Duhalde, ungido en enero pasado por la Asamblea Legislativa, cuenta con una de las dos eles que precisa un Jefe de Estado: la de la legalidad. Sin poseer la legitimidad del voto popular, habiéndose presentado como un Presidente de la transición, tomó la medida que tantas veces, mientras lo arropaba el sol de la oposición, cuestionó. Depreció el peso, atado por una década al dólar fruto de la convertibilidad efectuada por otro Ejecutivo del mismo color político como fue el del caudillo riojano Carlos Saúl Menem. Devaluación que de momento llegó al 250%, deglutiendo todo a su paso, en especial los salarios. La desvalorización del signo monetario doméstico impactó con furia en los precios de aquellos productos que conforman la canasta (cesta) de compras de millones de habitantes que, cuidaban el centavo y que ahora se encuentran con aumentos cotidianos a la hora de hacer las compras.
El Primer Mandatario prometió resolver los problemas de los ahorradores atrapados en el corralito financiero, campo de concentración de la constitucionalidad puesto en práctica por el dimitente radical Fernando de la Rúa y su Ministro de Economía, el ex funcionario de la última dictadura militar Domingo Felipe Cavallo.
Exacción exigida por los banqueros, con el pretexto de que los depósitos de los ahorristas se convirtieron en préstamos –a largo plazo-para empresas, cuando la verdadera razón fue que los habían transferido al exterior, concretando una nueva estafa en una Argentina en la que los poderosos siguen disfrutando del aire fresco. Lejos de solucionarlo, Duhalde enturbió aún más el panorama.
Con el verdadero poder en manos del mundo financiero y de las multinacionales, amparados por los organismos internacionales de crédito, el habitante de la Casa Rosada –sede gubernamental- pudo constatar que no cederán un milímetro de mando. Que la salida del corralito se convirtió en un paso de danza lo demuestran los titulares de los periódicos. Versiones no faltan. Que el Estado les entregará bonos a los ahorristas para que éstos sigan moviéndose en ese redil. O que además de un bono, podrían recibir una parte de sus dineros en moneda contante y sonante. Toda una broma de mal gusto, ya que los banqueros no resignarán las fabulosas ganancias obtenidas y mucho menos las instituciones financieras que tienen su casa matriz allende el Atlántico no están dispuestas a pedirles que les giren los fondos precisos para hacer frente al hurto cometido.
Más solo que nunca, y con un índice de popularidad que no llega 10%, al doctor Duhalde le deben resonar los dichos del Cardenal Jorge Bergoglio, que en ocasión de la homilía del 25 de mayo –en recordación de un aniversario más de la Revolución de Mayo- sostuvo, en la Catedral Metropolitana, que la crisis argentina es terminal y que el país está al borde de la disolución. «¿Cuánta más sangre tendrá que correr para que el orgullo herido y fracasado reconozca su derrota?», demandó Bergoglio a un auditorio exclusivamente conformado por hombres del poder. Si las palabras del dignatario de la Iglesia Católica no cayeron en saco roto, y el Presidente dejó a un costado su vanidad, este lunes 27 podría ser ese anhelado día del reconocimiento.
Alberto Bastia
LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD
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