Por poco fiel que sea a ese mismo anecdotario, por poco bien narrados que cuente los hechos o caracteres, es posible, incluso probable, que algunos de los más que teóricos ôprotagonistasö se sientan aludidos y entonces le ocurran un montón de cosas de signos bien distintos. Desde el compañero de sus años mozos que le llame encantado de la vida de haberse visto reflejado en alguna forma en el texto, bajo el esquema quizás: ôíOstras! íEso lo hicimos él y yo! íFue conmigo con quien fue al cine aquella noche a ver æEl graduadoÆ!ö, criticando a lo mejor el propio comportamiento de entonces, tipo: ôíQué zoquetes û o ingenuos, o inmaduros, etc. û éramos en aquellos tiempos, +verdad?ö, hasta los que se le enfaden bastante û es un dato contrastado que nadie se molesta sólo un poco; si alguien se adentra por esos andurriales lo hace muy de verdad û, y lo hagan de dos maneras distintas. Una, discutiéndole el derecho al uso de sus propios recuerdos para reflejarlos en una obra de ficción, incluso duramente, con verdaderas amenazas que a veces llegan a concretarse en hechos, y otra, m s parad¢jica aun, tachando de falsedad aquello que se ha escrito, a veces mezclada con la anterior. De nada sirve que el autor argumente que s¢lo se trata de una novela. Que en ningon lugar de su obra existe dato alguno que permita que se haga ninguna clase de identificaci¢n positiva de nada de aquello que molesta a quien le embiste. Todos sus argumentos resultan en vano.
Y entonces es cuando aparece la verdadera novela, el verdadero relato de ficci¢n, porque podr¡a escribirse uno referido a eso, a no ser que ser¡a del todo inveros¡mil – si no es que el autor se dedique a la ciencia ficci¢n – y falto de suficiente consistencia como para que valga la pena tratar de relatarlo, una vez admitido que una novela adscrita al realismo tiene que ser veros¡mil, porque todo ello es absurdo. Vayamos por partes. Supongamos que quien se enfada se ve reflejado en un personaje que piensa y actoa como hac¡a ‘l en aquellos a_os. Pueden ocurrir dos cosas, que aun sostenga los mismos puntos de vista y talantes que entonces, o que no. Si se trata de lo primero, +por qu’ no se siente orgulloso de reflejarse en lo mejor de lo mejor de la novela, el h’roe del relato?, porque as¡ es como se ve uno a uno mismo cuando est de acuerdo consigo +no es cierto? Si ha cambiado de perspectiva +por qu’ le molesta que en la obra se haga una cierta caricatura de quienes pensaban y se comportaban como ‘l, cuando es ‘l mismo quien ya ha hecho esa cr¡tica cambiando de manera de ser e incluso quiz s de pensar? +Verdad que me vais siguiendo? Pero claro, la cosa llega ni m s ni menos que al paroxismo del absurdo cuando la acusaci¢n es de falsedad. «Eso que has escrito es falso», sueltan, y se quedan tan anchos. Pase que a uno u otro no le apetezca verse reflejado en parte alguna, ni directa ni indirectamente, a la manera de la visi¢n de algunas formas culturales de trasfondo religioso que creen que una fotograf¡a roba el alma del retratado, pero +c¢mo tildar de falso el dato de una obra de ficci¢n donde se supone que todos lo son, aunque resulten veros¡miles? S¢lo puede tildarse as¡ un dato de car cter poblico e incontestable, como por ejemplo que los tanques rusos «no» entraron en Praga en Agosto del 68, y aun eso a no ser que se trate de alguna forma de ucron¡a.
Supongo que este rasgo debe provenir de algo subliminal que hace que quien est molesto no se guste lo suficiente como era, pongamos, hace treinta a_os, porque, claro, si no se reconoce +a santo de qu’ la queja? Soy, empero, de los que creen que todo esto suelta un fuerte pestazo a censura; que aquello que molesta es que el autor se permita criticar, a lo mejor con gran sarcasmo, ideas y rasgos de car cter que el molestado reconoce como suyos, aunque quien los viva y practique en la novela sea un personaje de ficci¢n. Una simple cuesti¢n de amor propio en el sentido m s exacerbado del t’rmino. Quiz s en definitiva la acritud proviene del hecho que quien lo ha escrito demuestra guardar aun fielmente la memoria de aquel tiempo, y es ‘se el problema.
Jordi Portell
