La inflación –de ella hablamos- está corroyendo los bolsillos, cada vez más reducidos, de los consumidores. Tras haber devaluado el peso, allá a comienzos de enero pasado, la gestión del peronista Eduardo Duhalde ha desatado una carrera imparable en los precios de los artículos que componen la canasta (cesta) de compras. Galopada a todas luces desiguales, puesto que los ingresos populares –estancados- sufrieron un doble vapuleo. Primero por la depreciación del signo monetario y en paralelo por la incesante alza en el coste de los productos.
Mientras, la recesión crece y vaya uno a saber por qué, el Jefe de Estado vaticinó que el 9 de julio próximo, Día de la Independencia, esa calamidad comenzará a ser pasado, puesto que en esa jornada el barco –la Argentina- soltará amarras. En esto de insuflarle ánimo al pueblo, Duhalde se parece al radical Fernando de la Rúa, eyectado en un sangriento 20 de diciembre último, que le pedía a la ciudadanía una dosis de optimismo cuando con sólo hablar con un pequeño universo societal, la angustia y la desesperanza eran el color de la realidad. Cuando día a día se pierden cientos de puestos de trabajo, se ensancha la base de la pobreza, las filas a las puertas de los consulados de España e Italia se renuevan constantemente con la esperanza de emigrar en pos de, al menos un proyecto de vida, resulta inadmisible que el Presidente asevere que estamos a “un tris” de cambiar la historia.
Con un cuerpo social fragmentado, producto de la genocida última dictadura militar y del proyecto neo liberal iniciado –a finales de los 80- por el peronista Carlos Saúl Menem, corregido y aumentado por sus sucesores, el presente es una nube de gases inertes. La clase dirigente gasta palabras explicando que si no se acuerda con el FMI el futuro, el cortoplacista, se complica. Y si se pacta con el organismo de crédito pronosticamos que la situación social se agravará.
El Fondo le exigió al equipo duhaldista que dejara flotar el tipo de cambio. Y así, desde el 11 de febrero pasado se plasmó el reclamo. Luego, demandó que las administraciones provinciales bajaran sus rojos fiscales. Para eso, el Ejecutivo signó –con los 24 gobernadores- el nuevo pacto tributario. Más recientemente, emplazó a la gestión de Duhalde que rescate de inmediato los casi 5200 millones de pesos emitidos en títulos provinciales, requisito para destrabar la asistencia financiera, suspendida en diciembre de 2001. Empero, el equipo de Jorge Remes Lenicov, cabeza de la cartera económica propuso hacerlo en un plazo de 2 años. Plan rechazado por el FMI. Intríngulis que se asemeja a la historia del huevo y la gallina. Si el organismo financiero no suelta los fondos, el Gobierno tendrá que emitir billetes para retirar esa cuasi moneda, desencadenando así más inflación. Voceros provinciales adelantaron a Informativos.Net que ni piensan detener la emisión de los bonos, si no se los reemplaza por pesos para cubrir las nóminas salariales y evitar nuevos estallidos sociales. El doctor Duhalde y sus colaboradores están entre dos espadas. La una, blandida por el Fondo que no sólo exige la retirada urgente de los títulos si no que también considera que la plantilla de empleados estatales tiene que estrecharse sustancialmente. La otra, no por menos afilada, es esgrimida por los gobernadores y los sindicatos que agrupan a los agentes públicos que no están dispuestos a esperar sentados otra vuelta en el torniquete del ajuste.
Así las cosas, los días por venir se tornarán centelleantes. En las manos del Gobierno está virar ese pronóstico, y olvidarse –por largo tiempo- de setiembre de 2003, la fecha escogida por el doctor Duhalde en que deberá elegirse, optar sería el término adecuado, al nuevo inquilino transitorio de la Casa Rosada, sede del Ejecutivo.
Alberto Bastia