2. Hace ya 10 años, reunidos en Catamarca, analizábamos los desafíos que enfrentaba la nueva evangelización, lamentando que no se hubiera logrado conciliar la convivencia en libertad con la concreción de una sociedad más justa. Veíamos cómo, progresivamente, se iba perdiendo no sólo lo que tenemos, sino también lo que somos. Ya entonces era visible la corrupción generalizada que nos estaba destruyendo como personas y como sociedad; la falta de independencia y majestad de la justicia; la inoperancia de las leyes; y la pobreza y marginalidad crecientes.
3. Nos duele comprobar que el nuevo siglo encuentra al país en una situación tan delicada que no le deja vislumbrar el rumbo y la orientación de su historia. La democracia restablecida hace más de 17 años, olvidó su misión de recrear la sociedad argentina que había sido enfrentada y herida por desencuentros y luchas fratricidas. Estos años debieron ser el momento de la política que, como necesaria mediación al servicio del bien común, propusiera a todo el pueblo y ejecutara esperanzas razonables. ¥Cu ntos interrogantes sin respuesta! ¥Cu ntas ilusiones frustradas!
4. La acci¢n pol¡tica, uno de los m s nobles servicios al hombre y a la sociedad, parece esterilizarse por la afanosa bosqueda personal y sectorial de poder y riquezas, y pervertirse cuando grupos econ¢micos o financieros la hacen instrumento de sus intereses.
5. Los partidos pol¡ticos se est n desdibujando. No se percibe en ellos una adecuada y clara escala de valores que los rijan. Han dejado de ser escuela de civismo para sus adherentes e instrumento de selecci¢n de los mejores y los m s aptos para la consecuci¢n de los cargos poblicos. No debemos olvidar que la autoridad concebida como servicio, purifica y da sentido al poder.
6. Por su extensi¢n en el tiempo y por su intensidad, la crisis de la escala de valores que padece la dirigencia y su resonancia en las instituciones hace peligrar la identidad e integridad de la Naci¢n. Crisis que tambi’n fluye hacia el resto de la sociedad, a lo cual colabora el empobrecimiento de la educaci¢n y la poderosa invasi¢n de la cultura comunicacional. +sta, m s all de determinados servicios en la tarea informativa, se ha transformado en una propuesta fr¡vola, transmitiendo la caricatura del hombre y no su dignidad, o la grandeza de su vocaci¢n, la belleza del amor, el sentido del sacrificio y la alegr¡a de sus logros.
7. Tampoco olvidamos que los problemas econ¢micos son graves y realmente nos deben preocupar, como lo hemos dicho tantas veces. Pero m s que los indicadores econ¢micos, lo que nos hace percibir la gravedad del problema es la persistencia y extensi¢n de la pobreza del pueblo y el desconcierto de los dirigentes. La sociedad reclama un orden justo que logre desligar a la Repoblica de las imposiciones de los grupos de poder, internos y externos al pa¡s, y que impida el avasallamiento de la dignidad propia de todo ser humano.
8. ¨Qui’n piensa el futuro de la Argentina? ¨Cu l es el proyecto de pa¡s que oriente nuestra acci¢n? ¨Qu’ hacer para generar esperanza? Es necesario que todos nos convirtamos, especialmente los dirigentes, evitando el creciente divorcio con el pueblo y dejando de lado, para siempre, la bosqueda de privilegios personales o sectoriales. Es necesario recrear la pol¡tica como principal instrumento de gesti¢n del bien comon, de modo tal que sea ella la que dirija y encauce tambi’n a la econom¡a en el marco de las instituciones republicanas vigentes.
9. Es necesario rehacer nuestra cultura, recuperando los valores que nos dieron existencia. Esto supone desarrollar una educaci¢n que sea promotora de la persona humana y discierna claramente los desvalores con los cuales convivimos cotidianamente. S¢lo asumiendo una vida de aut’ntica justicia y de verdadera libertad, en la que el hombre sea el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones, encontraremos los caminos que nos lleven a construir una sociedad m s justa y equitativa, recreando los v¡nculos sociales tan deteriorados ahora, en medio de un clima de violenta inseguridad y temor.
10. Gracias a Dios, son muchos los ciudadanos que ante la crisis vencen el des nimo, no bajan los brazos e intentan convertir sus vidas en signos de esperanza. Es m s, en la conciencia colectiva de los argentinos se advierte un fuerte deseo de privilegiar la ‘tica y la idoneidad, y de alentar a los honestos.
11. Tambi’n son muchos los que est n ya trabajando de modo perseverante por el bien comon, generando una corriente de solidaridad que enfrenta la inequidad social. Estos esfuerzos solidarios van tejiendo redes de contenci¢n que humanizan las consecuencias negativas del proceso de globalizaci¢n. Agradecemos la labor desinteresada y silenciosa de tantas personas, organizaciones, y de Caritas, y les pedimos que continoen convocando a otros muchos a extender esas redes solidarias.
12. Dado que la crisis afecta a los v¡nculos sociales, se hace necesario que, con imaginaci¢n y creatividad, todos participemos en recomponerlos, sea en la familia, que es el fundamento de la sociedad, el barrio, el municipio, el trabajo o la profesi¢n. Hoy la Patria requiere algo in’dito. Dondequiera que estemos podemos hacer algo para generar mayor comuni¢n. Nosotros mismos, como ministros de reconciliaci¢n, unidad y comuni¢n, nos comprometemos a intensificar nuestro trabajo en la reconstituci¢n de esos v¡nculos.
13. Damos gracias al Se_or porque al comenzar el nuevo milenio y pese a estas situaciones cr¡ticas, muchos hombres de buena voluntad abren su coraz¢n a la trascendencia, y cada vez son m s los que buscan en Dios consuelo y fortaleza por la oraci¢n.
14. Se acerca la fiesta de Pentecost’s. Lo propio del Esp¡ritu Santo es ayudar a los hombres a transformar la confusi¢n en armon¡a, el desorden en orden y la divisi¢n en comuni¢n. Junto a Mar¡a Sant¡sima, no dudemos en invocarlo, en clamar a +l para que ilumine nuestras mentes y fortalezca nuestras voluntades. +l puede ayudarnos a todos, especialmente a la dirigencia argentina, a convertirnos en fuente de esperanza para el pueblo.
Los Obispos de la Repoblica Argentina
81 Asamblea Plenaria
San Miguel, 12 de mayo de 2001