Y lo que el pueblo haría a las claras y por derecho las “têtes couronnées” lo disfrazan de proyectos loables, con el único fin de que esa institución puesta en la tierra -aseguraban- por el mismísimo Dios, ahora dicen que por la Constitución, -intachable e inmaculada- no pueda ser acusada de poseer vicios vulgares de pueblo llano.
La herencia que han recibido los Príncipes herederos españoles, sus hijas y sus sobrinos de un millonario balear, Juan Ignacio Balada Llabrés, ha colocado a la Familia “incorrupta e incorruptible” por excelencia -la Real- contra las cuerdas. Y es que pocos -muy pocos- serían capaces de desprenderse de un “capitalazo” como ese -unos 30 millones de euros- para donarlo a la beneficencia; así que -imagino- el objetivo principesco se ha centrado durante meses en la ardua tarea de conseguir que sus asesores den con una fórmula que les permita quedarse con “la pasta” y que -ante sus súbditos- parezca que no.
Y es que no es para menos. Porque el reinado de Don Juan Carlos está más que asegurado, pero la sucesión en España plantea muchas dudas en todos los escalafones sociales. Por tanto, no entraremos aquí a valorar el derecho, o la falta de éste, que los Príncipes tienen a intentar asegurar su futuro económico y el de sus hijas haciéndose un patrimonio -sobre todo y a sabiendas de que lo que han recibido es una herencia, que no se lo han quitado a nadie- pero sí es cierto que su forma de hacerse con el capital, cuanto menos, es hiriente; porque su extravagante fórmula fundacional es un auténtico insulto a las inteligencias.
Y yo, a estas alturas, pediría más respeto a sus Altezas Reales, porque instalados en la funcionalidad de la que han dotado sus cargos, es decir, en su pensamiento de que ser Príncipes de España es “trabajar como Príncipes de España” como cualquier otro profesional hace para su empresa o negocio, están privando a la Institución Monárquica de ese “paternalismo” y cercanía que tanto gustan al pueblo.
El fin que los Príncipes han encomendado a la Fundación Hesperia en la que han invertido 3.999.968,66 euros -“el estudio y apoyo a la institución monárquica tanto en España como en el extranjero«– es la fórmula más retorcida, sibilina y pérfida jamás urdida para conseguir que los beneficiarios de las inversiones de esa Fundación sean los propios miembros de la Familia del Príncipe. Un seguro de vida personal ilimitado disfrazado de acción social, condición ésta -la del beneficio social- que puso Balada a sus herederos -los Príncipes- en el testamento.
En fin. El importe neto de la fortuna heredada es de 9.832.995,42 euros, más 70.000 euros por barba (príncipes, hijas y sobrinos) y varios inmuebles, entre ellos, un palacete modernista que el gobierno balear quiere recuperar, un bloque de pisos y locales comerciales que la Familia Real tiene intención de vender. Una tentación para cualquier mortal, aunque lleve corona. Un cebo lo suficientemente suculento como para poner en evidencia la avaricia de cualquier humano, de despojar las auténticas caras de sus caretas y de alterar la “flema” aristocrática.
Quizás, también, la última excentricidad maquiavélica de un millonario solitario, arisco, raro, insociable y de no muy buen carácter que no conocía a los Príncipes, que nunca realizó movimiento alguno para que la familia Real le fuera presentada -incluso siendo un personaje poderoso en Baleares- y que jamás se declaró públicamente monárquico.
Entonces. ¿Cuál es su intención póstuma al implicar a los Príncipes en la gestión de su fortuna?. ¿Salir del anonimato después de muerto, podría ser?. ¿Demostrar que en los Príncipes también imperan la ambición y las miserias humanas?. ¿Poner en evidencia los intereses Reales?.
Lo cierto es que la Fundación Hesperia no ayudará a los sectores más desfavorecidos de la sociedad bajo la supervisión desinteresada de los Príncipes de Asturias, sino que, muy al contrario, atraerá patronos que engrosarán el legado de Balada con el objetivo de “apoyar a la Institución Monárquica tanto en España como en el extranjero”. Más claro, el agua.
Gema Castellano