El resurgir del Ribeiro tiene nombre de uva gallega y el apellido de un conjunto de bodegas que, con sumo acierto, han logrado conjugar tradición y tecnología para devolver la calidad a unos vinos que durante siglos fueron un fenómeno comercial y cultural. Superado el paréntisis otoñal que nubló el esplendor de esta zona, castigada por una sucesión de enfermedades que en el XIX diezmaron las antiguas plantaciones de viñedo, los bodegueros y viticultores gallegos han conseguido al fin recuperar las variedades autóctonas y volver a los orígenes de unos vinos sencillamente deliciosos.
Viña Mein nos agasaja con dos vinos fascinantes que cautivan con su frescura, delicada acidez y elegancia. Blancos equilibrados que brillan por su vitalidad, expresividad, potencia y densidad. Son blancos, en realidad, dotados de una mayor estructura y cuerpo por las cualidades que aportan la treixadura o el godello. Intensos, sabrosos y frutales, presentan una buena evolución en botella que siempre hace presagiar maravillas aún mayores.
Recientemente ha visto la luz la nueva añada de Viña Mein Blanco, la de 2012, un vino sin crianza y con un precio aproximado de 12 euros que conquista con su revelación de flores y frutas, notas minerales y hasta una sutil madurez. Una versión algo más ligera, aunque con mucho cuerpo, de su hermano mayor Viña Mein Fermentado en Barrica 2011, procedente de viñas más viejas y con una crianza de año y medio en roble francés. En este vino, con un precio aproximado de 14 euros, asoman los ahumados, tostados y balsámicos propios de la crianza, que matizan la fiesta de flores, frutas y cítricos de esta rica combinación de variedades blancas.
Son ambos, como decíamos, elegantes, con cuerpo, densos e intensos. Vinos de largo recorrido en la boca. Blancos sabrosos, de los que pasan sin llamar y con los que el tiempo pasa sin que nos demos cuenta. Son magia. La fuerza y frescura de Galicia contenida en una copa.
Mar Villasante
@marvillasante