El problema de Kosovo no puede resolverse creando un nuevo Estado, ni rompiendo las fronteras europeas, especialmente cuando Europa lidera hoy el modelo de regionalización y la renuncia de la soberanía hermética de las naciones. La solución consiste en crear una sociedad democrática multiétnica. Por lo tanto, es necesario utilizar derechos inaliaenables para dotar de autoridad democrática a toda la República Federal de Yugoeslavia. Quizás suene utópico, pero no sería imposible para la mentalidad democrática de los albano-kosovares y de los serbios el unirse en coaliciones políticas (no ideológicas ni étnico-nacionalistas) alrededor un programa democrático básico. Esto les permitiría ganar no sólo escaños parlamentarios, sino también la legitimidad y simpatía de la comunidad internacional.
Está fuera de lugar una oposición pseudodemocrática de partidos que defienden mitos históricos y coaliciones de pseudo-izquierda, que sobreviven como consecuencia de la unión perversa de izquierdistas y nacionalistas étnicos y centralistas. Se trata, más bien, de que existan partidos cívicos acordes con el concepto de ciudadanía y defensores de la "Europa de las regiones".
Hace ya bastantes años, el doctor Brana Krstic publicó un libro, muy poco conocido, titulado öKosovo, entre los derechos étnicos y los históricos+. El autor decía que no se llegaría a una resolución del conflicto albano-kosovar mientras dos derechos igualmente legítimos -el étnico y el histórico- se opongan, y que se debería de dar otro enfoque al problema. Krstic, valientemente para una serbio, propuso la "redefinición territorial de Kosovo".
Mi madre es de Gnjilane, en Kosovo. De pequeño, mi abuela me contaba montones de cuentos ilustrativos de la auténtica cohabitación pacífica entre albano-kosovares y serbios, e incluso de la íntima amistad entre algunos individuos y familias de ambos pueblos. No voy a recurrir a estos relatos románticos de este tipo, pero sé a ciencia cierta que hay mucha gente en Kosovo (que no tiene por qué ser siquiera una "mayoría simple") que optaría por la vía política para construir una sociedad en la que la ambas etnias pudieran vivir juntas, en plena libertad y en un estado de bienestar.
De su dolorosa experiencia, los serbios deberían de haber aprendido que no hay lugar para las opciones bélicas al final del siglo veinte. Por su parte, los albaneses -una nación que había conseguido dar un salto enorme en su desarrollo durante la segunda mitad de este siglo- debería aprovechar su experiencia para subyugar mitos y prejuicios; para involucrarse en la ardua y larga, pero única, lucha legítima hacia la democracia, junto a otros ciudadanos de la República Federal de Yugoslavia.
Estoy seguro de que la comunidad internacional, entonces, prestaría su apoyo crucial a esta causa.
Vladimir Pavlovic es traductor. Caballero de la Legión de Honor en Yugoeslavia