En la misma presentó, lo que a su buen entendimiento, era la “liberalización” de lo que se convirtió –a comienzos de diciembre último- en la volatilización de los fondos de millones de ahorradores.
El mismo consiste en un canje voluntario de los depósitos reprogramados, tanto los nominados en dólares como los colocados en pesos, por una batería de títulos entregados por el Estado a los ahorradores. Estos tendrán 30 días hábiles, a contar desde el lunes 3 de junio, para optar entre quedarse en el esquema de la reprogramación de sus imposiciones o aceptar uno de los 3 bonos ofertados por el Estado, 2 de ellos en dólares y el restante en pesos.
De los títulos emitidos en divisa estadounidense, uno vencerá en mayo de 2005 y el segundo caducará en agosto de 2012. Se amortizará el primero en 3 cuotas anuales, operando la primera en mayo de 2003. Por su parte, para el segundo la amortización se hará en 8 cuotas anuales, venciendo la primera en agosto de 2005. Para ambos se aplicará la tasa LIBOR.
En cuanto al nominado en pesos, su plazo será de 5 años, pagadero en 8 cuotas semestrales, honrándose la primera en agosto del año venidero. Devengarán una tasa de 2% anual y un plus por la aplicación del índice indexatorio, conocido como CER. El vencimiento del bono será en febrero de 2007.
Lavagna puntualizó que con esos títulos se podrán adquirir viviendas en construcción, autos 0 kilómetro y nuevas emisiones de acciones. Empero nada dijo acerca del reclamo de los ahorradores: que los bancos les devuelvan los fondos depositados. Es decir, lo que para los funcionarios nacionales es “liberalizar” el corralito, para los maltratados ahorradores es una nueva vuelta de tuerca.
Para comprender por qué el plan no descomprime el corralito, vale poner un solo ejemplo vinculado a las propiedades en construcción. “Si yo no tengo intención de adquirir un departamento, por qué el Estado me lo impone. Lo único que quiero es que me reintegren los dólares que deposité en el banco”, graficaba uno de los ahorradores. Modelo que también puede aplicarse al tópico de los vehículos nuevos o los papeles de las empresas que cotizan en Bolsa. Lo que sí está claro es que como los bonos se transarán en el mercado bursátil, con un precio que podría ubicarse en la horquilla del 25 al 30% de su valor nominal, el negocio lo harán los grandes operadores que captarán los títulos de los ahorradores que necesiten hacerse de dinero contante y sonante.
Respecto de los ahorradores que no opten por los títulos y se queden con sus depósitos reprogramados el panorama es tan grave como para los que acepten la entrega de bonos. Si por ejemplo Juan había depositado 10 mil dólares, el banco le devolvería -¿lo hará?- sus billetes a partir de marzo de 2003, debiendo esperar 12 meses para juntarse con el total de su imposición. Pero si no pudiera esperar ese plazo y, decidiera vender el certificado de plazo fijo en la Bolsa experimentaría un importante descuento. Vale decir que quienes bailaron sobre la cubierta del Titanic y se salvaron, volverán a gozar del sarao, truncado cuando el navío naufragó.
Alberto Bastia