Y es en esta festividad donde es preciso agradecer a nuestra Iglesia por todo lo que ha hecho en el pasado, por lo que hace en el presente y por lo que hará en el futuro para responder con mayor eficacia a los desafíos de un mundo que se transforma aceleradamente y pone a prueba no sólo nuestro discernimiento para comprenderlo sino nuestra capacidad de liderazgo para guiarlo.
Agradezco a usted, señor Nuncio, su solicitud y su presencia oportuna. ‘Un Nuncio Pastor’ es siempre una buena nueva, un mensajero de quien es Guía y Maestro y que, como tal, dirige esta Iglesia de Dios ‘mar adentro’.
Doy también las gracias de la Nación y del Presidente a Monseñor Alberto Giraldo, Presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana, y en usted a todos los Obispos del país, por su contribución a la paz, a este proceso que debe recuperarnos el sentido del valor de la vida, de la dignidad humana, de la solidaridad y de la convivencia.
Doy gracias igualmente a la iglesia educadora que avanza sembrando la civilización del amor; yo conf¡o que continuemos de la mano dando respuestas a aquellos que Dios ha puesto bajo nuestro apostolado, respuestas que deben surgir inspiradas en la ‘buena noticia’ del Evangelio. El viernes pasado firm’, pensando en esta solemnidad, el Decreto que restablece el amplio camino de la ‘educaci¢n contratada’ con la Iglesia. Esto quiere decir que continuaremos juntos educando la Patria.
Gracias a nuestro Cardenal de Colombia, Su Eminencia Pedro Rubiano, por su solicitud y por su apoyo. Gracias por sus voces, por sus palabras y por sus ense_anzas que, en una Naci¢n en crisis como la nuestra, son las se_ales de ruta que nos permitan encontrar el camino correcto.
Quiero a trav’s de todos ustedes agradecer, hoy en la Fiesta del Papa, a todos los sacerdotes, religiosos y gentes de ‘buena voluntad’ que est n dispuestos a trabajar juntamente con nosotros para colocar en Colombia las bases de un tercer milenio fundado en el cristianismo, que es la expresi¢n, del reino de justicia, de amor y de paz.
Y en todos ustedes, los aqu¡ presentes, renuevo mi agradecimiento al Santo Padre, aquel que es capaz de anunciar el Evangelio con dulzura y firmeza, aquel que se ha convertido en pastor de la historia.
Quiero compartirles el bello pensamiento de la oltima carta que me envi¢ el Santo Padre en el mes de mayo en donde me manifestaba sus buenos deseos dici’ndome:
‘Se_or Presidente, deseo corresponder al afecto y cercan¡a manifestadas en sus palabras con una plegaria especial al Se_or para que conceda a los queridos hijos e hijas de ese noble pa¡s el don de una pac¡fica convivencia, junto con el progreso espiritual y material’.
Que sean muchos a_os m s los que viva el Santo Padre, ese hombre que desde la fortaleza de su fragilidad los convoca no s¢lo a ustedes sino a todos nosotros al optimismo de la fe, a la profundidad del amor, que adquieren el bello nombre de la ‘esperanza’ en la mirada de quienes construimos el futuro».