Posiblemente el secreto del buen “regalador” y el “mejor quedar” esté en conocer a la perfección los gustos de ella o de él y estar dispuesto a satisfacerle por encima de todas las cosas, pero reconozcámoslo; este es un “don” que monopolizan un puñado reducidísimo de mortales detallistas con los que todo el mundo sueña, pero que son más difíciles de encontrar que una aguja en un pajar. Además. ¿Quién se deja conocer en un mundo en el que lo “fashion” es esconderse tras una coraza llamada imagen? En fin. ¡Qué complicación! ¿Y ahora qué regalo, a quién y por qué?
La situación no es nada fácil. Ante tal coyuntura los hay que decidirán no regalar. ¡Error! Esta decisión, aunque lo descargue de responsabilidades, le colgará el ‘San Benito’ de “tacaño”, “rata” o “triste” para toda la vida; y con razón. Porque, ¿qué derecho tiene usted a desilusionar a su entorno? ¡Qué falta de cortesía!
Si no quiere regalar en Navidad, regálese usted mismo una isla desierta y piérdase, pero si decide quedarse, regale. Hágalo acertadamente y sin que su obsequio vaya condicionado a si esa persona lo aprecia o no, lo quiere o no, le cae bien o no o incluso, lo odia o no.
No se engañe. Mi intención no es que usted se convierta en un mártir de esos que ponen la otra mejilla, sino en el icono del “saber estar” para sus allegados. En esa persona exquisita y afable a la que su entorno respeta. La ‘politesse’ es la ‘politesse’.
No existe el regalo bueno o malo, sino el adecuado. Y esta adecuación tiene que aplicarse a las dos partes. Tan fuera de tono resultaría que un mileurista intentara regalarle un Bentley rosa-bebé -al estilo Paris Hilton- a su novia, como que Mario Vargas Llosa regalara una peineta de bisutería barata a Isabel Preisler. Porque además de no acertar, el receptor se sentiría agraviado y ofendido.
Con esta premisa por delante, nadie puede sugerir una excusa económica para no regalar. Hay regalos caros, bien de precio, solidarios, excéntricos, étnicos, valientes, con indirecta, cómplices e incluso de mal gusto… y una horma para cada uno de estos zapatos. No lo olvide. Piense en ella o en él y no en sí mismo. No sea hipócrita.
El colmo del maquiavelismo es regalar al otro un objeto por el que usted se vuelve loco, con la intención de ‘heredarlo’ al día siguiente, y hacer que el receptor se sienta como un ‘desagradecido’.
Y tampoco ponga como excusa que “…todo ha ido para los niños”. No sea injusto. En Navidad ellos tienen demasiados regalos, hasta el punto de no valorarlos; y los adultos, muchas veces, ninguno. Ser adulto no significa perder el derecho a que nos hagan felices. ¡Así que regale! ¿En quién y en qué está pensando?
¡Ah! … y no olvide dedicar tiempo a envolver con estilo los regalos. Su mente le arrancará una sonrisa recordando los mejores momentos de las personas a quienes van dirigidos.
Gema Castellano
@GemaCastellano