Durante varias horas se paseó por el mercado de Zarqá preguntando a la gente del pueblo por las dificultades de la vida cotidiana. Hombres y mujeres respondían con franqueza a las preguntas que les formulaba el supuesto periodista. ése era precisamente el objetivo del rey: conocer de primera mano y sin ocultaciones lo que pensaban sus súbditos a fin de poder actuar en consecuencia.
"¿Por qué hay que esperar cuatro días para tramitar una queja mientras hay 40 agentes de aduanas en cuarenta ventanillas?", se preguntó un hombre de negocios de Dubai que visitaba Zarqá ante el equipo formado por el soberano jordano y su jefe de prensa, que portaba una cámara de vídeo.
Durante las cinco horas que ambos pasaron en el zoco, los vecinos de Zarqá no cesaron de plantear sus preguntas y sus quejas, ignorantes de que era su propio rey el que las escuchaba y las registraba para tomar buena nota de lo que piensan los jordanos de a pie. Todo transcurrió de manera satisfactoria para Abdulá II hasta que un policía celoso de sus obligaciones se acercó al periodista disfrazado y le pidió que le enseñara el permiso del Ministerio de Información que necesitaba para filmar por las calles. El rey aparentemente se había olvidado de esa minucia y respondió que no tenía ninguna autorización. El policía insistió en que no podía continuar su tarea sin el permiso requerido y le pidió que se identificara.
Viendo que la situación se complicaba y que podía acabar mal, Abdulá optó por quitarse la barba postiza y decir quién era.