El fuerte apoyo que diversos gobiernos salvadoreños le han brindado forma parte de la tradición anticomunista de la oficialista ARENA. En 1950, después de haber tomado Beijing, la revolución china marchó sobre Tibet. Los rojos chinos atacaron la estructura de los lamas como ‘oscurantista’, ‘bárbara’, ‘feudal’ y ‘anti-mujeres’, y pasaron a redistribuir la tierra.
El Dalai Lama se refugió en la adyacente India y ha venido presionando a China para que les otorgue la independencia. La ‘causa tibetana’ ha sido abrazada por las mismas corrientes que alentaron el separatismo de las federaciones ‘socialistas’ soviética, yugoslava y checoeslovaca; pues piensan que ello ayudaría a desmoronar las economías planificadas liberalizando los mercados.
Dentro de la izquierda hay corrientes que cuestionan el autoritarismo de Beijing ante las minorías y piden una democratización que no vaya de la mano con el retorno del capitalismo. En cambio, el gobierno chino liderado por el mayor y más poderoso Partido Comunista que hay en el mundo quiere mantener al país unido bajo mano dura pues así pretende garantizar una transición al mercado que no genere otra explosión social (tipo 1989) o una catástrofe a la soviética.
Hay organismos de derechos humanos que piden defender a las minorías en China sin ir tras líderes religiosos budistas o musulmanes que apuntan a restaurar arcaicas teocracias. El Dalai Lama podrá contar con mucha publicidad y generar simpatías, pero él no es una figura elegida por su pueblo y no quiere que el Tibet sea una república. Su meta sería restablecer su autoridad semi-monárquica. En su país muchos temen que su retorno podría afectar a muchos sectores humildes, a los ‘han’ y a los derechos seculares y femeninos. Él plantea que el restablecimiento de su ‘reinado’ permitiría hacer que Tibet se abra al turismo y las inversiones extranjeras.
Varios dirigentes norteamericanos muestran una doble línea con relación a naciones que se reclaman subyugadas. Pueden apoyar al Dalai Lama pues así quieren minar al adversario chino, pero prefieren apoyar a Putin y Sharon en Chechenia y Palestina pues conciben que la dureza represiva que sus aliados aplican podría justificarse.
Para el presidente Saca una cosa es pedir que China vaya ‘sacando’ sus tropas de una república que ésta considera parte de su historia y territorio; y otra es pedir que Bush ‘saque’ sus tropas de Iraq, un país que no les quiere. Apoyar la ocupación de Iraq y simpatizar con la ‘desocupación’ china de Tibet obedece a la misma orientación: creer que su país mejorará apuntalando la política exterior de la Casa Blanca.
Isaac Bigio
Analista Internacional