Dicen que la prueba que no ha sido otro atentado terrorista es que se desprendió uno de los motores del avión, que el piloto tuvo tiempo de soltar lastre, en forma de una buena parte del combustible, seguramente tratando de realizar a la desesperada un aterrizaje de emergencia, etc. Ocurre, empero, que quizás haría falta preguntarse si ese desprendimiento de un motor es tan ônormalö, para entendernos, o aun nos queda por evaluar la posibilidad que se haya tratado de un sabotaje, lo que nos lleva al verdadero nudo de la cuestión. +ste es que, por lo que parece, hará falta que nos vayamos acostumbrando a sufrir con frecuencia este tipo de sustos. La noticia que el tema del ántrax, subsidiario del atentado de las torres gemelas y el Pentágono, no parece proceder de la misma fuente, sino que algún grupo de extrema derecha de allí mismo esta aprovechando la oportunidad para sacar tajada, sin que hasta hoy mismo se haya sabido qué reivindican, acaba de remachar el clavo. Poco a poco la gente nos vamos convirtiendo de forma permanente en rehenes de cualquier causa. Tanto da si por una d’aquellas de altos vuelos, tipo guerra santa contra los infieles, independencia del Pa¡s Vasco, revoluci¢n proletaria, etc., como si se trata de cosas m s al detall, como por ejemplo la negociaci¢n del convenio de un servicio poblico de primera necesidad, s¢lo por poner un ejemplo. Claro est que la magnitud de las consecuencias de todas estas cosas para el poblico no es quiz s comparable, pero como me gusta decir a veces, no dejan de ser escalones distintos de la misma escalera, donde aquello que predomina es la falta de respeto por los derechos de los ciudadanos, entre otros, en los casos m s graves, el derecho a la vida.
Uno s¢lo puede quedar espeluznado muy de veras por el hecho de que las primeras cosas a destacar de la entrada en Kabul de los combatientes de la Alianza del Norte, hayan sido algunas como por ejemplo que haya empezado a o¡rse mosica en la ciudad, que muchos j¢venes se hayan afeitado la barba, obligatoria y de una medida m¡nima determinada segon el credo de los integristas talibanes, y que quien dio las primeras noticias por la emisora oficial de radio sobre el acontecimiento fue una mujer. La idea que cosas de una normalidad tan absoluta como evidente estuvieran proscritas bajo el r’gimen que acaba de caer, hace pensar que por sospechosos de falta de respeto por los derechos humanos que resulten sus adversarios – hoy por hoy ganadores -, siempre resultar n un mal menor con respecto a tanta barbarie. Lo siento por la pandilla de auto nombrados progresistas, solicitantes casi profesionales de respeto por cualquier cosa que venga del Tercer Mundo, pero cuando veo cosas como estas no me quedan ganas de proclamar el respeto por todas las formas culturales, sin que me haga falta que entren en conflicto dos de mis esencias «progres», como por ejemplo en el caso de las ablaciones de cl¡toris de las ni_as de segon que «culturas», como ha resultado preciso a algon sector de estas mismas adhesiones que mencionaba, demasiadas veces cerrilmente inquebrantables.
Por supuesto no se trata de hacer como algon l¡der europeo de ahora mismo, que sin pens rselo mucho y en un gesto precipitado de verdadero bocazas, se descolg¢ unas semanas atr s haciendo una hortera exhibici¢n de etnocentrismo a favor de la civilizaci¢n cristiano-occidental, que tuvo que envainarse en seguida, no s’ si por convicci¢n o quiz s – es lo m s probable – en un acto de adhesi¢n a aquello del leguaje pol¡ticamente correcto, pero pienso que no ser¡a nada est’ril que trat ramos en serio de poner en solfa los derechos individuales y colectivos de todo el mundo – hombres, mujeres y ni_os -, e ir empujando el carro para conseguir que lleguen a tener un valor universal de verdad.
Jordi Portell