El panorama económico mundial se caracteriza por el dominio global de las gigantescas corporaciones trasnacionales dedicadas fundamentalmente a la especulación financiera. Ellas se han convertido por intermedio del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio y otras cuantas entidades multilaterales, en un verdadero gobierno de carácter planetario, que determina e impone las formas de la política, la economía, la sociedad y la cultura en todos los rincones de la Tierra. Lo único que las inspira es el ánimo de incrementar sus astronómicas ganancias para con ellas obtener a su vez más ganancias. Igual al hombre de negocios que halló El Principito en el cuarto planeta, que quería ser rico acumulando estrellas porque con ellas podría comprar más estrellas. Semejante estupidez ha sido elevada por sus propagandistas a la más importante y altruista de las actividades humanas, aunque prefiere llamársela con nombres menos dicientes como creación de riqueza o mercado de derivados.
Para hacer posible eternamente este prodigio m gico, dichas corporaciones, en gran medida conformadas con capitales estadounidenses, han inventado un paquete de medidas que imponen sus representantes a todos los pa¡ses con el nombre de pol¡ticas de ajuste. El conjunto de dichas pol¡ticas, tendientes a que en cada rinc¢n del mundo se abran las puertas y las facilidades para que sus filibusteros cibern’ticos realicen los grandes negocios, se han conocido como pol¡ticas neoliberales, y han requerido siempre para poder implantarse, del m s exuberante despliegue de propaganda. De acuerdo con esta, las medidas son imprescindibles e ineluctables. Porque son el producto de la globalizaci¢n, del avance de las tecnolog¡as de punta, de la revoluci¢n inform tica, del imperio de las telecomunicaciones y las transacciones inmediatas. Ante esas imposiciones de la historia, las sociedades no tienen m s que hacer sino resignarse. Ellas significan el triunfo definitivo de la iniciativa privada, la demostraci¢n del fracaso de cualquier intento socializante, la majader¡a de un Estado intervencionista, la inconveniencia de los servicios poblicos estatales, la conveniencia de la flexibilizaci¢n laboral. Y lo m s incre¡ble que se haya escuchado jam s, que el conjuro ideal para generar empleo no es otro distinto que despedir el mayor nomero posible de trabajadores.
La falsedad de tan monstruosa mentira es evidente. ¨Qui’n ha dicho que los avances cient¡ficos son los que determinan la forma de distribuir las riquezas entre los hombres? ¨Que la mejora en los conocimientos y el dominio del cosmos tienen que traducirse en la miseria y la esclavizaci¢n de la mayor¡a de la humanidad por un pu_ado de capitalistas planetarios? Una cosa es la globalizaci¢n, s¡, esa fabulosa conquista de la mente humana, que est llamada a ponerse al servicio de todos los hombres para su liberaci¢n definitiva, y otra muy distinta son las pol¡ticas neoliberales impuestas por la banca transnacional y que se pretenden identificar con aquella. Las formas de dominaci¢n econ¢mica, pol¡tica, social, cultural, no son el resultado de los avances de la ciencia, sino de las relaciones de clase que existen en el seno de cualquier sociedad. Es bueno tener siempre presente esto, para salirles al paso a los pregoneros de la inevitabilidad del neoliberalismo.
La mejor prueba de que las contradicciones de clase siguen vivas a pesar del discurso, es que pese a la ca¡da del llamado socialismo real en Europa oriental, de la rendici¢n de los movimientos alzados en armas en Centroam’rica, de la crisis en el espectro intelectual de la izquierda, de la sumisa abyecci¢n de la academia o de la claudicaci¢n vergonzante de varias organizaciones revolucionarias colombianas, todos los pueblos del mundo, desde el primero hasta el tercero y cuarto incluidos, han librado y continoan librando miles de batallas diarias contra las privatizaciones, las reestructuraciones, los despidos masivos, la apertura econ¢mica indiscriminada, la desregulaci¢n de las relaciones laborales y el abandono de los deberes sociales por parte del Estado.
Lo que es inevitable es que el capitalismo se torne en neoliberalismo. Eso s¡ lo han probado con suficiencia los desarrollos econ¢micos de la oltima d’cada en el mundo. Hasta los pa¡ses europeos que alguna vez enarbolaron pol¡ticas socialdem¢cratas consideradas aut¢nomas y alternativas, terminaron acogiendo, sin mucho entusiasmo, las recomendaciones de las entidades multilaterales de cr’dito. Y as¡ haya sido a rega_adientes las hicieron suyas. Y enfrentan en consecuencia las rabiosas protestas de sus ciudadanos, v¡ctimas de las avalanchas de despidos, privados repentina o gradualmente de la seguridad social, del subsidio al desempleo, damnificados por el cierre de las grandes factor¡as y su traslado a lugares del mundo en donde la mano de obra resulta mucho m s barata. Como en los d¡as de la revoluci¢n industrial en Europa, por incre¡ble que parezca, vuelven los desarrapados a invadir de nuevo sus calles.
Lo que hunde criminalmente sus colmillos sobre la humanidad es la ambici¢n de mayores ganancias por parte de los grandes monopolios de la especulaci¢n financiera. Eso se llama ultraliberalismo, imperialismo exacerbado, explotaci¢n mundial generalizada. Pero no es la globalizaci¢n, que repito, consiste m s bien en las asombrosas posibilidades alcanzadas por la inform tica y las telecomunicaciones, que de verdad han convertido al mundo en un pa_uelo. En consecuencia no es ineluctable. Los hombres y mujeres de la tierra, levantados en pie de lucha, pueden y deben derrotarlo en aras de construir un orden mundial verdaderamente viable y humano. Y como la historia no puede echarse atr s, aquellos que se han declarado en desobediencia contra el actual orden de cosas, est n obligados a apuntar hacia la superaci¢n del capitalismo, el cual no puede subsistir sino en su fase neoliberal. Y la superaci¢n del capitalismo onicamente tiene un nombre, el socialismo, el primer paso hacia la construcci¢n de una sociedad sin clases, sin explotadores ni explotados.
Como en el famoso cuento breve, al despertar tras la ruidosa celebraci¢n, el imperialismo percibe que el dinosaurio todav¡a permanece ah¡, y como est cierto del peligro inminente que ello representa para sus intereses, realiza en la actualidad la m s apote¢sica campa_a publicitaria para impedir que germine la semilla de la lucha en la mente de la humanidad entera. Y en cada uno de los pa¡ses en donde se aplican al dedillo sus pol¡ticas de hambre y abandono. Dado que los grandes monopolios son propietarios a su vez de las gigantescas cadenas informativas mundiales y nacionales, nadie tan eficiente para esa labor de alineaci¢n y embrutecimiento global que los medios masivos de comunicaci¢n. Eso est visto. Pero no se contenta con ello. Se ha construido tambi’n el m s impresionante aparato de dominaci¢n militar, al tiempo que promueve la militarizaci¢n, dentro de formas de apariencia democr tica, de todas las naciones del planeta en donde tienen cabida sus inversiones.
Si se dejara a la gente pensar por s¡ misma, si se le diera acceso a los inconformes en las tribunas informativas y de opini¢n, si se permitiera el surgimiento de expresiones pol¡ticas contestatarias, si se abriera el espacio para la organizaci¢n libre de las grandes mayor¡as desfavorecidas, las horas del capitalismo estar¡an contadas. Los pueblos del mundo no tardar¡an en ponerlo en orden. Por eso el imperialismo es enemigo mortal de la democracia y las libertades de pensamiento y expresi¢n. Por eso su pretensi¢n de instaurar un pensamiento onico. Como todo lo suyo, como sus transacciones de derivados, como sus especulaciones financieras, la democracia que pregona y defiende tambi’n es virtual, no existe en la realidad, aunque ‘l, vali’ndose de los medios, haga creer que existe.
Adem s no duda en imponerla por la fuerza bruta cuando algon pueblo se atreve a intentar su propia manera de edificarse el futuro. He all¡ la raz¢n oltima del caos en que se halla sumido nuestro planeta Tierra. Y nuestro pa¡s Colombia. Mientras los pueblos viven terribles realidades econ¢micas y pol¡ticas, el aparato de propaganda imperialista, del que se cuelgan los sectores nacionales dominantes encadenados a ‘l, describe el m s civilizado y feliz de los mundos posibles. Y culpa de los defectos del mismo a los tercos trogloditas que se levantan en lucha para cambiarlo. Si no fuera por ellos, no tendr¡amos nada que envidiarle al para¡so. En un art¡culo posterior me referir’ a las diferentes manifestaciones de esta contradicci¢n, entre ellas al manoseo ideol¢gico, que tanto lastima el orgullo de los incautos cuando se los hace ver.
Gabriel -ngel
Miembro del Comit’ Tem tico de las FARC-EP