“Estoy aquí sintiéndome humilde, agradecido y consciente de los esfuerzos de nuestros antecesores”. Con estas palabras ha comenzado Obama un discurso brillante, sosegado y esperanzador, en el que en varias ocasiones ha recurrido a sus creencias religiosas para reforzarse como humano ante miles de millones de personas que esperan de él, casi, lo divino. Paradójicamente, y a pesar de que es la primera vez en la historia de Norteamérica que un hombre de raza negra llega a Presidente, Obama no ha querido incidir más de lo necesario en su discurso. “Ha llegado el momento de dejar a un lado las chiquilladas”, ha afirmado, para añadir que “todos somos iguales, libres y tenemos derecho a las posibilidades”. De un plumazo, el nuevo presidente ha conseguido dar un paso de gigante respecto a la nueva mentalidad americana.
Porque el racismo de unos pocos parece ser una chiquillada comparado con los problemas que afronta actualmente una nueva América, que parece haber evolucionado y mucho en este viejo y doloroso handicap. Barack Obama ha hablado de la mala calidad de las escuelas, de la deficiencia energética y de la falta de confianza de los americanos; y también, muy importante, del miedo de esta generación a ofrecer a las próximas un nivel de vida muy inferior al que ha heredado. “Hemos optado por la esperanza sobre el miedo”, ha asegurado.
En un discurso a su estilo, donde ha sacado a relucir el carisma y la templanza que lo han llevado a la Casa Blanca, el antiguo congresista de Chicago ha insistido en que “la grandeza hay que ganársela” y en que ”América es más que cada una de las ambiciones individuales”. Ha hecho rugir la explanada del Capitolio asegurando que “nuestras capacidades no se han visto mermadas por la crisis”. “Debemos levantarnos y sacudirnos el polvo”. Ha apostado por la construcción de infraestructuras, por la explotación al cien por cien de las energías renovables y por aprovechar el desarrollo de la alta tecnología. Por Reformar los malos hábitos de gestión, refiriéndose a los que controlan el dólar; y por convencer a los corruptos de que están “al otro lado de la historia”.
Porque, según el nuevo Presidente, “a los cínicos se les ha movido el suelo bajo los pies”. Sin emocionarse en ningún momento y convenciendo porque está absolutamente convencido, ha declarado a Estados Unidos “amigo de todas las naciones”, “un país dispuesto a liderar de nuevo”. Ha asegurado a sus conciudadanos que “el Estado funciona” y en temas tan delicados como Oriente Medio y Afganistán, el recién estrenado mandatario ha preferido no profundizar pero lanzar mensajes. A Afganistán le dice que desea a paz pero que América debe enfrentarse a la amenaza nuclear, y al mundo árabe le pide respeto mutuo aunque también afirma que “debemos vencer a todos aquellos que atacan a los débiles”.
El ya Presidente Barack Obama ha querido también tener muy en cuenta en sus reflexiones al ‘stablismen’ militar, un clan un tanto desconfiado ante las intenciones de su nuevo premier. Ha recordado a los héroes que han caído en combate y ha deseado dejarles clara su admiración. Con la bandera del cambio prendida en su solapa porque “el mundo está cambiando y nosotros tenemos que cambiar”, Obama afronta desde hoy mismo las dificultades que supone ser un mito sin decepcionar y asume el reto de conciliar la ética y el deber cuando se es presidente de los Estados Unidos. Quizás Obama decepciones a muchos, quizás a los más idealistas, a corto plazo; pero el cambio hacia un nuevo orden de valores que este hombre ha inspirado al mundo ya no tiene vuelta atrás.
Gema Castellano
