna clase de frenos. Cuanto menos espacio se les deje para expresarse dentro del sistema, más crecerá su convicción de que esta democracia no es tal, y su tendencia a la acción directa crecerá en lugar de disminuir. Claro que son autistas políticos, pero no lo son menos que quien pretende volver a las autorizaciones administrativas y a las prohibiciones de acción política para defender cosas legítimas. Porque el separatismo es una opinión tan legítima como pueda serlo el unitarismo, por mucho que no vayan a misa los métodos que un grupo de desalmados use para tratar de imponer sus ideas a aquellos que no comulguen con las mismas.
No deja de ser significativo que estos mismos días, mientras por aquí Aznar se rasga las vestiduras porque los socialistas no suscriben desde la cruz hasta el punto final lo que ellos quieren imponer, aquel “amigo” suyo del Reino Unido – nunca deja de hacer constar esta “amistad” – con su pragmatismo pactista ha conseguido un nuevo paso hacia la pacificación de Irlanda del Norte, concretado en la forma de un nuevo desarme parcial del IRA, esta vez más sustancial que el anterior, ateniéndonos a lo que se desprende del comunicado de la comisión encargada de controlarlo. Curiosamente, también allí a la hora de la verdad acaban siendo más refractarios a las soluciones políticas los unionistas que no los soberanistas irlandeses. Debe ser porque, a pesar de todos los pesares, aun es distinto querer liberarse que querer tener a los demás dominados bajo la bota. Qué se le va a hacer.
Jordi Portell