Viene al caso mi comentario sobre el conformismo porque en las relaciones humanas (me refiero a las sociales) el acto del poder entre pares está siempre presente y en política más, por cuanto estas relaciones se generan de manera espontanea; entre otros motivos porque cada cual (los diferentes partidos políticos) intenta implementar su modelo diferenciado de bienestar social, curiosamente sin contar en exceso con los ciudadanos, quienes a la postre deberíamos ser los beneficiados y jamás los perjudicados.
¿Pero quién tiene por norma ejercer el poder en la sociedad actual?, evidentemente el Estado y, por ende, los partidos políticos que lo sustentan.
Aseguraba el gran filósofo francés Foucault que el Estado moderno no es una entidad que esté por encima de los individuos sino que integra a éstos, siempre y cuando estén dispuestos a que su propia individualidad pueda ser moldeada y sometida a una serie de patrones específicos. Sobre este Estado moderno y su poder de individualización a través del poder pastoral, en relación a la Iglesia, Foucault establece una serie de diferencias: cambio en sus objetivos (salvación terrenal por salvación en el más allá), multiplicación de los oficiales del poder pastoral (aparatos del Estado, instituciones o policía) y focalización del desarrollo del conocimiento humano (globalizante, cualitativo e individual).
Por tanto la individualización del sujeto y la totalización de las modernas estructuras de poder son los grilletes de los que hay que despojarse, promoviendo nuevas “formas de subjetividad a través del rechazo de este tipo de individualidad que nos ha sido impuesta durante siglos”. Harto verosímil lo plasmado por el filósofo y bonito en una sociedad donde el conformismo se ha adueñado de todas las estructuras.
Nosotros, los inconformistas (por ello no soy ni más listo ni menos que los demás) debemos buscar nuevas fórmulas para ejercitar nuestros derechos ciudadanos; jamás buscando las relaciones de poder y sí consensuando la diferencia de opiniones. Fórmulas que ya conocemos pero que no somos capaces de ejercer porque nos conformamos con que sean los demás los que piensen por nosotros, porque nos gusta ser moldeados a imagen y semejanza del cliché marcado por el poder, porque somos conformistas, porque en este mundo globalizado nos creemos seguros en nuestra pequeña parcela de “poder” (casa, trabajo, club social, partido político, etc.). Quizás Charles Chaplin tuviera razón cuando dijo aquello de que “todos somos unos aficionados, la vida no da para más”. Pues eso, aficionados pero con ganas de ca! mbiar, de ser inconformistas, de generar nuevas tendencias de pensamiento para que el poder sea de los ciudadanos y para los ciudadanos, para que los ciudadanos participemos de verdad en el desarrollo de nuestra sociedad y que no nos pleguemos a los dictados de los poderes político, religioso o económico tan solo por ser complacientes y conformistas.
Francisco Roldán Castro
Presidente de la Asociación Española de Consultores Políticos