Pasando a la realidad del presente, el quinto disco de LA BUENA VIDA tiene que ser recibido con el entusiasmo de su título: ôHallelujah!ö. Asombrando a la vista con una fascinante portada de Aramburu (un laberinto de cartón con forma de corazón, precioso), este disco supone un esfuerzo extra de Siesta en las labores de producción: de los sempiternos estudios De Lucas en San Sebastián viajando para grabar los arreglos orquestales con una The City Of Prague Philharmonics, LA BUENA VIDA han contado con los medios necesarios para de nuevo supurar algo parecido a la sobresaliente y de paso otorgarse seguridad: aparecen por primera vez en su discografía las letras de las canciones impresas, en esta ocasión rendidas al peso de la tristeza y las despedidas, el futuro incierto y los temores interiores, que incluso recuerdan versos de Borges (ôuno aprende…ö) y terminan con un epílogo raramente optimista (ôVini, vidi, vinciö). Letras que son poesía, música que es orfebrería. Los arreglos orquestales no atrapan ese sabor a madera que hac¡an de los de «Soidemersol» algo inimitable, pero traen un brillo enorme y pureza real, en formas sutiles o en verdaderos detalles de fuegos de artificio, a veces en rima consonante con unos teclados sutiles y mudos pero que se antojan indispensables para este gozoso retablo de sentimientos al aire, de voces consagradas, de solapamientos inolvidables («S¢lo tienen lo que das»), mosica que, como siempre en LA BUENA VIDA, resulta eterna. «Hallelujah!» es el tercer episodio de la madurez asombrosa de un grupo que hasta el momento no conoce la palabra error, que parecen re_idos con el pecado, que pactaron con el diablo vivir en eterna perfecci¢n y aon viven en ella. A un paso de lo magistral, a un palmo de no merecernos otro disco de ellos, puede que nunca graben el disco del a_o, pero siempre tienen el disco que da sentido a nuestras vidas.
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