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Todos esos factores y sus múltiples combinaciones aparecen por aquí de la manera más digna y honesta posible, con una producción quizá algo monótona de Pablo Iglesias pero que no estorba ni entorpece el resultado final de estas canciones. Melodías a flor de piel, coros ejemplares y destellos de vitalidad en las guitarras para un disco que necesita ya un relevo inmediato que nos demuestre, a tiempo, que esas dosis de amargura («Monday morning») aún son posibles, y que los movimientos rotatorios frente al emopop («Never two») siguen en su órbita.