Pienso que si se lo hubiera propuesto en serio no habría conseguido que se le entendiera tan bien como se le capta de arriba a abajo ahora mismo. Sólo de entrada, su discurso viene dominado por un rasgo característico de todos los neuróticos: el convencimiento de que sus neuras son normalidades y, como tales, asumidas sin dudas ni matices por cualquiera que tenga dos dedos de frente. La otra cara de la moneda es, como no podía ser de otra manera, que cualquiera que no comulgue con sus diáfanas ruedas de molino, sólo puede ser como mínimo un insensato y un ignorante, aunque lo más probable es que sea un traidor enmascarado, al servicio de vete a saber que clase de tenebroso contubernio. Para percibirlo de todas todas, sólo hace falta fijarse en su incapacidad para entender ningún otro proyecto sobre nada de nada que no sean sus obsesiones. Si, por poner un ejemplo, se trata de España como estado – o nación, como la pretenden los nacionalistas españoles –, la simple idea de que alguien pueda tener de ella una versión menos rígida, más plural que la de él y los suyos, le pone en el disparadero de la estupefacción más supina. Es así, poniendo cara exactamente de eso, como aparece en las pantallas de televisión exigiéndole al líder de la oposición que se aclare de una vez, y pone como ejemplo clarísimo de que éste simplemente navega, el hecho de que Rodríguez Zapatero – tan españolista como quien más lo sea –, pueda entenderse con Maragall y su idea de la España Federal, o no haya mandado fusilar de inmediato a Elorza por su manifiesto autodeterminismo. La idea de que, para la gente del principal partido de la oposición, España sea algo mucho más plural o, aun más simple, que dos personas que coinciden en un montón de cosas tampoco lo hagan al ciento por ciento, le resulta tan ajena que no le cabe entre ceja y ceja.
Es mejor que bromeemos un poco sobre esto, porque si nos lo tomamos con seriedad tendremos que empezar a pensar en términos como defensa propia y cosas de éstas, y eso no acaba de ir a misa, especialmente si vemos como se lo montan aquellos de por allí el Cantábrico, con su forma extemporánea de buscar soluciones a su conflicto, tan drásticas como las del mismo Aznar. No hace falta decir que esta misma clase de talante se le manifiesta en todo aquello que dice sobre cualquier cosa, no sólo en su manía por la España UNA. Cualquiera que pusiera en duda la bondad de famoso decreto sobre la cobertura del paro sólo ponía de relieve su absoluta ignorancia en materia de política económica, o le hacía falta una visita urgente a la consulta de un psiquiatra. Claro que se lo tuvo que envainar después de aquella huelga general que él y los suyos decretaron inexistente, pero eso sólo demuestra que él es muy sabio y que siempre va un paso o dos por delante de cualquier otro. Confieso que he estado mucho tiempo que en cuanto veía aparecer su semblante por la televisión, cambiaba inmediatamente de canal. Era un grave error por mi parte, algo así como lo que hace el avestruz cuando esconde la cabeza bajo la arena, para huir de los peligros no queriéndolos ver.
Esta gentecilla es partidaria del viejo régimen, y no me refiero al franquismo sino al anterior a la Revolución Francesa, anterior a la separación de poderes, al laicismo estatal, etc. De verdad que vale la pena no perderse ni una sola de las palabras de Aznar sobre cualquier tema. Por poca fe que se pueda tener en la política como algo que nos atañe para nuestro día a día, unas cuantas sesiones de eso que digo serán capitales para entender que quizás no resulte muy claro qué hace falta apoyar, pero sí qué hace falta rechazar sin fisuras.
Jordi Portell