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Son catorce canciones de esas que producen alergia entre las mentes más modernas: buen presagio, pues esto es clasicismo bien entendido, la banda sonora de la eternidad del pop, las canciones bien hechas, mejor logradas y estupendamente labradas con la sencillez de lo imborrable. Uno escucha «Modes of transport» o «Crying boy» (con sus coros, sus trompetas, la perfección como boceto) y no necesita más música. Canciones a las que acudir siempre, con las que caer rendido mil veces. Dentro de esa cohorte funesta de nuevas bandas británicas, bisutería de la peor, ASTRID son un resplandor incesante, un fulgor que tardará en apagarse. Son canciones de las que siempre duran, diamantes siempre listos para cautivar. Brillo de estrella.