Ni los trotskistas ni los marxistas, mucho menos los sindicalistas combativos, las organizaciones que nuclean a los desempleados y los miles de mujeres y hombres que acuden a las asambleas vecinales, novedosa estructura nacida al calor de los cacerolazos de diciembre pasado, lograron cerrar fuerzas y mostrar esa «unidad» tan declamada e inflamada en las convocatorias.
El Partido Obrero juntó a sus partidarios y a los seguidores del Polo Obrero, tienda que amalgama a varias organizaciones de piqueteros, desempleados y trabajadores, en la Plaza de Mayo. El Frente Nacional contra la Pobreza, entente que cobija a un puñado de gremios opuestos a la burocracia sindical, se manifestó frente al Parlamento Nacional. En tanto, Izquierda Unida –alianza del comunismo y del trotskista Movimiento Socialista de los Trabajadores- se expresó, junto a la mayoría de las asambleas vecinales y de los piqueteros, cerca del Obelisco, en la céntrica Plaza de la República.
En cada una de las demostraciones, que entre todas congregaron no más de 20 mil manifestantes, los oradores se empeñaron en mostrarse como los dueños de la unidad, que a la par de criticar al rumbo económico del gobierno del peronista Eduardo Duhalde exigieron que «se vayan todos» los que forman la clase dirigente, acentuando su cuestionamiento al FMI.
A lo largo de distintas crónicas, este corresponsal ha venido señalando como los planes económicos –diseñados fuera del país- han venido vapuleando a la mayoría del pueblo deteriorando el presente y generando un futuro aún más sombrío. Panorama que no pueden desconocer quienes organizaron las protestas del 1 de mayo.
Si las izquierdas aspiraran a convertirse en el cambio que tanto declaman, deberán diseñar un programa de gobierno y no tan sólo a vociferar contra el organismo de crédito. Hoy, el día después, bien podría ser la jornada en que las cabezas de esos institutos políticos dejando de lado rencillas se calzaran los pantalones largos, porque lo de ayer fue una demostración de enanismo. Un síntoma de lo que Lenin llamó «infantilismo revolucionario».
Alberto Bastia