El Informe sobre Desarrollo Humano 1999 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) muestra que mientras la integración global está procediendo «a gran velocidad y con alcance asombroso,» la mayoría del mundo no participa de sus beneficios. «Las nuevas reglas de la globalización, y los actores que las escriben, se centran en la integración de los mercados globales, descuidando las necesidades de las personas que los mercados no pueden resolver. El proceso concentra aún más el poder y margina a los pobres».
Globalización de la pobreza y la exclusión social
La globalización supone indudables ventajas, pero también grandes desventajas. Entre los actores que se han beneficiado están las instituciones financieras, las empresas multinacionales, las mafias internacionales, turistas, ONG, y la mano de obra muy cualificada. El 20% más rico de la población mundial ganaba 30 veces más que el 20% más pobre en 1960. En 1990 la proporción era de 60 a 1, y en 1997 la diferencia era de 74 a 1, segon el PNUD. El siglo XX ha acentuado la desigualdad, en vez de reducirla. En 1820 la proporci¢n era de 3 a 1, de 7 a 1 en 1870, de 11 a 1 en 1913, y de 74 a 1 en 1997, es decir, hoy las desigualdades son mayores que nunca. Tambi’n hoy m s de 80 pa¡ses (el -frica subsahariana y los pa¡ses del antiguo bloque sovi’tico) tienen una renta per c pita inferior a la de hace una d’cada, y curiosamente muchos de estos pa¡ses son los m s integrados en el comercio global en t’rminos de PIB.
La globalizaci¢n no contempla ningon mecanismo de redistribuci¢n de la renta. Casi la mitad de la poblaci¢n mundial, m s de 2.800 millones de personas, viven con menos de dos d¢lares diarios, mientras las 225 personas de mayor fortuna poseen un patrimonio equivalente a la renta de 2.500 millones de personas, y la fortuna de las 15 personas m s ricas supera al PIB del conjunto de los pa¡ses del -frica subsahariana. En Latinoam’rica, segon el BID, 220 millones de personas viven en la pobreza y de ellos 100 millones viven en la indigencia; el 10% de la poblaci¢n de ingresos m s altos concentra el 40% del total, mientras el 30% m s pobre recibe s¢lo el 7,5% del ingreso total. Para paliar el desastre de la globalizaci¢n de la pobreza, se han propuesto algunas medidas, como la condonaci¢n de la deuda externa de los pa¡ses m s pobres y el aumento de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), hasta alcanzar el 0,7% del PIB de los pa¡ses ricos. Pero los pobres probablemente prefieran que les paguen m s por el caf’ y otros productos de exportaci¢n a las medidas meramente caritativas; como dec¡a un chiste, «Pagar mejor el caf’, y menos ONGs».
Algunas de las iniquidades de la globalizaci¢n son consecuencia de las mismas faltas de equidad entre pa¡ses ricos y pobres, o entre las poblaciones ricas y pobres dentro de ellos, tal como el PNUD ha descrito durante a_os. El 20 por ciento m s rico de la poblaci¢n mundial controla el 86 por ciento del PIB mundial y el 82 por ciento de las exportaciones de bienes y servicios, mientras que el 20 por ciento m s pobre apenas un 1 por ciento del PIB y las exportaciones. La globalizaci¢n ha supuesto tambi’n un aumento de la exclusi¢n social, marginando a grupos sociales completos de toda participaci¢n real, con el aumento del desempleo y de la pobreza. En Am’rica Latina, segon la CEPAL, el nomero de pobres, que en 1980 era de 135 millones, lleg¢ a 200 millones en 1990, y en 1997, a pesar del crecimiento econ¢mico experimentado en ese periodo, alcanz¢ la cifra de 204 millones, y de ellos cerca de 90 millones son indigentes, viviendo en una pobreza extrema.
La crisis de 1999, que afect¢ a numerosos pa¡ses latinoamericanos, ha agravado la pobreza y la exclusi¢n social, en un contexto de aumento de las desigualdades sociales, a escala internacional y en cada pa¡s. El llamado pensamiento onico, que desprecia toda protecci¢n social y cualquier mecanismo que no sea la dura l¢gica darwinista de la supervivencia en el mercado, contribuye a agravar las desigualdades Norte/Sur y dentro de cada pa¡s. Un ciudadano de Estados Unidos gana por t’rmino medio m s que cien ciudadanos de Hait¡. En Espa_a el 20% de los m s ricos tienen 4,4 veces m s ingresos que el 20% m s pobre, mientras que en Colombia tienen 15,5 veces m s, cifra que casi duplica al 8,9 de Estados Unidos, que es uno de los pa¡ses industrializados con mayores desigualdades, segon el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD.
Una nueva forma de iniquidad puede verse en la integraci¢n de las comunicaciones. «Internet une a las personas en una nueva red global, pero el acceso se concentra entre las personas de los pa¡ses ricos,» dice el informe. Los pa¡ses de la OCDE, con el 19 por ciento de la poblaci¢n mundial, controlaban el 91 por ciento de los usuarios de Internet en 1999. En Estados Unidos el 26 por ciento de la poblaci¢n del pa¡s ten¡a acceso a Internet; en los otros pa¡ses de la OCDE, el 6,9 por ciento; y en las otras regiones del mundo no llega al 1 por ciento de la poblaci¢n.
La globalizaci¢n econ¢mica, o el aumento del comercio exterior, se ve favorecido por la apertura y liberalizaci¢n de los mercados y por el impacto de la actual revoluci¢n tecnol¢gica sobre las comunicaciones tanto f¡sicas (transportes), como electr¢nicas (informaci¢n). Uno de los aspectos clave es la gran movilidad del capital financiero, la existencia de un mercado planetario donde diariamente y a la instant nea velocidad de la luz, las redes electr¢nicas mueven e intercambian sin control, 1,5 millones de millones de d¢lares. El 20% de los bienes y servicios producidos anualmente son exportados e importados.
Sin embargo, la palabra globalizaci¢n no se usa s¢lo referida a la globalizaci¢n econ¢mica o financiera, sino que abarca otros aspectos. Se trata de un proceso que integra las actividades econ¢micas, sociales, culturales, laborales o ambientales. La globalizaci¢n supone tambi’n la desaparici¢n de las fronteras geogr ficas, materiales y espaciales. Las redes de comunicaci¢n, desde Internet a los tel’fonos m¢viles, ponen en relaci¢n e interdependencia a todos los pa¡ses y a todas las econom¡as del mundo, haciendo realidad la llamada aldea global. Globalizaci¢n y neoliberalismo no son t’rminos sin¢nimos, pero actualmente se produce una repetida concordancia entre el fen¢meno f¡sico de la globalizaci¢n y el fen¢meno ideol¢gico del neoliberalismo. La redistribuci¢n de la renta, a escala nacional y mundial, se relega completamente, y la onica esperanza es un ut¢pico derrame.
Lo cierto es que la globalizaci¢n propicia un enorme proceso de distribuci¢n desde los pobres hacia los ricos, desde el Sur hacia el Norte, desde los trabajadores hacia el capital, desde el sector productivo al financiero, desde la sociedad y el Estado hacia los grandes empresarios.
Globalizaci¢n y agricultura convencional
Durante milenios, el objetivo de la agricultura fue obtener alimentos suficientes. Las t’cnicas agr¡colas no han variado mucho, hasta el siglo pasado, en que se establecen las bases de la nueva qu¡mica agraria, y con ella se abren paso a la utilizaci¢n de los fertilizantes. A principios del siglo XX se empieza a utilizar los fertilizantes nitrogenados, fosf¢ricos y pot sicos, si bien la generalizaci¢n del uso de los fertilizantes no se realiza hasta los a_os sesenta.
Despu’s de la segunda guerra mundial, con la aparici¢n del DDT y como consecuencia del auge econ¢mico se empieza a desarrollar la industria de los plaguicidas. Es de destacar que el desarrollo de los fertilizantes estuvo ligado a la fabricaci¢n de explosivos, as¡ como la fabricaci¢n de plaguicidas est relacionado con productos utilizados en la guerra qu¡mica.
La mejora gen’tica de las variedades cultivadas y de las razas de animales, junto con la utilizaci¢n de los fertilizantes y plaguicidas (insecticidas, fungicidas, herbicidas) tiene como consecuencia a un aumento de la producci¢n agr¡cola y ganadera. Este aumento conlleva una nueva problem tica ambiental y a un consumo energ’tico muy alto. Los alimentos y cultivos transg’nicos son el oltimo pelda_o, hasta ahora, de una agricultura industrializada; sus efectos ambientales pueden ser enormes, aon mayores que los resultantes del empleo masivo de plaguicidas y abonos qu¡micos. En 1962 el libro de Rachel Carson Primavera silenciosa dio el primer aviso de que ciertos productos qu¡micos artificiales, como el DDT, se hab¡an difundido por todo el planeta, contaminando pr cticamente a todos los seres vivos hasta en las tierras v¡rgenes m s remotas. Aquel libro, que marc¢ un hito, present¢ pruebas del impacto que dichas sustancias sint’ticas ten¡an sobre las aves y dem s fauna silvestre. Pero hasta ahora no se hab¡an advertido las plenas consecuencias de esta insidiosa invasi¢n, que est trastornando el desarrollo sexual y la reproducci¢n, no s¢lo de numerosas poblaciones animales, sino tambi’n de los seres humanos.
Nuestro futuro robado, escrito por Theo Colborn, Dianne Dumanoski y Pete Myers, reuni¢ por primera vez las alarmantes evidencias obtenidas en estudios de campo, experimentos de laboratorio y estad¡sticas humanas, para plantear en t’rminos cient¡ficos, pero accesibles para todos, el caso de este nuevo peligro. Comienza all¡ donde terminaba Primavera silenciosa, revelando las causas primeras de los s¡ntomas que tanto alarmaron a Carson. Bas ndose en d’cadas de investigaci¢n, los autores presentan un informe que sigue la pista de defectos cong’nitos, anomal¡as sexuales y fallos de reproducci¢n en poblaciones silvestres, hasta su origen: sustancias qu¡micas que suplantan a las hormonas naturales, trastornando los procesos normales de reproducci¢n y desarrollo.
Los autores de Nuestro futuro robado repasan la investigaci¢n cient¡fica que relaciona estos problemas con los «disruptores endocrinos», estafadores qu¡micos que dificultan la reproducci¢n de los adultos y amenazan con graves peligros a sus descendientes en fase de desarrollo. Explican c¢mo estos contaminantes han llegado a convertirse en parte integrante de nuestra econom¡a industrial, difundi’ndose con asombrosa facilidad por toda la biosfera, desde el Ecuador a los polos.
La utilizaci¢n de los fertilizantes y de los plaguicidas, junto con la ganader¡a intensiva, da lugar a la contaminaci¢n de suelos y aguas. El uso frecuente e indiscriminado de plaguicidas provoca graves problemas ambientales. Segon estudios realizados en los Estados Unidos, de los 500 millones de kilos de plaguicidas utilizados anualmente, s¢lo el 1% de los productos llega a los organismos nocivos (a los que en principio van destinados). El 99% restante se queda en los ecosistemas. Una parte van a parar a la atm¢sfera por volatilizaci¢n, otra parte importante al suelo, y otra a los acu¡feros. Otro de los efectos de los plaguicidas son los da_os que afectan a la fauna del medio, como las abejas, aves insect¡voras y a los insectos otiles, que son depredadores de insectos da_inos. Otra parte se queda en los productos agr¡colas, siendo consumido directamente por los animales, y el hombre.
Todos los plaguicidas utilizados por el agricultor tienen unos plazos de seguridad, expresados en d¡as, quedando prohibido la utilizaci¢n del producto en los d¡as marcados antes de la cosecha, estando en manos del agricultor la responsabilidad del cumplimiento de estos plazos. Existen tambi’n unos l¡mites m ximos de residuos del plaguicida utilizado que pueden quedar en el producto a consumir. El control de los residuos de plaguicidas corresponde a la administraci¢n, si bien tampoco existen los medios suficientes para analizar todos los productos agr¡colas que llegan al mercado.
El empleo de plaguicidas es una de las mayores amenazas a la diversidad biol¢gica y a la salud de las personas. Se calcula que una persona normal puede entrar en contacto con mas de 60.000 productos qu¡micos sint’ticos diferentes en su vida cotidiana, y s¢lo en la comida pueden encontrarse 10.000. Muchos de estos productos son t¢xicos. Unos 600, cancer¡genos. Los plaguicidas utilizados en agricultura son sin duda el grupo m s peligroso. Fueron introducidos masivamente en todo el mundo en los a_os 40 como parte de la llamada «Revoluci¢n Verde», junto con las semillas mejoradas, los abonos y la mecanizaci¢n de la agricultura.
Las plagas gozan de excelente salud pues los plaguicidas estimulan su capacidad de mutaci¢n para adaptarse. Sus predadores naturales, como insectos y p jaros, mucho m s lentos de adaptaci¢n, sucumben bajo los plaguicidas; los monocultivos les aseguran el alimento ideal. En 1965 estaban censadas por la FAO 182 plagas. En 1977 fueron 364. Hoy son m s de 500 los insectos resistentes a los plaguicidas, as¡ como 100 especies de hongos y 50 de adventicias. En EE UU, el uso de plaguicidas se ha multiplicado por 11 desde finales de los a_os 40. Sin embargo, las p’rdidas en las cosechas, debidas a plagas han aumentado de un 7% a un 13%.
Segon un informe elaborado por la OIT a partir de los datos suministrados por gobiernos y organizaciones internacionales, 40.000 agricultores mueren en el mundo cada a_o por intoxicaci¢n aguda con plaguicidas de un total de entre 3 y 5 millones de casos. Pero las intoxicaciones agudas son s¢lo parte visible de los da_os causados por estos productos. Los gobiernos establecen, para cada compuesto, una dosis m xima diaria aceptable para el ser humano, normalmente expresada en cantidad de sustancia autorizada por kilo de peso corporal. Los m’todos de determinaci¢n muestran que m s que proporcionar una verdadera seguridad, se trata de ofrecer la imagen, aparentando un conocimiento sobre los productos y sus efectos que no existe. La mayor¡a de los cient¡ficos est n de acuerdo en que no se puede hablar de dosis seguras. Pero, adem s, cada uno de nosotros ingiere diariamente diversos alimentos que pueden aportar las dosis autorizadas de cada uno de ellos. Podemos sobrepasar, al adicionarlos, los umbrales considerados oficialmente peligrosos. Nada se nos dice de los efectos aditivos de varios productos. Ni de los de su acumulaci¢n en nuestro organismo (especialmente en la grasa) siendo que, d¡a tras d¡a, a_o tras a_o, los ingerimos con los alimentos.
Un gran nomero de sustancias qu¡micas artificiales que se han vertido al medio ambiente, as¡ como algunas naturales, tienen potencial para perturbar el sistema endocrino de los animales, incluidos los seres humanos. Entre ellas se encuentran las sustancias persistentes, bioacumulativas y organohal¢genas que incluyen algunos plaguicidas (fungicidas, herbicidas e insecticidas) y las sustancias qu¡micas industriales, otros productos sint’ticos y algunos metales pesados.
Los disruptores hormonales interfieren en el funcionamiento del sistema hormonal mediante alguno de estos tres mecanismos: suplantando a las hormonas naturales, bloqueando su acci¢n o aumentando o disminuyendo sus niveles. Las sustancias qu¡micas disruptoras hormonales no son venenos cl sicos ni carcin¢genos t¡picos. Se atienen a reglas diferentes. Algunas sustancias qu¡micas hormonalmente activas apenas parecen plantear riesgos de c ncer.
El mercado mundial de plaguicidas represent¢ unos 2 millones de toneladas en 1999, e inclu¡a 1.600 sustancias qu¡micas. El consumo mundial continoa creciendo. Los plaguicidas son una clase especial de sustancias qu¡micas por cuanto son biol¢gicamente activas por dise_o y se dispersan intencionadamente en el entorno. Hoy en d¡a se usan en Estados Unidos 30 veces m s plaguicidas sint’ticos que en 1945. En este mismo periodo, el poder biocida por kilogramo de las sustancias qu¡micas se ha multiplicado por 10. El 35 por ciento de los alimentos consumidos tienen residuos de plaguicidas detectables. Los m’todos de an lisis, sin embargo, s¢lo detectan un tercio de los m s de 600 plaguicidas en uso. La contaminaci¢n de los alimentos por plaguicidas es a menudo muy superior en los pa¡ses en desarrollo.
La mayor parte de los fertilizantes utilizados en la agricultura son los abonos nitrogenados, fosf¢ricos y pot sicos. En los procesos de fabricaci¢n de los abonos se emiten agentes contaminantes (¢xidos de nitr¢geno, emisiones en polvo de floor). Los abonos nitrogenados, los m s utilizados, provocan problemas de contaminaci¢n del agua por nitratos, muy solubles. En el proceso de fabricaci¢n del abonado nitrogenado se utiliza en grandes cantidades el petr¢leo o el gas natural.
Los nitratos plantean serios problemas sanitarios y ambientales. Hoy en d¡a en la Uni¢n Europea el consumo medio de fertilizantes alcanza los 150 kilogramos por hect rea y a_o. Conviene se_alar que la fertilizaci¢n nitrogenada es especialmente eficaz a bajas dosis: aplicaciones de 100 Kg N/Ha ocasionan un aprovechamiento del 80% del N, mientras que dosis altas, como 400 Kg N/Ha, posibilitan un aprovechamiento de s¢lo el 50% del N. El resto se pierde por lavado y contribuye a la contaminaci¢n de las aguas continentales.
En ese sentido los nitratos procedentes de los fertilizantes nitrogenados son motivo de preocupaci¢n y diversos estudios cient¡ficos e investigaciones pretenden aclarar sus posibles efectos nocivos sobre la salud y el medio ambiente. La ingesti¢n masiva de alimentos o aguas con elevadas concentraciones de nitratos puede provocar en condiciones muy espec¡ficas una intoxicaci¢n aguda similar a una asfixia conocida como metahemoglobinemia o cianosis. Se trata pues de una enfermedad provocada por la disminuci¢n de la hemoglobina en su capacidad para transportar el ox¡geno. Los beb’s de menos de seis meses son especialmente sensibles a estas intoxicaciones porque la conversi¢n de nitrato a nitrito se da m s f cilmente y su hemoglobina es m s susceptible a la oxidaci¢n.
Esos mismos nitritos formados en el tracto gastrointestinal pueden combinarse con las aminas provenientes del metabolismo de las prote¡nas para formar las cancer¡genas nitrosaminas. La OMS y la FAO fijan el l¡mite m ximo aconsejable de nitratos en los alimentos en 75 ppm y la dosis diaria admisible (DDA) de nitritos en 0,133 mg/Kg de peso corporal y la de los nitratos en 3,65 mg/Kg.
Los vegetales, que son la principal fuente de nitratos en la dieta humana, no est n sujetos, sin embargo, a ninguna normativa nacional que limite su concentraci¢n. Esta preocupante laguna legislativa deber resolverse en un plazo breve puesto que la Comisi¢n Europea ha elaborado el Reglamento 315/93, de 8/2/93, con ese fin, as¡ como para proponer a cada Estado miembro la elaboraci¢n de un C¢digo de buenas pr cticas agr¡colas que orienten al agricultor para producir hortalizas con el m¡nimo contenido posible en nitratos.
Un efecto ambiental consecuencia del aumento de los niveles de los nutrientes vegetales en las aguas continentales, nitratos y fosfatos principalmente, es la eutrofizaci¢n. Esta consiste en una proliferaci¢n masiva de algas y vegetales inferiores en las masas superficiales de agua por efecto de un exceso de nutrientes minerales. Esto ocasiona un paulatino empobrecimiento en el ox¡geno disuelto y una p’rdida de diversidad biol¢gica en los cursos de agua. Se estima que la agricultura es responsable en la Uni¢n Europea de un 25% de los fen¢menos de eutrofizaci¢n y que los nitratos causantes de dicho fen¢meno provienen en un 90% de la agricultura.
Por otro lado la contaminaci¢n de los acu¡feros y aguas subterr neas con elevados niveles de nitratos en las zonas agr¡colas se debe en buena parte al empleo de fertilizantes nitrogenados. Otra consecuencia ambiental indeseable de la aplicaci¢n de fertilizantes nitrogenados, aunque menos importante cuantitativamente, es su contribuci¢n al efecto invernadero a consecuencia de la desnitrificaci¢n que transforma el nitr¢geno mineral en ¢xido nitroso y la volatizaci¢n, que forma amoniaco (NH3). Estos gases contribuyen al calentamiento global de la tierra.
La globalizaci¢n propicia la uniformidad de los sistemas de producci¢n, agravando la p’rdida de biodiversidad agr¡cola y ganadera, favorece sistemas de producci¢n intensivos con un gran impacto ambiental (contaminaci¢n por plaguicidas y nitratos, liberaci¢n de organismos transg’nicos) y ocasiona el empobrecimiento de los campesinos. La participaci¢n de las exportaciones agr¡colas ha crecido mucho menos que las industriales o las del sector servicios. Los mismos pa¡ses ricos que defienden la apertura de mercados ponen todo tipo de barreras a los productos agr¡colas de Am’rica Latina y subvencionan su sector agr¡cola, mientras que al mismo tiempo imponen la desaparici¢n de todo tipo de ayudas en los pa¡ses del Sur. La competencia entre ‘stos y las pol¡ticas de la OCDE se han plasmado en la ca¡da de los precios de los productos agr¡colas convencionales, ya sea el azocar, el caf’ o el cacao, agravando la pobreza y la marginaci¢n de los campesinos, que igualmente sufren las consecuencias de la apertura de los mercados latinoamericanos a los productos agr¡colas de EE UU y la Uni¢n Europea.
Tras la Ronda de Uruguay del GATT (hoy OMC) los pa¡ses del Sur fueron obligados a suprimir las subvenciones y otras ayudas a su producci¢n agr¡cola, mientras que en los pa¡ses de la OCDE se han reforzado las subvenciones a los agricultores. La liberalizaci¢n aumenta la inseguridad alimentaria, al abocar a los campesinos del Sur a una competencia desigual, propicia la p’rdida de biodiversidad agr¡cola, fomenta la concentraci¢n de la propiedad de la tierra, beneficia a las multinacionales y promueve la monopolizaci¢n de los recursos gen’ticos y agr¡colas por parte de ‘stas. La teor¡a de la ventaja comparativa se convierte en desventaja y coartada para forzar la apertura de los mercados del Sur a las exportaciones de Estados Unidos y la Uni¢n Europea, mientras que ‘stos pa¡ses protegen su mercado interno de la competencia del Sur con aranceles, todo tipo de barreras comerciales y no comerciales y las subvenciones a sus agricultores, que en gran parte acaban beneficiando s¢lo a las grandes explotaciones y a las multinacionales que controlan el sector.
El problema del hambre no es de falta de alimentos ni de producci¢n, sino de distribuci¢n y de un injusto sistema de propiedad de la tierra. Los gobiernos y las ‘lites latinoamericanas defienden un modelo agr¡cola fundado en la gran propiedad y en el latifundio, en la industrializaci¢n intensiva, en los monocultivos y en unos pocos productos para la exportaci¢n, mientras se abandona y se descuida la producci¢n destinada al mercado local.
En 1983 se cre¢ la primera planta transg’nica, y en menos de 20 a_os los cultivos transg’nicos, impulsados por unas pocas multinacionales, pasaron de la nada a m s de 43 millones de hect reas en el a_o 2000, sin que aon se conozcan sus consecuencias sobre la salud y el medio ambiente. El 87% del rea plantada con transg’nicos corresponde s¢lo a una empresa, Monsanto, hoy en manos de Pharmacia. Monsanto ten¡a el 80% del mercado en 1999, seguida por Aventis con el 7%, Syngenta con el 5%, BASF con el 5% y DuPont con el 3%. Hoy representan una parte importante de las cosechas de Estados Unidos, Argentina, Canad y China (‘stos 4 pa¡ses representan el 99% de la superficie plantada con transg’nicos), aunque en el resto del mundo afortunadamente no pasan de ocupar un lugar marginal. En Espa_a en 1998 se autorizaron las primeras variedades de cultivos transg’nicos, y en la actualidad es el pa¡s de la Uni¢n Europea con m s cultivos modificados gen’ticamente.
El actual modelo agr¡cola es a largo plazo totalmente inviable, no ya solo por el problema derivado de la contaminaci¢n de r¡os, mares o suelos, sino por el consumo excesivo de los recursos no renovables y por la ineficiencia energ’tica que supone. Como alternativa surge, ya desde hace decenas de a_os la agricultura ecol¢gica, tambi’n llamada biol¢gica.
La agricultura ecol¢gica busca la producci¢n agr¡cola y ganadera sin la utilizaci¢n de fertilizantes y plaguicidas qu¡micos de s¡ntesis, en un entorno respetuoso con la naturaleza. La fertilidad del suelo se mantiene con la utilizaci¢n moderada de esti’rcol, compost y abono sideral (cultivo de plantas, leguminosas y gram¡neas principalmente, que son incorporadas al suelo). La lucha contra las plagas y enfermedades es preventiva, con la selecci¢n de variedades y especies resistentes y adaptadas al medio, con programas de rotaci¢n y asociaci¢n de plantas y con el tratamiento con productos de origen natural. Se favorecen la presencia de la fauna otil: aves insect¡voras y insectos depredadores de plagas. Las producciones de la agricultura ecol¢gica tienen en la actualidad una denominaci¢n de origen controlada, estando legislada en el mbito de la Uni¢n Europea. En Espa_a son las comunidades aut¢nomas las responsables del control de la producci¢n y del cumplimiento de la normativa. En general se obtienen producciones libres de residuos de plaguicidas y de nitratos, con contenidos nutricionales superiores a la producci¢n agr¡cola convencional.
Globalizaci¢n y democracia
Aunque se habla de la «mano invisible» del mercado como onico motor regulador de la econom¡a, esta mano que aprieta y ahoga tiene actores concretos, y responde a influencias pol¡ticas y econ¢micas no sujetas a control democr tico: el G-7 (o G-1, EE UU), la OCDE, el FMI, el Banco Mundial y la OMC actoan como los verdaderos garantes de un gobierno mundial. Los pa¡ses en desarrollo, donde vive cerca del 80 por ciento de la poblaci¢n mundial, apenas tienen voz en las instituciones donde realmente se decide el destino de la Humanidad. El FMI y el BM con sus planes de ajuste estructural obligan a privatizar las empresas poblicas y a reducir los gastos sociales y de protecci¢n ambiental. Los Estados pierden capacidad de decisi¢n tanto econ¢mica como pol¡tica, en favor de las grandes multinacionales. Imbuidos por esta l¢gica neoliberal, los pa¡ses dictan normas y leyes liberalizadoras; firman acuerdos comerciales que favorecen las din micas del «libre» mercado; se integran en bloques econ¢micos regionales y subsistemas globales (Uni¢n Europea, TLCAN, Mercosur, ASEAN, entre otros); impulsan las privatizaciones; abandonan las pol¡ticas de tipo social y condenan a los m s desfavorecidos a la miseria y la marginaci¢n. La crisis financiera del Este de Asia en los a_os 1997-99 demuestra los peligros de la globalizaci¢n financiera, al igual que la crisis de Rusia en 1998 y Brasil y otros pa¡ses latinoamericanos en 1999.
Ante la sucesi¢n de las tormentas financieras -desde el efecto tequila al efecto vodka, pasando por el efecto samba-, por primera vez se alzan algunas voces cr¡ticas dentro incluso del propio FMI. La farmacopea neoliberal que sigue utilizando los planes de ajuste estructural impuestos por el FMI, obliga a que el pa¡s que recibe los cr’ditos abra de par en par sus mercados financieros para permitir que la gran banca extranjera compre los bancos nacionales; fuerza a elevar las tasas de inter’s -lo que ocasiona el hundimiento de las empresas locales-; impone subidas de impuestos que son soportadas por las capas medias y bajas cada vez m s empobrecidas; y conmina a draconianos recortes en el gasto poblico.
Globalizaci¢n y medio ambiente
La globalizaci¢n supone la transformaci¢n del espacio natural en espacio mercantil, y agrava la crisis ambiental. El di¢xido de carbono presente en la atm¢sfera se ha incrementado en un 30% respecto al siglo pasado, y hoy a_adimos cada a_o m s de 8.000 millones de toneladas de di¢xido de carbono (CO2), acelerando el cambio clim tico, al que tambi’n contribuye el metano (CH4), el ¢xido nitroso (N2O) y los clorofluorocarbonos (CFCs). El cambio clim tico afectar de manera muy grave a los ecosistemas, a la agricultura, a la pesca y a los bosques. Miles de especies de animales y plantas pueden desaparecer, al no poder afrontar el aumento de la temperatura (unos 2 grados cent¡grados en el 2050 como m¡nimo, probablemente m s), la subida en el nivel del mar (20 cent¡metros para el 2030 y de 60 a 70 cm en el 2100) y los cambios en las precipitaciones, entre otras variables. Todo el sistema mundial de parques nacionales y naturales est amenazado, al carecer de suficiente espacio como para poder permitir un desplazamiento de 400 kil¢metros hacia los polos de las especies existentes, distancia necesaria para adaptarse al aumento de la temperatura. Las incertidumbres acerca del cambio clim tico son todav¡a muy grandes, pero el m s elemental principio de precauci¢n aconseja reducir las emisiones de los gases de invernadero. La sociedad industrial est realizando un enorme e irresponsable experimento con la biosfera.
Frenar el cambio clim tico requiere una disminuci¢n dr stica de las emisiones de los gases de invernadero (C02, CH4, CFCs, N2O), y para ello hay que frenar la deforestaci¢n y el consumo de combustibles f¢siles, aumentar la eficiencia energ’tica, basar el sistema energ’tico en las fuentes renovables, y eliminar los CFCs, entre otras medidas. Combatir y frenar el cambio clim tico supone una aut’ntica revoluci¢n en el consumo y en la manera de producir, necesaria pero extraordinariamente dif¡cil, dados los intereses de las grandes multinacionales y los h bitos consumistas de una parte de la poblaci¢n, sobre todo en los pa¡ses industrializados, como muestra la negativa de la Administraci¢n de George W. Bush a ratificar el Protocolo de Kioto. Tal cambio debe hacerse de una manera equitativa, y no a la manera usual de hacer pagar a qui’n no tiene ninguna culpa: los pueblos del Sur, excluidas las ‘lites gobernantes, y las capas m s desfavorecidas del Norte.
Cada a_o, segon el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), se emiten 99 millones de toneladas de di¢xido de azufre y 68 millones de ¢xidos de nitr¢geno, sustancias causantes de la deposici¢n cida, as¡ como 177 millones de toneladas de mon¢xido de carbono y 57 millones de part¡culas. Buena parte de Europa recibe lluvias con m s de un miligramo de azufre por litro.
El accidente de Chern¢bil, la proliferaci¢n nuclear y la acumulaci¢n de residuos radiactivos, muestran los riesgos de la energ¡a nuclear, tanto los usos pac¡ficos de las 429 centrales nucleares en funcionamiento en todo el mundo, como los militares; miles de bombas at¢micas siguen existiendo (s¢lo EE UU y Rusia pose¡an 17.890 en 1993), y no hay ningon plan en marcha de desnuclearizaci¢n. Las bombas at¢micas almacenadas poseen un poder destructivo equivalente a 1.800 kilogramos de TNT por cada habitante de la Tierra. Entre 1945 y 1990 se realizaron, segon las cifras oficiales (inferiores a las reales), 1.918 ensayos nucleares, de ellos 489 en la atm¢sfera. El volumen de residuos radiactivos producidos en 1990 en las centrales nucleares fue de 21.000 metros cobicos de alta actividad, 27.000 m3 de actividad intermedia y 370.000 m3 de baja actividad.
El consumo de energ¡a supera los 9.000 millones de toneladas equivalentes de petr¢leo (375 EJ), y m s de 700 millones de veh¡culos, la mayor¡a en el Norte, circulan por costosas infraestructuras. La producci¢n, transformaci¢n y consumo final de tal cantidad de energ¡a es la causa principal de la degradaci¢n ambiental. La acumulaci¢n irreversible de residuos radiactivos, el efecto invernadero y el subsiguiente calentamiento de la atm¢sfera, las lluvias cidas, la contaminaci¢n atmosf’rica, la desertizaci¢n causada por el consumo de le_a en el Tercer Mundo, los destrozos de la miner¡a a cielo abierto de carb¢n, los vertidos y las mareas negras de petr¢leo y el anegamiento de grandes extensiones provocado por la construcci¢n de centrales hidroel’ctricas, son algunos de los efectos indeseables del actual modelo energ’tico.
El consumo de energ¡a comercial est muy desigualmente repartido, pues el Norte, con s¢lo el 25% de la poblaci¢n mundial, consume el 72% de la energ¡a, mientras el Sur, donde vive el 75% de la poblaci¢n mundial, s¢lo consume el 28%. El pensamiento oficial y la planificaci¢n energ’tica han fracasado, exagerando interesadamente el crecimiento de la demanda de energ¡a, como justificaci¢n para acometer la construcci¢n de costosas centrales nucleares y en general para incrementar la oferta energ’tica. Los esfuerzos y recursos destinados a incrementar la eficiencia energ’tica y la penetraci¢n de las energ¡as renovables son a todas luces insuficientes. Algunas aplicaciones de la energ¡a solar, como las c’lulas fotovoltaicas, podr¡an a medio plazo cubrir gran parte de las necesidades energ’ticas, empezando por las de las m s de 2.000 millones de personas sin electricidad, pero para ello se requerir n importantes recursos para investigaci¢n y desarrollo, al objeto de mejorar los rendimientos y abaratar los costes de producci¢n.
La p’rdida anual de cerca de 20 millones de hect reas de bosques tropicales y la destrucci¢n de todo tipo de h bitats, est n ocasionando la