«A mi muerte no quiero llantos ni tristezas», decía siempre Rafael Alberti. Para quienes le querían y respetaban, no es fácil cumplir este último deseo. Los restos del poeta fueron incinerados, paso previo a dispersar sus cenizas en las aguas de la Bahía de Cádiz.
El quiso que llegado el día, su mujer, sus amigos, «tomaran unas buenas copas y estuvieran alegres». «Nunca fui un poeta llorón, al contrario, soy un poeta de la alegría».
Dentro y fuera de España, las frases que le despiden coinciden en su afecto y su respeto, por el poeta y por el hombre.
Estuvieron: su amigo Marcos Ana, casi 30 años encarcelado por la dictadura franquista, el escritor uruguayo Mario Benedetti, la Presidenta de las Madres de la Plaza de Mayo, Hebe Bonafini. Todos pronunciaron cientos, miles de frases que le elogian y le aprecian.
A la despedida llegaron también, silenciosas personas anónimas. Algunas emocionadas con el recuerdo de aquel poeta que a su regreso del exilio, leía con voz firme sus cantos a la libertad en los actos sindicales.
Como escrib¡a hoy el periodista espa_ol Eduardo Haro Tecglen: «Este poeta que ha muerto no traicion¢. Nunca. A veces ha callado por no traicionar. Fue el siglo el que le traicion¢ a ‘l.»
Ahora sus poemas, sus maravillosos juegos con palabras, le continuar n en otras voces. Las de quienes sin haberle conocido, aprender n a quererle. Y ya en su Bah¡a gaditana, Rafael Alberti seguir repitiendo en esas voces que «Si mi voz muriera en tierra, llevadla al nivel del mar y dejarla en la ribera»… (Euro/QR/Pf/Cu/ap)
ALBERTI: SE LE LLORA DENTRO Y FUERA DE ESPAíA
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