Una elegancia desparramada en formas hiper voluminosas confeccionadas en twed, lanas densas, popelín y lanas frías, que desarrollan una imagen femenina sofisticada, aristocrática y propia de una diva que seduce y deja entrever su figura en ocasiones mediante vestidos de corte exquisito en gazar y seda, que recuerdan al glamour vintage más genuino. Los complementos, en esta ocasión, tienen tanta importancia como la propia colección. Las sandalias-botas altísimas realizadas en nobuk se entienden en un contexto estético exuberante y lo mismo ocurre con la bisutería.
Esta colección de Juanjo Oliva pintada en colores caldero, verde, negro, blanco, morado y mostaza podría haber competido perfectamente en París con un Prêt-à-Poter de grandes portadas, lo que dice mucho a favor de creadores como él que siguen apostando por una Pasarela española que, sin embargo, no es generosa con el talento y tampoco con el que debería ser su modelo de negocio.
Cibeles -que ya se parece más a un circo de actividades fashion y vanidades ‘for people’ (que no ‘celebrities’) que a un certamen de moda- decepciona en el territorio nacional y no interesa nada en el circuito internacional; y desfiles como el de Juanjo Oliva nos recuerdan que lo que ahí se debe ver es calidad, diseño, ingenio, talento e industria.
Gema Castellano
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