Imagine un país sin ciudadanos. Sin políticos, sin elecciones, sin debates parlamentarios ni campañas en redes sociales. Un país sin escuelas, sin hospitales, sin atascos ni supermercados. Ahora imagine que ese mismo país presume de superávit fiscal, políticas ambientales avanzadas y una economía tan eficiente como improbable. Existe, aunque cueste encontrarlo en el mapa.
Bienvenidos a las Islas Georgias del Sur y Sandwich del Sur, un remoto territorio británico en el Atlántico Sur, más cerca de los pingüinos antárticos que de los humanos. Curiosamente, no hay residentes, pero sí algo que escasea en muchos lugares más poblados: una gestión económica seria, sensata y centrada en la sostenibilidad.
La clave del éxito de este peculiar modelo está en la administración rigurosa y científica de sus recursos naturales.
La clave del éxito de este peculiar modelo está en la administración rigurosa y científica de sus recursos naturales. El 80 % de los ingresos provienen de licencias pesqueras altamente reguladas para capturar merluza negra y kril. Cada embarcación autorizada está obligada a llevar científicos a bordo, cumplir estrictos límites de captura y someterse a inspecciones frecuentes. Es un ecosistema económico diseñado con precisión quirúrgica.
El otro gran pilar de ingresos es un turismo que parece diseñado al revés. No hay hoteles de lujo ni colas en la aduana. Aquí, el éxito turístico se mide en aves no asustadas y ecosistemas intactos. Los pocos turistas que llegan en crucero deben pagar permisos especiales de 200 libras esterlinas, unos 237 euros, seguir itinerarios estrictos y cumplir normas ambientales tan rigurosas que parecerían excesivas en cualquier otro destino turístico del mundo.
Pero quizá la mayor lección que ofrecen estas islas es cómo un modelo económico puede florecer precisamente gracias a lo que no explota. En 2024, South Georgia & the South Sandwich Islands (SGSSI) amplió su área marina protegida hasta 1,24 millones de kilómetros cuadrados, prohibiendo toda pesca en un tercio de sus aguas. Mientras que en la mayoría de los países el éxito económico se mide en toneladas exportadas y PIB, aquí se mide en especies conservadas y equilibrio ecológico.
En un mundo que debate constantemente cómo conciliar economía y medio ambiente, este territorio olvidado y sin habitantes permanentes nos muestra una alternativa fascinante. La protección del entorno, lejos de ser un coste, es su principal fuente de ingresos. En definitiva, es difícil no sentir cierta envidia por un territorio donde lo más rentable es dejar que la naturaleza siga su curso.