Los peligros del racismo, la xenofobia y la intolerancia, incluidos la «Shoah» y el antisemitismo, la necesidad de practicar tolerancia racial y el valor de la diversidad».
El recuerdo de Auschwitz en el sexagésimo aniversario de su liberación pone de manifiesto una triste realidad: que las actitudes que desembocaron en aquella locura y en la creación del concepto del exterminio «del otro» para favorecer la supervivencia del «yo» perviven y hasta renacen con fuerza como un mal redivivo en el tejido de nuestra sociedad, en la que aún medran la discriminación, en cualquiera de sus manifestaciones, la intolerancia, y la xenofobia.
Yo lo viví entonces. No lo viví en Auschwitz, lo viví en Ravensbrück. Lo viví en la tragedia de todos y en la de toda mi familia. En 1939 la policía arrancó del seno familiar a mis tres hermanos más pequeños para «reeducarlos» en hogares nazi de acogida. En 1940 fusilaron a mi hermano Wilhem por negarse a prestar su apoyo a una ideología de terror como el nacionalsocialismo. En 1941 me hicieron peregrinar por varias prisiones juveniles hasta los 18 años de edad. Como entonces me negué a renunciar a mis convicciones religiosas me deportaron a Ravensbrück. En 1942 decapitaron a Wolfgang, otro de mis hermanos, a la edad de veinte años. El régimen nazi pretendía ahorrar así sus municiones para el frente. En ese mismo año mi madre y mi hermana Hildegard llegaron también a Ravensbrück… Todo un modelo o paradigma de lo que puede ocurrir cuando, en aras de una ideología, sea cual sea, se azuzan estímulos que, primero, dan pábulo a la intolerancia, la desatan, y se termina aplastando derechos y vidas humanas. ¿Nuestro delito? Ser Bibelforscher, o Estudiantes de la Biblia, como se conoció en la década de los treinta, del siglo pasado, a los Testigos Cristianos de Jehová en Alemania.
La historia de las pruebas sufridas por los Testigos de Jehová corre paralela a la ascensión del nazismo al poder, que actuó al amparo de la desinformación y el sectarismo políticos. Gracias a ese respaldo el nazismo se extendió con mucha rapidez por Alemania a partir de 1933, y después por toda Europa.
El caso de los Testigos de Jehová no es un episodio insignificante. Es cierto que dos mil quinientas muertes parecen diluirse en el inmenso torrente de víctimas del nazismo: judíos, gitanos, comunistas, disidentes políticos, republicanos españoles, homosexuales… Toda esa cantidad de víctimas nos impresiona; nos causa un gran dolor y provoca nuestra repulsa. Sin embargo, para entender el drama de los Bibelforscher es necesario tener en cuenta el factor de «la proporción». John Conway escribió en su libro La persecución religiosa de los nazi, 1933-1945: «Lugar destacado entre los adversarios del nazismo era el que ocupaban los Testigos de Jehová, la mayoría de los cuales (97%) sufrieron mayor persecución que los miembros de cualquier otra iglesia. No menos de un tercio de sus fieles habían de perder la vida como consecuencia de su negativa a doblegarse o transigir».
Aunque la resistencia política al nazismo es la más conocida, la resistencia espiritual y moral de los Testigos de Jehová no debería relegarse al olvido de la Historia. Fue el único movimiento religioso que recibió un triángulo especial de identificación: el triángulo púrpura. Muchos de sus compañeros de detención, e incluso sus verdugos, se preguntaban (y aún hay quienes se lo preguntan) por qué los hombres y mujeres del triángulo púrpura se opusieron con tanta fuerza al poderoso aparato de gobierno del Tercer Reich. ¿La respuesta? La primacía de la conciencia frente a las ideologías. La persecución sistemática de aquel grupo de personas, como de cualquier minoría, solo por sus convicciones, constituyó el más puro desprecio de los derechos humanos fundamentales; un brote súbito de intolerancia que se produjo en medio de una indiferencia casi general.
Desde luego, los Testigos de Jehová no fueron los únicos. En Alemania también hubo personas que de manera individual rechazaron la guerra en nombre de su fe. Graf Preysing, obispo católico de Eischtätt, denunció desde el principio al tercer Reich como un régimen peligroso y criminal. En Francia, el cardenal Saliége, que fue arzobispo de Toulouse, declaró a propósito de la persecución de los judíos lo siguiente: «No es que sienta en mí los golpes que caen sobre los perseguidos, esos azotes me son más dolorosos porque suponen despreciar no algún ideal confuso, una idea fría y abstracta […] sino a ese ser vivo, personal, cuyo aliento ha infundido vida a toda la historia de Israel: Jehová…, a quien yo llamo el buen Dios».
En el caso de los testigos de Jehová, su resistencia, además de individual, fue una resistencia de grupo, colectiva. Los valores cristianos de los Testigos no eran asimilables para el nacionalsocialismo, pues el fascismo y el nazismo están en las antípodas del pensamiento cristiano. Su rechazo a considerar a un hombre como su Führer, su guía […], su negativa a saludar con Heil Hitler!, acto de alianza que consideraban idolátrico, su rechazo de una ideología de odio y de violencia, así como su negativa a participar en el esfuerzo bélico, hizo que, junto con los opositores políticos alemanes, comunistas y demócratas, estuviesen entre los primeros ocupantes de los campos de concentración.
Con todo, puede que hoy haya quien piense que, como la liberación de los campos se produjo hace sesenta años, es inútil recordar todo aquello. Otros quisieran fomentar la negación y pretender que aquellos horrores nunca sucedieron. No se debe capitular ante el desprecio que se hace de los principios y valores fundamentales de la sociedad humana. Si se permite rebajar el valor de esos principios, se rebaja con ello a toda la sociedad. Mientras vivan, vivamos, los que sufrieron en carne propia bajo el régimen nazi, será imposible borrar sus recuerdos. Se nos impone el deber de recordar.
La Historia debe ser referente universal a fin de aprender del pasado para mejorar el presente y construir el futuro. ¿Habremos aprovechado la lección de la Historia? Los prejuicios e ideas preconcebidas, así como el riesgo de ser víctima de la desinformación siempre han sido moneda de cambio. En este caso, los prejuicios y la desinformación podrían hacernos retroceder 60 años, a un recuerdo como el de Auschwitz que aún nos estremece.
Dar vida, y recuperar las voces de protagonistas de nuestra historia reciente, cuyo testimonio es esencial para entender de dónde venimos y hacia dónde vamos, es esencial para nuestro mejoramiento personal. Como dijo Paul Eluard (poeta de la resistencia francesa), respecto a esos Testigos de la Historia: «Si se debilita el eco de sus voces, moriremos.»
Magdalena Kusserow
(Vicepresidenta honorífica del Círculo europeo
de antiguos deportados e internados
Testigos de Jehová, y ex deportada del campo
de concentración de Ravensbrück)