En los últimos años, la circulación de teorías esotéricas y lecturas simbólicas no académicas ha popularizado la idea de que la mandorla —la forma ovalada que enmarca algunas figuras sagradas en el arte cristiano— representa deliberadamente un útero o una vulva, especialmente en relación con la figura de la Virgen María. Esta propuesta busca asociar el símbolo con conceptos de fertilidad o con lo femenino divinizado, relacionándolo con símbolos precristianos. Sin embargo, la investigación iconográfica establecida y la historiografía del arte cristiano no respaldan esta interpretación.
La mandorla es, en su uso tradicional, un marco de forma almendrada que rodea por completo a personajes sagrados, como Cristo o la Virgen, en obras del arte bizantino y románico.
La mandorla es, en su uso tradicional, un marco de forma almendrada que rodea por completo a personajes sagrados, como Cristo o la Virgen, en obras del arte bizantino y románico. Su nombre deriva del italiano mandorla (“almendra”) y su aparición se remonta al menos al siglo V. A diferencia del halo, que circunscribe únicamente la cabeza, la mandorla envuelve el cuerpo entero, señalando no sólo la santidad, sino también una presencia trascendente que supera los límites espacio-temporales del mundo material.
Evangelista de Espira, hacia 1220. Manuscrito en la Biblioteca Estatal de Baden, Karlsruhe, Alemania. Cód. Bruchsal 1, fol. 1v
Muestra a Cristo en una forma de vesica rodeado por los símbolos “animales” de los cuatro evangelistas. Via: Creative Commons
Este recurso visual aparece de forma habitual en representaciones clave de la vida de Cristo, como la Transfiguración, la Ascensión o la Resurrección, así como en representaciones de Cristo en Majestad (Pantocrátor) y, en algunos casos, en escenas marianas. En todas ellas, la mandorla no apunta a una metáfora anatómica, sino a una presencia divina que irrumpe desde otro plano de realidad. Como señala la Encyclopaedia Britannica y confirman múltiples tratados iconográficos, su función es representar la luz increada, la gloria divina, y la intersección entre lo humano y lo eterno.
Algunas fuentes iconográficas sitúan el origen geométrico de la forma en la figura de la vesica piscis, la intersección de dos círculos que ha sido utilizada simbólicamente tanto en culturas paganas como cristianas para significar la confluencia de realidades distintas (por ejemplo, cielo y tierra). Sin embargo, esta conexión no implica un significado sexual intencionado, ni en el diseño ni en el mensaje teológico de las obras. La forma almendrada puede parecer visualmente similar a órganos sexuales femeninos, pero tal semejanza no constituye prueba alguna de un simbolismo sexual implícito en su uso histórico.
Esta interpretación ha circulado como si fuera un símbolo oculto y deliberado dentro del cristianismo. Sin embargo, una revisión histórica y artística rigurosa muestra que esa lectura no está respaldada por la documentación iconográfica tradicional.
En el fresco románico de Sant Climent de Taüll (siglo XII), por ejemplo, Cristo aparece enmarcado por una mandorla con la inscripción “Ego sum lux mundi” (“Yo soy la luz del mundo”), reforzando su papel como fuente de iluminación espiritual y como figura central de la fe. En manuscritos iluminados medievales, la imagen del Pantocrátor se repite dentro de esta forma, en la que su gloria abarca la totalidad del espacio pictórico. De manera similar, en algunas obras de Carlo Crivelli, del Renacimiento, la Virgen y el Niño aparecen rodeados por una mandorla, en una clara referencia a su santidad, sin rastro alguno de intencionalidad sexual.
Algunas interpretaciones modernas extraídas de blogs o contenidos no especializados hacen conexiones simbólicas amplias o metafóricas con otros sistemas de pensamiento (por ejemplo, simbolismos precristianos de fertilidad o interpretaciones new age). Estas no corresponden a lo que enseñan los historiadores del arte o las fuentes iconográficas clásicas.
Ningún tratado teológico medieval, ni manuales de arte sacro de época, ni estudios modernos serios en historia del arte o simbología cristiana definen a la mandorla como representación de un útero, una vulva o símbolo de fertilidad. Las interpretaciones de este tipo son propuestas contemporáneas ajenas al pensamiento teológico e iconográfico del cristianismo histórico. Se trata, por tanto, de analogías visuales subjetivas que proyectan lecturas modernas sobre imágenes cuya función simbólica está bien documentada y es claramente espiritual.
Tal como concluyen estudiosos del arte medieval e instituciones como la National Gallery o el portal de historia del arte Academia Lab, la mandorla debe entenderse dentro del marco simbólico de la revelación, la gloria divina y la intersección entre lo eterno y lo humano, no como una alegoría oculta del cuerpo femenino. Las lecturas que la interpretan como un símbolo uterino o genital son resultado de sincretismos especulativos y anacronismos culturales, sin respaldo en fuentes primarias ni secundarias de autoridad.
En el arte cristiano la mandorla ha existido desde al menos el siglo V, y se volvió un elemento iconográfico habitual especialmente en el arte romano, románico y bizantino posterior.
Como decimos muchas veces en ‘fact ckecking’ no debemos confundir lo bello con lo cierto y, aunque el texto que acompaña a esta mandorla es romántico e inspirador, este tipo de malas interpretaciones ponen de manifiesto la importancia del pensamiento crítico a la hora de analizar símbolos religiosos y su evolución. La riqueza del arte sacro radica precisamente en su capacidad para expresar realidades teológicas complejas mediante el lenguaje visual, lo cual requiere un enfoque riguroso que respete su contexto cultural e histórico.
Artículo redactado con asistencia de IA (Ref. APA: OpenAI. (2025). ChatGPT (versión 2025-12-21). OpenAI)
