Desde la mañana una veintena de testigos y peritos habían reconstruido esa otra noche en La Matanza, la del 14 al 15 de enero de 1998, cuando se cruzaron por un instante Carlos Docampo y Walter Repetto. Los testigos contaron que Walter, orgulloso de su Fiat OK recién comprado, lo andaba mostrando a sus amigos. Contaron que lo guardaba en el garage de su vecino Cristian Basualdo, en Lapacho y El Carpincho, Ciudad Evita. Recordaron que esa noche Cristian no estaba cuando Walter llegó cerca de la una y cuarto, y por eso estacionó en la esquina, apagó las luces y esperó.
En la vereda de enfrente, el policía Docampo tomaba mate y miraba la tele con su novia y la encargada de la remisería Venme. Vio el auto verde y le pareció sospechoso. «Está merodeando» dictaminó. En musculosa, short y ojotas, y barba de un par de días, Docampo no parecía precisamente un funcionario público. Pero tenía su inseparable «reglamentaria», la Browning .9 mm.
Con el arma cargada, sin seguro, con bala en recámara y amartillada, Docampo sali¢ a cumplir con su deber. Encar¢ decidido hacia el auto, empu_ando su pistola. Grit¢ algo, que segon ‘l fue «¥Alto, polic¡a!», y segon otros testigos «¥Par , hijo de ****!». En ese momento, las luces del auto se encendieron y el motor bram¢. Quiz s el pibe lo vio venir, se asust¢ y arranc¢. Quiz s, solo pens¢ que era tarde y decidi¢ volver a su casa porque su amigo no llegaba.
Lo cierto es que en el instante en que el auto empez¢ a moverse son¢ el disparo, que atraves¢ la espalda y mat¢ a Walter Repetto en el acto. «Me equivoqu’, pens’ que era un chorro» dijo Docampo cuando un vecino se acerc¢ y reconoci¢ al pibe.
En la noche de La Matanza, cuando el fiscal ya hab¡a pedido 16 a_os de prisi¢n y el abogado de la familia 20, cuando el defensor del polic¡a hab¡a argumentado el «uso negligente del arma» intentando un inveros¡mil homicidio culposo, el polic¡a Carlos Docampo se par¢ con su escaso metro sesenta y tres y dijo que quer¡a declarar. Cont¢ su historia, con la sospecha, el merodeo y su paranoia represiva. Y lleg¢ al paroxismo cuando, sin perder la compostura, dijo: Imag¡nese, Sr. Presidente, el auto cuando sale para el costado daba saltitos, yo ve¡a que se arrastraba hacia m¡, entonces trastabill’ para atr s, y para no caerme, como no ten¡a otra cosa a mano, me agarr’ de la pistola, Sr. Presidente, y por eso se dispar¢, porque me agarr’ de la pistola…»
Lo dicho. Cada cual se agarra de donde puede.